Una geografía manifiesta declama su presencia en las páginas de En el camino: carreteras, ríos, puentes, trenes, la convierten en la principal protagonista de la novela de Jack Kerouac. Las señales al costado del camino son mojones en el mapa de una travesía sobre todo literaria y existencial; porque la idea que el escritor recrea a través de las palabras y del torbellino de imágenes que nace de ellas es la de la inmensidad, la extensión vasta, frondosa, de un inexplorado nuevo mundo que habita a los personajes y los pone en marcha. Un territorio que sólo puede aprehenderse con la experiencia incansable del viaje. Bastará que tomen la ruta y se lancen a la aventura que la prosa desprolija y atropellada de Kerouac sabrá acompañar con maestría esa efervescencia vital y ese movimiento constante.
Ese viaje transformador, ese horizonte como promesa, son, justamente, los aspectos de la novela que el director brasileño no supo convertir en materia cinematográfica, algo más bien reprochable teniendo en cuenta que el cine tiene en la imagen y el movimiento los secretos de su arte. Amparándose en actores renombrados, Salles se limitó a delinear a sus personajes: los alojó en hoteles de mala muerte, en bares recónditos, en sótanos oscuros donde vibra el jazz, tugurios infames en los que los vemos reír, tener sexo, bailar con frenesí, drogarse. La recreación de la bohemia artística de los años 50 y de su locura desacompasada y enardecida, extraviada y furiosa como el bebop de Charlie Parker, por momentos roza cierta magia.
Sin embargo, algo se pierde en el camino y es el camino mismo que en la novela recorren los personajes. Sal, Dean, Carlo y Marylou van, junto a Kerouac, siempre a la deriva; un deambular que adquiere sentido gracias a ese espíritu antes que nada filosófico del viaje que los hermana. La falta de esa impronta -romántica sobre todo por el tono animista, por el modo en que todos ellos se rinden ante el paisaje- deja a la película sin un leit motiv para sus personajes y termina por reducir la historia a una serie de instantes desperdigados. Mientras en la novela los protagonistas carecen de un destino ya trazado, fijo, y esa es la hermosa sensación de la libertad y el viaje sin rumbo, la película es sólo una sucesión de encierros intercambiables y sin fundamento. Ya sin un propósito, sin un motor que avive la narración, el director sólo tiene para ofrecer un cúmulo de estampas “de época” prolijas y acicaladas.
Falta la experiencia casi mística del desplazamiento y el contacto con lo inexplorado que podemos encontrar en Into the wild (Sean Penn, 2007), mucho más afín al universo beatnik que la película de Salles; un hálito que, paradójicamente, este último supo encontrar en Diarios de Motocicleta, justo allí donde debería haber plasmado el germen de una rebeldía revolucionaria. Está ausente además, y en consecuencia, ese espacio en el que la marginalidad se cruza con el arte. En ese extenso territorio donde los caminos se encuentran, Sal Paradise (el narrador alter ego de Kerouac) se topa con Dean Moriarty. La relación entre el intelectual ávido de experiencias y el nómade descarriado dispuesto a vivirlo todo con intensidad, representa la clásica dicotomía entre la vida y el arte. Dean genera tanta fascinación porque encarna la experiencia más cruda y medular, porque constituye un paisaje humano (el oeste profundo, bárbaro y feroz, alegre y desbocado) que el artista contempla como testigo y que es materia prima e inspiración literaria. Dean manifiesta su deseo de escribir, Sal está imantado por esa vida al límite, y esos deseos y esa fascinación mutua alimentan una tensión que, con velados aires de tragedia, recorre el texto de manera larvada.
Kerouac encabeza uno de los primeros capítulos de su novela con una cita de W.C. Fields. Los días por venir, anticipa, estarían preñados de peligro y de locura; el peligro y la locura de lanzarse por rutas salvajes con compañías también salvajes; emociones que ni Salles ni sus personajes han salido a buscar.
Aquí pueden leer un texto de Andrés del Pino sobre esta película.
En el camino (Francia / EE.UU. / Reino Unido / Brasil / Canadá, 2012), de Walter Salles, c/ Sam Riley, Garrett Hedlund, Kristen Stewart, Amy Adams, Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, 124′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: