La nueva película de Sofia Coppola busca llevar al cine la historia real de un grupo de jóvenes de clase media alta del suburbio californiano de Calabasas que comenzaron a meterse en casas de famosos de Hollywood, provenientes de la cultura del reallity show, y a robarles sus pertenencias. Algunas críticas (las de Nuria Silva y Santiago Martínez Cartier) se enfocaron en que se trataría del poco interesante retrato de unos niños ricos que salen a robar por aburrimiento. Sin embargo, el centro y la potencialidad del film no radican en el relato de estos chicos que roban, sino en los contactos y distancias entre ellos y el mundo de la fama al que aspiran. Más que hablarnos de un placer por el robo, por romper con la norma y rozar la ilegalidad, la película nos habla, por el contrario, de un máximo de acatamiento a la norma cultural del mundo de la fama donde la exposición, el mostrarse y verse sexy y cool constituyen el objetivo principal a cumplir.
 
The Bling Ring brilla en sus momentos mas “deslucidos”, aquellos que retratan la cotidiana normalidad de estos chicos ricos, su aburrimiento y poca emoción aún durante los robos que realizan, filmados sin ningún exceso pop, sin música al mango que los adorne, sin ningún “brillo”. El ascetismo con que se filman estos robos (llegando a filmar uno de ellos en un plano general de la casa robada sin ningún acercamiento al hecho y a los personajes) contrasta fuertemente con el exceso de recursos con el que se filma el después del robo, instancia del verdadero placer, que consiste en parecerse a las estrellas mostrándose con sus objetos e intentando vivir como ellas.
Entonces la película brilla porque logra exponer la distancia entre la “realidad” pretendida del mundo reallity, con sus escenas cargadas de melodrama y música, y la “realidad” de los propios personajes que retrata. Brilla también al enfatizar el verdadero centro de la cuestión: mostrarse en el boliche, en las autofotos y en Facebook, ubicando allí el verdadero placer del hecho, y no en el robo mismo como producto del aburrimiento. Brilla incluso en la decisión de retratar a ese momento de descontrol como aburrido en si mismo, con toda la libido puesta en ser vistos. Por esta razón constituye un acierto que el propio centro del relato se desplace del personaje de Rebbeca (Katie Chang), cleptómana desde el minuto uno de la película, al de Nicki (Emma Watson), aspirante a estrella de reallity show (la persona en la que se basa el personaje obtuvo su reality show y paso a formar parte de ese mundo).
Pero es aquí donde la película empieza a fallar. Si había logrado equiparar la banalidad de sus protagonistas con la de los famosos a quienes robaban, retratando el exceso grotesco de estos últimos en sus propias casas y la obsesión con su propia imagen; si, mediante el contraste entre la falta de emoción al filmar los robos y la imagen sobrecargada de los chicos comprando y de fiesta, había logrado exponer la centralidad del placer de “verse sexy” y mostrarse, de parecer exitoso y bello más allá de los medios para conseguirlo; retrocede y se aleja de su objeto cuando reconduce el foco de atención hacia las personalidades de estos chicos y sus vidas familiares: uno con baja autoestima y solitario, una chica abandonada por su madre alcohólica, otra cuya madre esta obsesionada con la filosofía exitista de la autoayuda (y parece seguir una religión basada en el best seller El Secreto). En vez de reflexionar sobre la industria cultural que crea a sus propios personajes (y a los famosos que idealizan), la película carga las culpas sobre ellos mismos y sus familias, dejándonos en una situación donde no sabemos si reírnos de las estupideces que dicen o compadecernos por el destino de los personajes.
Valga aquí la comparación con Spring Breakers. Korine se jugaba a fondo al explotar formal y temáticamente las expresiones de la cultura de masas norteamericana, su estética de videoclip y su mezcla con la cultura gangsta, llevando al extremo sus consecuencias. En The Bling Ring, por el contrario, la propia estética del mundo reallity aparece como si no se supiera nada al respecto, y la película deja de lado los aspectos que llevan a la fascinación con ella y que producen su éxito masivo. El problema, entonces, no es la participación acrítica del mismo mundo frívolo que retrata, sino, por el contrario, la distancia gélida que intenta tomar. Como tratándose de un documental, Sofia Coppola muestra el mundo de las nuevas “estrellas del reallity” por medio de imágenes de archivo y noticieros, sin nunca tratar directamente con ellas. La fascinación monstruosa es mantenida siempre a distancia, como remarcando una y otra vez le brecha entre ese mundo “plástico” de L.A y el de la propia autora. Tan externa es la mirada, que su propia caricatura de los personajes no llega ni a acercarse al grotesco real de los mismos (los interesados pueden ver aquí un video de Alexis Neiers, en quien se basa el personaje de Emma Watson, para comprobarlo).
Cualquiera que se haya enfrentado a ese monstruo del mundo realityllamado Keeping Up With the Kardashians (o su versión local en el Bailando por un sueño de Tinelli) sabe de la terrible fascinación culposa capaz de generar; y entiende que el fenómeno de masas que representan no puede ser abordado con una mera critica externa al propio objeto. Sofia Coppola parece demasiado segura de su ajenidad, de su superioridad cultural e intelectual, como para poder realmente criticar el mundo con el cual se enfrenta. De esta forma, la película llega a explorar la superficie del fenómeno cultural que busca mostrar, logrando exponer la doble lógica voyeurista de mirar y ser visto que se articula como núcleo de placer; y lo muestra genialmente valiéndose de formas propias del cine. Pero cuando debe adentrarse en las entrañas de la bestia, la película retrocede, y entre la burla y la pena nos muestra sólo a un grupo de niños ricos y tontos. Así se reduce un fenómeno cultural contemporáneo y complejo a los caprichos de unos pendejos boludos de Los Ángeles; y sabemos que Sofía Coppola, en cambio, es demasiado cool, intelectual y newyorkina como para tener algo que ver con ese mundo.
Adoro la fama (The Bling Ring, EUA, 2013) de SofÍa Coppola, c/Emma Watson, Leslie Mann, Taissa Farmiga, Israel Broussard, Claire Julien, Katie Chang, Georgia Rock, 95’.

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