La cámara recorre el rostro de Gustavo Fontán mientras éste habla; recorre su cuerpo, sus manos, sus pies; lo recorta. Fontán mira en silencio su imagen proyectada sobre la pared; habla de la vitalidad, de la ferocidad que encierra una imagen que lo desvela, una presencia. “De vuelta lo negro… de vuelta la muerte”, dice pensativo. La sombra de Fontán se configura detrás de un velo, varias veces lo vemos atravesar el plano en la misma dirección. Hay algo que se repite, algo cíclico que, al sistematizarse, se vuelve parte de un ritual antiguo, profundo, reflexivo.
Se trata de una errancia diminuta, que se limita al terreno de su casa de Banfield pero que trasciende el entusiasmo de la palabra, de esa escritura que pierde sentido al permanecer estática sobre el papel. Es una errancia en busca de lo absolutamente cinematográfico, no exenta de intuición y de riesgo, que conlleva latente la posibilidad del fracaso.
No sólo el paisaje.
El documental de Ignacio Verguilla y Mariela Pietragalla no sólo se propone revelar la figura de Gustavo Fontán como realizador, también funciona como una búsqueda interior, como un ejercicio de indagación sobre las posibilidades del documental, de su propio documental. Hay algo notable en esos leves ajustes de encuadre, casi imperceptibles, que suceden más de una vez mientras el director habla frente a la cámara, que son la evidencia de posibles direcciones a seguir, de posibles formas a adoptar. La película parece regirse por ese principio de incertidumbre del que habla Fontán y del cual debe valerse, según él, todo cine que se pretenda como tal. En esos leves movimientos, Reflejos duda y nos lo hace saber; su búsqueda parece suscribir a las palabras del poeta Jorge Calvetti, cuando sugiere la importancia de ver no sólo el paisaje que se presenta ante nosotros, sino aquel que permanece invisible, aguardando que lo descubran.
Salvo que el cuerpo hable.
El documental avanza y las palabras de Fontán se entremezclan con las imágenes de sus películas. Esas interrupciones establecen contrapuntos interesantes entre lo que se dice –lo que él dice- y lo que se ve –lo que él ve-. El propio David Oubiña refuerza esta problemática cuando confiesa que los materiales con los que trabaja Fontán, la forma en que los utiliza para construir su cine, no hacen otra cosa que poner en riesgo una y otra vez a las películas: “Fontán no filma como se debe”, dice. Esas interrupciones establecen contradicciones, porque si en un principio el director se declara más lector que cinéfilo, más cómodo con el peso de la palabra escrita que con la volatilidad de lo oral, luego lo vemos relatar los inconvenientes que le produjo trabajar alguna vez ateniéndose a la rigidez de un guión, y resaltar la austeridad de Bresson y Kiarostami para, finalmente, descubrirse fascinado por la imagen detenida, por la poética que encierra el misterio de los cuerpos retratados.
La revelación del queso y el ropero.
La anécdota infantil que Fontán relata sobre el final, del vecino revelándole las propiedades curativas del queso, y de la esposa de éste, ambos igualmente desequilibrados, dando vueltas alrededor de un ropero que dividía diagonalmente un ambiente de la casa, define en algún punto sus búsquedas futuras, sus preocupaciones formales. El cine de Fontán interviene sobre los elementos de lo visible y lo cotidiano para descubrir en ellos una particularidad poética, una verdad oculta e incomprobable, que puede sanar si se cree en el artificio.
La reflexión de Reflejos es múltiple, porque no sólo entrega la imagen fragmentada de un realizador, sino que se encarga de replicar los ecos de esa imagen en la transcripción fílmica de sus obras, en el recorte y la intervención de las películas que se informa en los créditos finales, y que no hace más que trasparentar los ensayos de un ejercicio crítico, el de Verguilla y Pietragalla sobre Fontán y sobre sí mismos, el de Fontán sobre su propia obra y el de los que escribimos sobre ellos. El paisaje permanece invisible para todos, y hay que ir a buscarlo.
Aquí pueden leer un texto de Gabriel Orqueda sobre El rostro y otro de Marcos Vieytes sobre La orilla que se abisma.
Reflejos (Argentina, 2012), de Ignacio Verguilla y Mariela Pietragalla, 62′. Documental.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: