588745-jpg-r_1280_720-f_jpg-q_x-xxyxxAtención: se revelan detalles importantes del argumento.

El poster, la tipografía, los comentarios pagos de la prensa, todo lo que gira en torno a No respires la anuncia como una película más del montón, inflada con fines comerciales. Pero, a riesgo de utilizar renglones y renglones en pos de explicar por qué, mejor adentrarse en el nuevo trabajo de quien antes osó titular Evil Dead a una de sus películas; como si yo decidiera filmar una de aventuras y la titulara Volver al futuro.

Lo peor de esta clase de películas es que te atrapan. Pero jamás a causa del argumento, sino de recursos técnicos para los cuales estamos formateados por años de bombardeo cultural yanqui. Pero así como recursos técnicos sobran, ideas y criterio faltan. Así como los responsables de No respires seguramente saben que sus tres actores son de cartón, el espectador está convencido que ellos tendrán más oportunidades en esta industria que premia a bonitos y capaces por igual. Acostumbrados a esta clase de protagonistas, no hace falta nombrarlos ni explicarles por qué nunca serán poster en ninguna habitación. Es que ni el guion los salva.

El afiche de No respires es oscuro, con dos ojos sin pupilas y un caserón de ventanas tapeadas: ya tenemos el género. Los actores son de madera, ya sabemos que será mala. Sin quemarse la cabeza, el espectador ya sabe cuál será la trama. No sabe cómo, ni cuándo, pero sí que será la casa o quien la habita, o los tres maderas o algunos de ellos, los que ganen la contienda después de dar vueltas la hora y media clásica que duran estos fordismos. Pero ni bien se levantan las apuestas, a Evil Dead trucho se le cae el ancho. De arranque nomás, y con toma panorámica que se acerca lento al lejano objetivo, vemos a una persona arrastrar a otra: a una rubia damisela. ¡Me quiero volver chango! También tenemos el final… El pobre espectador tiene todos los elementos, solo le resta comer pochoclo y nuevamente ver cómo la van quedando de a uno.

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Sí, sí. El espectador y el lector de esta crítica quieren entrar ya a la casa, pero todavía resta un problema para cruzar la puerta. ¿No había guita para extras? En No respires sólo tenemos cuatro personajes: los tres maderas y el propietario de ojitos sin pupilas. No tenemos vecinos, no pasa nadie por la vereda, no hay ratis, ni siquiera un perro. En diferentes momentos la acción se generará en el exterior pero jamás aparecerá persona alguna, ni siquiera los protagonistas correrán buscando ayuda. Se moverán por las cuadras a sabiendas que nadie los socorrerá, y sin ningún contrato entre el director y el espectador que avise: “Ah, esto ocurre en un pueblo fantasma, o estaba jugando la Selección, por eso nadie pinta”.

Los protagonistas esquivan algunas trabas y por fin están adentro. El punto de vista nos pone espalda con espalda con los tres maderas, la amenaza se ubica en el dueño de casa. Y la amenaza tiene ese detallecito que se ganó el “ok” de algún productor para que ponga la plata y esto se filme, esa boludez que la hace distinta. El propietario es un veterano de guerra, yanqui, y ciego. Listo: si cuando todos nos enteramos del detalle queda alguien que no entendió la película, es realmente para matarlo. Ya están todas las cartas sobre la mesa. Los tres maderas, ni bien entran a la casa, se sacan los zapatos. Un ojo bien entrenado en estructuras narrativas sabrá, ni bien vea el detalle, que se lo muestra por algo. Esperemos.

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Como en las peleas de Rocky, por momentos los maderas asestarán los golpes y, en otros, será el ciego quien los tenga a su merced. Pero, para llegar a esto, en No respires se producen dos cambios sorpresivos, de esos que no generan sorpresa. Los tres ladroncitos, que sabemos hasta el momento siempre se salieron con la suya, esta vez quedan atrapados. Pasan de victimarios a víctimas pero, por sus actuaciones, la situación ni nos va ni nos viene. Sea quien sea que vaya chorrear sangre, que salpique mucho y punto. Aunque recordamos lo que ya sabemos: que la rubia es boleta última, y el ciego la arrastra, y pochoclo, pochoclo, pochoclo. El otro giro en la película se produce cuando el ciego pasa de sentirse solo en la casa a darse cuenta de que está acompañado de intrusos. Es el punto en el que se desatan las acciones más violentas. ¿Y cómo se da cuenta? Por el olor a pata de la rubia. Sí. Y no hay otra manera de decirlo. El ciego caminando por el living olfatea un tufo que no reconoce como suyo. Tantea y encuentra las botas y, de asqueroso nomás, totalmente por morbo, se las lleva a la nariz.

Evil Dead trucho y el capo de la idea de las botas están convencidos que filmaron una obra maestra. Los tres maderas saben que, a lo sumo, los espera una carrera de mostrar el culo o conducir un programa pelotudo de cable, pero nada de fábrica o no llegar a fin de mes. El cieguito se mata en una interpretación que, si abriese los ojos, notaría lo al pedo de su esfuerzo. Pero a esto le falta algo más. «¿No te parece?», le pregunta el capo de las botas a Evil Dead trucho. Y sí, se ponen de acuerdo y le agregan la sorpresita del subsuelo. Aunque acá se acabaron los spoilers, vale la pena aclarar que en el siguiente enredo una jeringa llena de leche intentará llenarle la cocina de humo a la protagonista. ¿Qué tiene que ver esto con la crítica? Pregúntenle a Evil Dead Trucho y el capo de las botas.

No respires (Don’t Breathe, EUA, 2016), de Fede Álvarez, c/Stephen Lang, Jane Levy, Dylan Minnette, Daniel Zovatto, 88′.

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