La idea de individuos mejorados a partir de las posibilidades de la manipulación genética se ha convertido en una suerte de tópico de la ciencia ficción y, aunque haya dejado de ser una novedad, continúa siendo atractiva. La discusión sobre la posibilidad y alcance del hombre modificado de manera artificial contiene ecos del discurso ciberpunk, cuyas implicaciones morales y éticas son temas interesantes, actuales y vigentes. Temas que utiliza Hitman como puntapié inicial, aunque luego los malogre.
La cosa es así: hay un científico que consiguió crear humanos modificados genéticamente. Luego ese científico decide recluirse. Luego lo están buscando. Los humanos modificados genéticamente serían el mejor ejército posible. La clave para dar con el científico está en su propia hija, que también está modificada genéticamente. Un laboratorio y un presunto grupo paramilitar secreto se la disputan.
Entonces, el agente 47 (Rupert Friend) y John Smith (Zachary Quinto) pelean entre ellos y se disputan a la hija del científico (Hannah Ware) a lo largo y a lo ancho de varias ciudades, aeropuertos mediante. Si tuviera más onda sería una road movie, si tuviera más onda todavía podría haber sido una película de persecución porque tenía todos los ingredientes: la hija que huye, los agentes enemistados entre ellos que persiguen el mismo objetivo, y la búsqueda del padre. Sin embargo, todo se empantana en una sucesión de tópicos sin consecuencias: el mapa desplegado en una habitación de hotel, el científico recluido, enfermo y amante de las orquídeas, un pasado traumático ocurrido en la niñez que se rememora en flashbacks en blanco y negro, una amenaza mundial inminente.
Ahora bien, ¿cómo puede una película que surge de una idea más o menos atractiva fallar tanto? Creo que el problema es que, como espectadores, no somos capaces de generar empatía con el agente 47 que, después de todo, es el protagonista. El agente 47 es tan profesional y carente de sensaciones y sentimientos que ha dejado de ser humano. Es una suerte de robot, con el que no podemos generar ningún vínculo. El error del personaje se traslada a toda la película. Hitman, como película, es correcta, pero carece de alma.
Hay algo muy peculiar en el timing de la película, algo pantanoso. Por momentos, parece avanzar en cámara lenta, a pesar de las escenas de acción. La clave es la sensación de distanciamiento que produce en el espectador, quien la observa como quien observa un objeto extraño. A pesar de la familiaridad del argumento, a pesar de la acumulación de tópicos, la película consigue permanecer en una bruma irreal, quizás porque surge de un videojuego, donde operan otras leyes argumentales y narrativas.
Hitman es una película de ocasión que dista mucho de expresar todo su potencial, a pesar de tener algunas escenas de persecución más o menos interesantes y algunos planos ambiciosos (en el buen sentido), como el cenital de la escalera blanca salpicada con manchones de sangre a lo Pollock. Creo que la película no naufraga por completo gracias a Zachary Quinto, quien demuestra una vez más ser un actor capaz de expresar ambigüedad con su rostro. Pocos actores son capaces de hacernos dudar de esa manera acerca de la naturaleza del personaje. Nunca sabemos si es bueno, si es malo, si es ángel o demonio.
Hitman: Agente 47 (Hitman: Agent 47, Alemania/EUA, 2015), de Aleksander Bach, c/Rupert Friend, Zachary Quinto, Hannah Ware, Angelababy, Dan Bakkedahl, 96′.
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