Al ver la tardía versión cinematográfica de On the Road, basada en la novela de Jack Kerouac publicada en 1957, que Francis Ford Coppola intentó por años llevar al celuloide (compró los derechos en 1979) y finalmente produce bajo la dirección de Walter Salles en 2012, al lector apasionado con la beat generationo al espectador cinéfilo se le plantean –mejor dicho, se le plantan de frente- sendas barreras, ya que estamos en el camino.
Para el primero tal vez se asemeje a una pintoresca cáscara (ni siquiera un cuadro, menos todavía una foto) de los tiempos de aquellos jóvenes escritores proto-hippies que dieron luz tal bohemia dionisíaca de poesía, alcohol, drogas, jazz, y sexo mucho antes que cualquier axioma rocanrolero y con mucha más desesperación. Mientras transcurre el film el segundo probablemente se encuentre imaginando un puñado de directores que, si tan sólo Coppola hubiera sido más diligente o tenido mayor fortuna, habrían filmado una épica digna de su fuente. Por caso, Hal Ashby, Bob Rafelson, Monte Hellman, Dennis Hopper, el mismo Coppola, entre otros del movimiento de jovencitos disconformes del cine norteamericano que empezó en los ‘60 y terminó abruptamente en 1980, se dice, con el fracaso de la enorme Las puertas del cielo, de Michael Cimino. Y aún antes, tal vez Nicholas Ray com el protagónico de Brando que soñaba Kerouac pero Marlon desdeñó.
Hoy estamos enfriando las botellas para despedir 2013 y los términos mainstream, blockbuster, industria, fábrica de chorizos, independientes de Miramax y otros son casi domésticos en la charla cinéfila y hace rato que el negocio tomó por asalto el terreno antes librado al arte y al auteur. Salvo alguno que otro, fuera de los márgenes el panorama es más bien impersonal. Sean Penn es un buen ejemplo, casi una excepción como creador de films personales y sin concesiones, desde Bajo su propia sangre(Indian Runner, 1991) hasta Into the Wild (2007), ambas en cierto sentido con reminiscencias de la rebeldía, la disconformidad y la búsqueda características de los beatniks. La primera estuvo inspirada en una canción de Bruce Springsteen (Highway Patrolman), otro gran narrador de historias de ángeles de la desolación perdidos en las carreteras.
En todo caso, Walter Salles no parece justamente el indicado para resucitar y poner en imágenes esta “vida en la carretera” que anuncia con contagioso entusiasmo desde la primera página el propio Kerouac bajo el personaje de Sal Paradise, presto a su viaje iniciático siguiendo el rumbo de Dean Moriarty (en realidad, Neal Cassady, amigo e inspirador de gran parte de los apuntes de Kerouac en cuadernos que terminaron siendo On the Road). Que Salles haya dirigido Diarios de motocicleta, la road movie del Che, no debiera ser un virtual pasaporte para llevarse puesta la biblia beat, pero lamentablemente –yo no lo puedo creer, aunque el tío viene patinando feo- no pocas fuentes mencionan que Coppola quedó prendado de aquel film y vio en el brasileño un potencial intérprete de la novela para su traslación cinematográfica. ¿Si les cuento que el anterior candidato era Joel Schumacher los dejo más tranquilos?
Fuera de esta lluvia de nombres barajados y otros que uno hubiera querido (cuántos harán, a modo de exorcismo, castings soñados luego de un mal trago en el cine), el principal cuestionamiento que puede hacerse a la película es que abreva en la epidermis de la trayectoria de Paradise-Kerouac y, punto por punto, en la ruta, los encuentros y desencuentros, los revuelques en pareja y entre amigos, las curdas, los pueblitos al borde de las interestatales que cruzan Norteamérica, mientras que la novela es sobre todo un monólogo y su poder reside más en las palabras que en la historia, lo cual explica que reconocieran a Kerouac como el Charlie Parker de las letras por su prosa a borbotones, libre, desencadenada e ininterrumpida como los rollos de papel donde tipeaba. Convengamos en que de no ser Salles tampoco iba a ser fácil para cualquier otro: el resultado es una road movieformalmente respetuosa en la ambientación pero sin ese “jazz” aunque haya jazz en el soundtrack y en los bares, sin mucha señal del “enamoramiento por la existencia” que Kerouac aconsejaba desde su celebración creativa y llevó al extremo de la alienación. Aquí están los excesos pero no la locura. Están los paisajes pero no el aire. Están los actores pero no los personajes. Como sucede en tantas otras adaptaciones esqueléticas, cumplen a la hora de contar la historia pero no se ocupan de arrimarle algo de cosecha propia para representar el fuego del que sudó tipeando. A Oliver Stone le achacaban que, cuando se la tomaba con personajes como Jim Morrison y Andy Warhol en The Doors o con John Kennedy en JFK, utilizara en algún momento clave las frases históricas de tales figuras. Bueno, a Sam Riley acá le toca verbalizar aquel famoso párrafo en el que Kerouac declara amar a “los locos por vivir, por hablar, por salvarse, que nunca bostezan ni se meten en lugares comunes y que arden y arden como velas romanas…” No podía faltar una frase tan cinematográfica como complicada de filmar.
A propósito de los beatniks, Kerouac, Ginsberg, Burroughs, ¿vieron cómo últimamente se usa el término “hipster” para calificar cualquier cosa?
Aquí pueden leer un texto de Marcela Ojea sobre esta película.En el camino (Francia / EE.UU. / Reino Unido / Brasil / Canadá, 2012), de Walter Salles, c/ Sam Riley, Garrett Hedlund, Kristen Stewart, Amy Adams, Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, 124′.
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