Para 1969 el universo Beatle estaba partido; mejor dicho, estaba dividido en cuatro. El ciclo se había cumplido, los muchachos de la banda estaban enfilando hacia los 30 y el círculo se estaba cerrando; esas cuatro personalidades se habían consumado más allá del talento y ya todos sabían muy bien lo que no querían seguir haciendo.

Hace como un mes escribí sobre la mini serie documental McCartney 3, 2, 1 y utilicé todos los adjetivos posibles con respecto a lo definitivo y relevante que significa el testimonio de Paul, un documento que parece una coda mínima al lado de la flamante Get Back de Peter Jackson. Una vez un viejo amigo me dijo: “ojo con quién te metés en la escritura porque te puede perseguir hasta el fin de tus días, puede que sea un lastre perentorio, que vuelva una y otra vez”. Por ello estoy dispuesto a cortar de raíz el tema o al menos a intentarlo, porque puede pasar que dentro de seis meses se publiquen las sesiones de Revolver y así, disco tras disco, aparición tras aparición, yo quede preso de mis palabras para siempre. Se sabe, el universo Beatle tiene mil y una capas, pero la pregunta (interna y universal) se hace inevitable ante cada descubrimiento: ¿se acabarán alguna vez estos archivos?

Lo cierto es que ahora, con estas ocho horas que se vuelven reveladoras y nos llevan al garaje de los fabulosos chicos de Liverpool, aun en su final, que no es ni descolorido ni vetusto, Peter Jackson se cuela en la mitología de la banda más legendaria del rock. Todo el material pertenece al documental Let It Be (1970) dirigido por Michael Lindsay-Hogg, que por mucho tiempo fue el único testimonio de esos días y básicamente el argumento en que los medios basaron su versión del final, una película aburrida, poco imaginativa y que no refleja nada de lo que realmente sucedió. Además, Lindsay-Hogg es un personaje casi insoportable en la película de Jackson, tratando todo el tiempo de impresionar a Los Beatles con sus ideas pretenciosas y aburridas, que sólo inspiran silencios a la banda.

Como se pensó y se dijo por décadas, inclusive de parte de los beatlemaníacos, Let it Be siempre fue un disco vapuleado, menospreciado por los fans y los no tan fans. Está bien, hay razones para discutir los méritos en una discografía distinguida y superlativa, sobre todo desde Rubber Soul en adelante, solamente por pensar en un concepto definido, que en la beatlemanía se compone de un cuerpo cancionero radial y popular. Sin embargo, Let it Be está a la altura de Sgt. Pepper, el Álbum Blanco, Revolver o Abbey Road, pero lo que pasó es que ciertas inseguridades de esos últimos tiempos permitieron que el disco fuera intervenido por Phil Spector, productor de Lennon y Harrison entre muchos otros, quien le agregó a las canciones unos arreglos para lograr su efecto fetiche: la famosa pared de sonido.

Spector estaba embelesado con la posibilidad de intervenir a The Beatles, pero en su condición de productor, y como talibán del artificio sonoro que era, no pudo ver que estaba frente a un material de garaje. Muchos años después Paul dijo que nunca le habían gustado esos arreglos y que los habían hecho cuando él ya no estaba en la banda. El resultado de esas declaraciones fue la publicación de Let It Be Naked, que desestimaba el trabajo de Spector y le permitía al disco reencontrarse con el espíritu con el que había sido creado. Eso es lo que se ve en la película de Jackson, un grupo de muchachos que ya pasaron por todos los hitos que ofrecía la industria en esos años y que ahora se dedican a componer en pocos días un grupo de canciones que se relacionan entre sí de una manera somática; en ese sentido, las 60 horas del material fílmico conservado –según lo que avisa un cartel al comienzo- hacen que Get Back funcione como un diario íntimo de esas sesiones, al que indefectiblemente Jackson recorta para contar una historia que, además de reflejar el momento histórico, cree suspenso y tensión a partir de un almanaque que nos detalla el camino y establece una línea cronológica fácil de seguir.

El éxito, el triunfo de Jackson -que ahora es también el nuestro-, es el haber podido acceder a todo ese metraje encriptado por 52 años en los sótanos de Apple para dejarnos establecer algunas certezas sobre la película, como por ejemplo que Los Beatles son lo más británico que existe (el show completo en la terraza de Apple hace incuestionable esta idea). Que Paul era el jefe y que sabía imponerse de la mejor manera. Un líder por capacidad propia y por un sentido excepcional de la musicalidad. Que después de habernos pasado décadas diciendo que Yoko había sido la semilla de la separación, la película demuestra que no, que lejos estaba de incomodar a una banda que se bastaba por sí sola. Incluso hay más de un momento en el que la catarsis grupal y la diversión pasan por el ingenio de ella. Que, de no ser por estos 468 minutos, sería imposible imaginar y resumir la intimidad de la banda más popular de la historia del rock. Que Ringo es fundamental para la sonoridad del grupo, por su discreto groove, por la simpleza en sus planteos rítmicos, que Paul se encarga naturalmente de complejizarlos armónicamente. Que la separación era inevitable, entre otras cosas, por la puja que había con las canciones de Harrison –alguien que ya tenía un universo propio totalmente constituido- y a su vez por la manera en la que éste observaba las canciones de sus compañeros. Que aun cuando McCartney y Lennon continuaban con su tándem compositivo, sus mundos ya se estaban delimitando: se pueden ver claramente los caminos futuros de John con Dig a Pony y los de Paul con la canción más Wings de Los Beatles: The Long and Winding Road. Y, por último, que es fascinante el espíritu lúdico de esos ensayos: Los Beatles tocan y juegan; juegan a ser Dylan, juegan a ser Elvis; se divierten más allá de los errores, se muestran perdidos por momentos, pero al final siempre terminan dando cuenta del conocimiento sobre el mundo que habitan.

Después de Nunca llegarán a viejos, el documental sobre la primera guerra mundial que Jackson hizo en 2018 con un manejo increíble sobre el material de archivo, el neozelandés nos lleva ahora a un lugar excepcional, a una altura extravagante y lejos en el tiempo y el espacio. Porque hay 50 años en el medio y porque resulta difícil en un principio aceptar la idea de lo que estamos viendo (vale recordar que nadie vio tocar a Los Beatles en esos últimos años de la década del sesenta). Pero por suerte, y aunque por acá no seamos super fan de la banda (me gusta mucho y puedo reconocer la trascendencia de su música y sus conceptos), la película respira un tono necrológico y feliz. Necrológico porque todo el mundo sabe qué pasó luego de aquellas sesiones, y feliz porque el cine, una vez más, funciona como arte del presente en tanto reparación y conservación de un movimiento. Extraña combinación que hace de Get Back el epílogo brillante de una historia única.

Get Back (Reino Unido, 2021). Dirección: Peter Jackson. Música: The Beatles. Reparto: intervenciones de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr y Yoko Ono. Duración: 468 minutos.

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