Desde que se estrenó Rompan Todo, La historia del Rock en América Latina, en las redes sociales la destrozan. Algunos pocos intentan detener el linchamiento virtual, pero lo cierto es que parece que nadie ligado al rock pudo evitar mirarla. Por eso, antes de destripar, crucificar y tirarle botellazos a los productores -como bien se lo merecen-, resulta importante señalar lo siguiente: la serie es muy entretenida.

La producción de este documental de seis capítulos estuvo a cargo de Gustavo Santaolalla y de otros tres apellidos de menor repercusión. Con lo cual, siguiendo los mismos patrones que sigue el documental, vamos a obviar mencionarlos. Esa es la premisa número uno del documental: el Rock para Santaolalla es todo lo que vende mucho. Nada que exista en paralelo a la gran industria, por más que perdure los mismos años o más y aunque en esencia suene también a Rock, merece ser siquiera mencionado. Y aunque ahí se abriría una larga lista de artistas que, para ser justos, están ausentes en este documental, cabe decirse que lo más equívoco de este trabajo es esa arrogancia con la que se autoproclama. Sencillo: ¿A quién te comiste, Santaolalla?

Desde siempre existió una dicotomía en el Rock. Algo así como dos bandos. Lo permitido y lo que no. Lo que más o menos se puede digerir, y el extremo prohibido, peligroso. En consecuencia, con el tiempo se fueron modelando dos grandes mundos dentro del Rock: el que la industria domestica y explota, y aquel al que reprime. Esto también generó, entre otras cosas, las bandas con discográficas detrás y las bandas autogestionadas. Yendo al principio -por lo menos al principio que Rompan Todo marca para la historia en nuestro país-, tenemos a Sandro y a Palito Ortega. Si bien las diferencias entre ambos para muchos no sean muy marcadas, se puede afirmar que Sandro y Palito fueron el principio de esta polarización del Rock argentino. Uno más rockero, más problemático, y el otro más “naif”. Ambos finalmente fueron adiestrados por la televisión. Pero Palito Ortega, en el extremo, se convirtió en un artista de la dictadura y uno de los primeros en idiotizar a las masas.

Esas diferencias, no tan sutiles, pero que nadie, ni siquiera los artistas, se han atrevido a señalar ni denunciar crearon dos mundos diferentes. Y el público del Rock en general, acorde a sus gustos particulares, se inscribió en dos mundos para nada similares, aunque a todo le llamen Rock. Saltando muchos años desde Palito y Sandro llegaron dicotomías como las de Soda Stereo y Los Redondos. Soda Stereo, con canciones que no molestan a nadie y un público domesticado, “conquistó” a toda América Latina. Los Redondos, con su autogestión y con las mil teorías diferentes sobre el contenido de sus letras, generó records de convocatoria en nuestro país y también sufrió la represión de su público, pero en América Latina no la pegaron como el trío de Cerati. Eso también es el Rock para Santaolalla, los del bolillero de Cerati, los que no rompen nada, los que parecen pero no son. En ese sentido comercial de lo que es el Rock se justifican apariciones como la del muchacho de Catupecu Machu y la ausencia total, por ejemplo, del Heavy Metal.   

Suponemos que a los mexicanos que vean el documental, al igual que a nosotros los argentinos, el calor de la vergüenza los va a sofocar. En sentido contrario, a cualquier latinoamericano que no sea de estas dos nacionalidades el sentimiento que puede despertarles es el de la bronca. Parece ser que el Rock según Santaolalla ocurrió sólo en Argentina y México, con algún salpicadito en algún país más pero siempre apuntando hacia los dos anteriores. Brasil directamente fue borrado del continente, quizá porque no hablan español, o porque Santaolalla no pudo hacer grandes negocios en ese país. Eso habría que investigarlo. Pero Sepultura, Ratos de Porao, Titas, Os Paralamas, por citar algunas, brillan por su ausencia.

El material predominante en este documental son las entrevistas. Y más allá del criterio de selección, la lista es larga y un poquito variada. Eso es bueno, sí. Pero priman los jipis y todos los artistas pasivos que la televisión siempre aceptó y utilizó para su negocio. La televisión y las grandes compañías. La televisión, las grandes compañías, y Gustavo Santaolalla.

Hablar de Rock en América Latina sin mencionar las dictaduras es una tarea imposible. Seguramente por eso este documental no esquiva el tema y a cada rato contextualiza con imágenes y relatos lo que pasaba en las dictaduras de Pinochet, de Videla, y de similares hijos de puta en México y en otras partes del continente. Pero el documental se hace el pelotudo y no profundiza mucho. Bien sabemos que las dictaduras de cada país fueron, todas, parte de un plan mayor orquestado por los Estados Unidos. Sabemos también que, junto con la muerte y desaparición de personas, en estos procesos se fortaleció la economía de los grandes grupos que impulsaron estos años sangrientos. ¿Por qué decimos que el documental no profundiza? Porque mientras nos cuenta que Soda Stereo la rompió por todos lados, o que Charly García viajaba para crear obras “maestras”, Santaolalla no nos cuenta qué empresas son las que estaban detrás de estos artistas. Tampoco, por supuesto, menciona a los Estados Unidos como el propulsor de la muerte en nuestro continente. Al borde de abonar la teoría de los dos demonios, la segunda premisa del Rock según Santaolalla es: no molestes, no rompas nada, a lo sumo folcklorizate, total, a la identidad de cada país, los yanquis ya supieron cómo borrarla.

Haciendo fuerza en busca de perlas, este documental nos muestra cómo Charly García se calló la boca con los milicos y cómo después se colgó las medallitas de haber batallado. Tenemos también imágenes de Tanguito, que lo pintan mucho más interesante y menos pelotudo que el interpretado por Fernán Mirás en la película de Marcelo Piñeyro. Y algunos otros pescados muriendo por su propia boca.

El documental de Santaolalla omite algo muy importante. Hagan el esfuerzo y pregúntenle a los primeros cuatro que se crucen después de leer esta crítica si conocen al grupo Arco Iris. Sin vergüenza alguna, Santaolalla menciona a su banda que no inspiró a nadie, que no modificó en nada la historia del Rock en nuestro país, pero omite, nada más y nada menos, mencionar a Cemento.

El Rock en Argentina, lo más honesto del Rock, le debe gran parte de su existencia a Omar Chabán. Le moleste a quien le moleste. Pero Santaolalla decidió obviarlo. Casi borrarlo del mapa. Pero por supuesto, que como buen careta, sí lo menciona para hablar de Cromañón. No dice que en su Cemento se propició la existencia de la contracultura que fue el Rock, y omitir eso es peligroso. Pero sabemos que Santaolalla lo hace con una intención. La misma intención con la que hace todo. No meterse en quilombos, no romper nada y maximizar las ganancias. Esa es la intención que lo llevó a buscar bandas, y a disfrazarse siempre de vanguardia, cuando en realidad sólo agrandaba su ropero. Es la misma intención, la que lo lleva a incluir al pibe Wos, que, sin ponernos a discutir si lo que hace es Rock o siquiera música, le hacen falta muchas batallas para aportar algo importante. Pero Santaolalla necesita seguir enganchado al negocio. Aunque quizá no se dé cuenta que él es uno de los verdugos.

El final del documental es un espacio para que algunos entrevistados imaginen cómo resucitará el Rock, dado que Rompan Todo lo da por muerto. Pero las teorías que esbozan se pierden en el murmullo cerebral del espectador que se morfó seis capítulos sin ver aparecer a los íconos que a él lo representan. Y son muchos. Y en su lugar escuchamos a los que manejaron con sus manos al Rock de Santaolalla y lo hicieron mierda. Los que fusionaron hasta lavarle por completo la cara al más salvaje de los estilos musicales.

Rompan Todo es el documental de la historia de la Industria Discográfica en el Rock. De cómo se apoderaron de algo, lo modificaron y lo destruyeron. De cómo muchos artistas fueron complacientes con esas empresas y se llenaron los bolsillos mientras se hacían los locos, siempre venerados por los grandes medios. Rompan Todo es una radiografía interesantísima de la arrogancia, de cómo muchos músicos se miden las pijas.

Rompan Todo. La historia del Rock en América Latina (Argentina/Estados Unidos, 2020). Dirección: Picky Talarico. Guion: Nicolás Entel, Nicolás Gueilburt. Fotografía: Patricio Suárez, Nicolás Trovato. Montaje: Leandro Aste, César Custodio, Pablo Farina, Manuel Quiróz, Julia Straface. Disponible en Netflix.

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