Lo debatimos hace un tiempo con Laura Dariomerlo en el programa de radio El día de la marmota: ¿por qué una mujer con plena libertad para no hacerlo, decidiría usar rodete? Recordábamos lo incómodo y doloroso que fue llevar ese peinado durante nuestras infancias danzarinas. El cabello tirante, el extremo cuidado para que no se desarme, las horquillas que parecían penetrar el cuero cabelludo, el dolor de cabeza resultante y otros tantos inconvenientes.
Estamos hablando, claro, de rodetes perfectos, espirales herméticas que tienden a definir el carácter de ciertas mujeres en el cine, y afuera también. El rodete es un peinado que suelen llevar quienes se desenvuelven en ámbitos que exigen perfección, pulcritud y/u orden. Rodetes llevan las etéreas bailarinas clásicas; lo lucen las mujeres de alta alcurnia; también las cocineras y las enfermeras para asegurar la pureza de aquello que manipulan, y lo llevan algunas mujeres policías o militares. Es un peinado que refiere, entonces, a algo que debe ser contenido, aunque también posee una singularidad algo afectada o sobreactuada que inscribe en las mujeres que lo usan rasgos melodramáticos, intensos y, en muchos casos, altaneros.
La charla surgió a partir de una reseña de la película Algunas horas de primavera, de Stéphane Brizé, en la que el rol de la madre es explicitamente dominante y castrador. Yvette Evrard usa rodete durante toda la película, a excepción de dos o tres escenas que la muestran sola en el baño, frente al espejo, poniéndose crema. La primera vez que esa mujer aparece en pantalla es de medio perfil, y lo primero que llama la atención es su peinado, un rodete impecable, canoso y bajo, que inmediatamente me hizo pensar en el de Norma Bates. Dos madres controladoras, manipuladoras y sobre todo resentidas que capturan en el epicentro de esas volutas a dos hijos emocionalmente nonatos, con derivaciones psicológicas distintas pero igualmente crueles. En mi texto sobre la película lo definí como una “espiral que apresa y cerca toda voluntad humana” sin todavía haberme detenido a pensar seriamente en sus alcances discursivos.
Si de espirales hitchcockianas se trata, no podemos eludir la dureriana que corona la cabeza de Carlota Valdés (Kim Novak) y desmorona la de John Ferguson (James Stewart) en Vértigo. Al contrario del centro impenetrable de los rodetes de la madre de Norman Bates y de Yvette Evrard, el de Carlota ofrece un tentador precipicio al que Ferguson, atraído por el inevitable morbo del peligro y el pecado, se lanza perdiéndolo todo. No pueden eludirse los matices sexuales de este rodete, semejante a un torbellino que amenaza con tragarlo todo. Pero otro detalle de gran importancia lo diferencia de los de Norma e Yvette: es un peinado impuesto por un agente externo y oscuro. Cuando la verdadera Judy (Carlota/Madeleine) aparece lleva el pelo suelto y revela una personalidad fresca, pero es nuevamente obligada a ‘retorcerse’ para satisfacer el mortal deseo de su necrofílico amante.
Los títulos de la película ya aluden a este símbolo que, históricamente, ha tenido fuertes connotaciones en varios niveles, desde lo natural o biológico hasta lo religioso y artístico. Distintas culturas lo utilizaron como representación del ciclo natural de vida, principio y fin, evolución e involución, por lo que queda demostrada la carga dramática que encierra. La Venusde Milo pareciera despojarse de sus ropas erigiéndose en una suave espiral ascendente. También puede remitir a la pecaminosa serpiente enroscada. Hay algo inmensamente femenino y complejo en esta figura. Por esto mismo no puede pasar desapercibida cuando es utilizada como parte de una exigencia estética. Siendo el cine un lenguaje plagado de símbolos –aunque en este texto sólo me centre en pocos ejemplos- no puede ser entendido como un simple peinado, sino como parte de las peculiaridades psicológicas y emocionales de los personajes femeninos que lo usan, cuando no rasgos portadores del sentido de la entera puesta en escena.
Si pensamos en lo significativo que resulta en el cine el simple acto de soltarse el pelo en una mujer, podremos entender la magnitud que puede tener este peinado. Posesión, de Andrzej Zulawski, introduce al desdoblado personaje de Isabelle Adjani de espaldas, en un plano americano en el que su enorme rodete pesa por tamaño y oscuridad. Pero a lo largo de la película resulta ostensible cómo usar rodete o llevar el pelo suelto determinan cuál es la personalidad dominante. La soltura del pelo implica otros órdenes de liberación que el personaje de Sam Neill no puede aceptar ni soportar, justificándolos en una posesión creada por la negación. El mejor ejemplo de la relevancia de este gesto se encuentra dentro del ambiente de la danza: el desarme del rodete fue uno de los cambios más radicales de las bailarinas contemporáneas, que impusieron un cuerpo liberado, tangible y expresionista.En cambio, el rodete de la protagonista de Bárbara, de Christian Petzold, representa un escudo contra un contexto que amenaza su integridad moral y física antes que una personalidad castradora. En este caso la protagonista es obligada a soltarse el pelo para someterse a un examen invasivo por parte de una agente de la Stasi. Elhermetismo de Bárbara es claramente consecuencia de una coyuntura política, pero la ‘soltura’ de su rodete es la expresión de un espíritu que anhela la libertad y busca sujetar emociones que, dada la circunstancia, pondrían en peligro su vida.
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