sacate-la-caretaGracias a la publicación de libros llevada a cabo por la Biblioteca Nacional durante la gestión de Horacio González pude acceder a estos textos, y a otros igualmente inhallables. Conviene recordar siempre que Cambiemos, cuando asumió el gobierno nacional, echó a la gente que trabajaba allí y rodeó el edificio de policías. Tampoco conviene olvidar a todos los funcionarios culturales de rango que trabajan para esos tipos. Además, se descontinuó o corría peligro la continuidad de esas publicaciones. No tengo información precisa, pero hace unos meses varios firmamos una solicitada para que no las interrumpieran. Aquí rescato fragmentos de uno de ellos que conciernen a la crítica en particular:

La crítica de los medios masivos es casi siempre deductiva; parte de los modelos académicos establecidos para controlar los acercamientos y alejamientos del caso concreto, los matices de sus casi inevitables imperfecciones o los destellos de sus coincidencias con el modelo elegido. Esta preceptiva tiene generalmente dos extremos: el ideológico, que sólo busca la confirmación de lo que ya pensaba, y el psicológico, cuyo paradigma es el entretenimiento personal del crítico, los vaivenes de su casquivana atención. El teatro suele estar así arrinconado por un comisario político y una preciosa de salón y para colmo de males, el comisario político suele ser un sádico estalinista y la preciosa, un marica malcriado. Esta descripción puede sonar excesiva, pero no hay más remedio que buscar una combinación de esas dos posiciones y saltar de una a otra con ingenio, tratando con gracia de no molestar demasiado al teatro. Si el lenguaje de la crítica fuera sólo una excrecencia literaria, como sucede con la mayoría de los comentarios deportivos, lo abarcarían las generales de la ley: unas críticas gustarían, algunas aburrirían, otras repugnarían y listo. Pero la crítica de teatro funciona también como la avanzada del gusto del público y como promotora hacia el prestigio, y entonces su poder es político y no sólo imaginario. Es un lenguaje que, como el jurídico, puede aparecer pomposamente complicado pero que, cuando uno está preso, se muestra vitalmente concreto. Ese poder ha llevado a los que hacen teatro a un diálogo viciado de hipocresía con la crítica de cualquier signo, porque de ella depende buena parte del público, los viajes, los festivales, los prestigios.

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Cualquiera que haya estado enamorado debe reconocer que ni el más despiadado análisis sufrido en el diván de un poslacaniano ex marxista puede atenuar el fulgor de algunos boleros: cada pasión tiene sus razones.

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Cuando tímidamente aparece un rioplatense que se anima a no ser un campesino marxista e idiota, con suerte puede llegar a ser un idiota de clase media, un naif urbano que demuestra con sencillez costumbrista cómo elabora los años de crímenes y tortura en el mismo nivel que los divorcios o la incomprensión entre las generaciones. Los grandes temas son de ellos; las grandes actuaciones y los grandes textos, también. Nosotros tenemos que dar lástima, pero con sencillez y claridad. Creo que aunque uno no sepa bien quién es, desde la confusión o la incertidumbre puede balbucearles una puteada. Por lo menos debe intentarlo, a ver si todavía tiene garganta propia y palabras familiares. Podría pasar que cuando uno quiere putearlos le salga por la boca un aviso de café colombiano hablado en el español de las series.

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Recuerde que buena parte de los profesores de teatro son fracasados que no han logrado insertarse plenamente en ninguna actividad, ni artística ni comercial, y que por eso han elegido la pedagogía. Las clases les son necesarias para sentirse vivos, pero no serán el puente que lo conecte a usted con el teatro: son el escenario particular de ese profesor, porque es el único lugar donde puede ser una primera figura con un público estable.

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Despolitización de los personajes que pertenecen a la clase obrera en los textos actuales del realismo o, para ser más estrictos, entre los que se reivindican del campo “progresista”. Se podría empezar con El acompañamiento, de Gorostiza, donde el obrero está loco y como reivindicación personal quiere cantar un tango que es la confesión final de un cafishio (que es lo que siempre pensó la clase media liberal que eran los obreros sindicalizados), hasta la reciente Ardiente paciencia, de Skármeta. Idea tendiente a demostrar cómo el teatro trata de despolitizarse hablando de política, transformando la lucha entre liberación nacional e imperialismo en un enfrentamiento casi abstracto entre el bien y el mal, el amor y el odio. Sería ideal tomar el caso de Ardiente paciencia, donde un director peronista y un autor socialista toman como personaje a un poeta comunista, para tratar de demostrar que lo único que quieren es amar… y hacer un contrapunto con la discusión del senado norteamericano sobre la participación de la ITT en el golpe de Estado chileno.

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Si alguien dudaba que una de las tareas más meticulosas del imperialismo ha sido deshacer la noción de ejército dentro del cuerpo nacional, aquí tiene la prueba, en el escenario oficial. ¿Tengo que aclarar que esto no es una defensa de Camps? Seguramente sí, y muchos no creerían la aclaración, porque el éxito del Proceso en separar al ejército para siempre de un proyecto nacional ha sido total; ni siquiera se puede tener una idea del ejército posible, como no se tiene idea del territorio propio, que suele ir unida al ejército que debe defenderlo.

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En las narraciones del teatro y el cine aparece ahora frecuentemente la expansión del pueblo y la clase obrera como representación de los impulsos reprimidos, por supuesto sexuales, de un protagonista de otra clase. Su representación es el soporte del impulso de otro, y pasa a ser negociada imaginariamente en otro nivel de intercambio. Nunca son los obreros argentinos, sino que son algo interno de otro, que debe encontrar cómo metabolizarlo. Miss Mary es así una película paradigmática: comienza con fotos de Uriburu rodeado siempre de señoras, y termina con fotos de los obreros con las patas en la fuente; en el medio, guiados por una institutriz inglesa, dos jóvenes oligarcas despiertan a la sexualidad, ella enloquece y él entra en la marina (no hay que ser muy desconfiado para prever que van a hacer una carnicería). el_rigor_del_destino-771498767-largePero no, todo pasa por lo interno, podría entenderse desde la psicología. Y no es difícil pronosticar que esto se va a llenar de obras y películas que cuenten lo que le pasó a alguien de clase media, o de la oligarquía, o de cualquier sector menos la clase obrera, y de cómo eso que le pasó coincide con la aparición brutal del peronismo o de la represión del peronismo obrero; eso que pasó despertará algo que encuentra su resolución en los derechos humanos o en el psicoanálisis. Los obreros, que vayan pensando en cómo cambiar sus costumbres, negros candomberos, mantequitas y llorones, a ver si en el próximo ciclo histórico se vienen más educados, mientras tanto no van a figurar ni en la ficción como protagonistas. Hay excepciones: El rigor del destino y otra notable, que no ha podido ser estrenada, A 10 del mes (Prontuario de un argentino) que para cualquiera que hace una Argentina sin la mayoría de argentinos debe resultar una película intolerable. Se ven obreros representados como personas, y eso la transforma en una película de una violencia inclasificable.

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Mejor es un payaso que sabe algo que un Sabio total. Si es que uno cree que las personas deben ser lo más libres que puedan, por supuesto.

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Sólo se puede confiar en los grupos que saben que sólo son un grupo en un mundo de grupos, que no creen que sus devenires encarnan la historia de la humanidad y los conducen a la única salvación y que tienen presente que tratarán de llegar a algún lado para poder desaparecer. Y que cuando se organizan, reconocen que su organización es sólo funcional y variable, y no una revelación. O sea que saben que deben unirse para poder separarse y que entre sus miembros debe haber un contacto que se juega a la plenitud porque se reivindica transitorio. Que los une buscar algo, y los separará haberlo encontrado.

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Han aprendido a llamar estética al buen gusto, y ésa es la confusión de la que difícilmente se sale; es una confusión carnívora.

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Fragmentos de Sacate la careta: Ensayos sobre teatro, política y cultura (Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2012)

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