kreuzweg-posterEl vía crucis aparece reencarnado en María, una nena de 14 años que decide dar su vida a Dios a cambio de un milagro divino que permita a su hermanito de 2 acceder al don del habla. Las catorce estaciones que recorre Cristo hacia el calvario son recordadas en la cultura por una serie de imágenes pictóricas que representan la pasión, y esa misma función es la que pretende darle la película de Brüggemann.

Primera escena: Última cena. Sentado a una mesa alargada, un cura ortodoxo confiere a sus discípulos los detalles del sacramento de la Confirmación que están prontos a recibir. Los personajes se ubican en el plano emulando al cuadro de Da Vinci, mientras desde el fondo los custodia una cruz. Porque sin crucifixión no habría cristianismo, el sacrificio es fundacional. Camino de la cruz es una actualización del mito sagrado encarnado en el cuerpo vejado de la nena cuyo nombre designa desde el bautismo su destino ligado a la fe. Repetir el Pentecostés, la corporación de la religión: la Iglesia. Pero esta última cena no tiene pascua. No hay resurrección de la carne ni vida eterna.

Las estaciones son marcadas por capítulos que se abren como sentencias acercando cada vez más a María hacia la Cruz. El sacrificio no busca el perdón de los pecados, como suele suceder en las Sagradas Escrituras, sino que ruega por la aparición del milagro, de manera que queda más emparentado con las prácticas mágicas profanas: la ofrenda no para la expiación sino para la modificación de la naturaleza y las leyes que la rigen. Por eso, el ofrecimiento no se contenta con inciensos o dones menores de abstinencia sino que aspira sangre, porque ésta es vida y pertenece sólo a Dios. Sustitución –otra más, porque el sacrificio de animales era ya una sustitución-: sanación de un cuerpo por la entrega del otro. Es necesario dar una vida para salvar otra, como si el orden divino dependiera de cálculos cuantitativos, y la espiritualidad de la matemática. El orden del mundo entendido en términos de armonía numérica.

lea-van-acken-und-florian-stetter-in-kreuzwegDesde los títulos, minimalistas, de pequeñas letras impresas en un fondo negro, hasta la estética ascética de la escena, se presenta la humildad en la representación. Rehuir de cualquier táctica extravagante para no maravillar a través del artificio. Los planos son cuadros inmóviles, la cámara se muestra tan estática como los personajes, imposibilitados de moverse dentro de ambientes cagados de brumas y oscuridad. Porque toda forma de arte puede ser vehículo de Satán si a través de ella se despiertan intenciones blasfemas (en la película, los géneros musicales son un tema central de discusión como arma del mal). En ese sentido, la austeridad es fundamental, y así lo reproduce Brüggemann.

La Confirmación inicia la película, porque es el sacramento que marca la iniciación al culto cristiano, recibiendo al Espíritu Santo. Sin embargo la nena no llega a recibir la unción balsámica que simboliza la concreción de la unión con lo cristiano (con lo “ungido”), por lo que el milagro no se inscribe dentro de la Iglesia. La Confirmación, dice el cura, marca el paso a la adultez, por lo que tanto ésta como la niñez son entendidas en relación con la fe, y no determinadas por la maduración a través de herramientas sociales como la educación, o la familia –esta institución particularmente se muestra debilitada por un clima hostil generado especialmente por la madre como fuerza represora-. Por eso los códigos morales están supeditados a la fe, y no a las leyes civiles. Dentro del terreno religioso la muerte de una criatura, si es en forma de alabanza, encuentra no sólo beneplácito sino orgullo –tal es el que siente la madre de María, luego de su fallecimiento-.

via2Es difícil sentir empatía hacia personajes fanáticos de algo que no compartimos, siendo éste, por el contrario, un factor de distanciamiento. La obsesión de la protagonista y de sus padres hace que aparezcan molestos de tal forma que, por momentos, la película parece condenar el fanatismo a través de la hiperbolización. Asimismo, si bien las intenciones de María son loables, los medios para conseguir el fin son producto de una manipulación, lo que la transforma en víctima. No obstante, la toma final justifica la inmolación santa. El radicalismo de esa fe puesto en escena por una niña podría volverse paródico y, por lo tanto, invertir su significado; sin embargo esto no sucede porque ese sacrificio del cuerpo y del espíritu es recompensado con la aparición del milagro. En contraposición con la escena inicial, recargada de elementos que abarrotan el encuadre cerrado hasta la asfixia; la última es diáfana, espaciosa, al aire libre.

Ciertamente el arte es un arma. De ahí que, más allá de la fe que la película profese, me resulta aberrante la exaltación y la exhortación de la muerte como acceso a un estado superior. Ese tipo de ideal se ha apersonado en las masas varias veces en la historia y ya conocemos los resultados.

Camino de la cruz (Kreuzweg, Alemania/Francia, 2014), de Dietrich Brüggemann, c/Lucie Aron, Lea van Acken, Franziska Weisz, Anna Brüggemann, Michael Kamp, 110’.

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