En lo que al contenido respecta, The Last of Us no es una serie demasiado original. Basada en el videojuego homónimo y creada por Neil Druckman y Craig Mazin, recrea el viejo y querido cine de muertos vivos patentado por George Romero en la década del sesenta. Lo distintivo del planteo es que no basta con el encierro para sobrevivir sino que la pareja protagónica, interpretada por Pedro Pascal y Bella Ramsey, debe atravesar un EE.UU. fantasmagórico y repleto de zombis infectados por un hongo, e interactuar con microsociedades autoritarias que se refugian del peligro del contagio por medio de la violencia. A diferencia del cuento de Julio Cortázar Casa tomada, donde el adentro era el bastión último e inexpugnable de una familia en decadencia frente a un afuera distinto y desconocido que venía a poner en peligro la comodidad propia de lo familiar, The Last of Us exige la huida. Y ante la necesidad de salir hacia el afuera, la serie se transforma en una road movie desoladora que da cuenta -de un modo muy realista- de este mundo en el que la pandemia expandió las desigualdades propias del capitalismo entendido como modo de producción. La historia reconstruye un orden social alterado por un virus y el contagio habilita la idea de exterminio en tanto los zombis son recluidos en campos de concentración. Si en la saga de Romero el adentro debe tornarse una frontera inexpugnable frente al peligro del Otro, enThe Last of Us no existe la posibilidad de guardarse para sobrevivir.
The Last of Us retoma los mitos de los géneros del cine clásico americano. Hay episodios que son dignos de cualquier gran película de zombis. Hay otros que se acercan al cine de aventuras y al western. Y cada uno de ellos están atravesados por el tema de los lazos no filiales: en el vínculo afectivo que construyen los personajes de Pascal y Ramsey, que interpretan respectivamente a un padre que no puede procesar su duelo por la pérdida de su hija y a una hija sin madre, se desarrolla un tsunami vincular del que da cuenta la serie. Así aparecen ecos de la saga de Rocky o de MIllion Dolar Baby de Clint Eastwood, donde los vínculos surgidos de la desesperanza y la tristeza más radical ofrecen el tono narrativo que sostiene la tensión. Tenemos así a un héroe trágico y hermético que evade los rodeos psicologicistas para explicar todo con largos parlamentos vacuos. Joel sólo intenta rehacer su vida, poner en palabras su dolor. Una figura estoica cercana a las que encarnaba John Wayne en el western, quien resolvía los problemas sin palabras. En los westerns clásicos también existía ese conflicto entre un afuera representado de modo violento y anárquico por la figura del indio, y la civilización y el progreso de una sociedad que funciona con unas pautas claras.
El cine entendido como acción no necesita de la palabra dicha para describir un estado de ánimo. Joel y Ellie entienden en cada mínimo gesto de qué se trata el drama que pretenden contarnos. Hay algo de esa poesía fordiana por detrás de la trama de zombis y del fin del mundo que anuncia The Last of Us. En esa devoción por un cine popular que no resigna la belleza se encuentran las grandes virtudes de esta nueva versión del apocalipsis. La economía de recursos termina por hacer conmovedora esa escena en la que el pasado puede ser finalmente puesto en palabras. Así el amor reemplaza al tiempo como remedio contra la tristeza. Como en la carta de Walsh (otro apellido que tiene que ver con el western) a su hija Vicky, la tristeza se metaboliza a partir de un desplazamiento que puede metaforizar lo insoportable del dolor. Lo que Walsh resuelve mediante la invención de la literatura, The Last of Us lo resuelve por medio de una narrativa llena de amor por el cine.
El mundo que relata la serie de Druckman y Mazin es el mundo de los cazadores, propio de los seres primitivos. Individuos que sobreviven a un orden autoritario y que armados con un módico arsenal confrontan con el peligro que representa el Otro como idea. Un mundo en el que los seres humanos sobreviven trasladándose en hordas de un lugar al otro, intentando evitar una muerte violenta. Un mundo sin mediaciones estatales de ningún tipo. Un modo de producción como el capitalista en proceso de metástasis con millones de seres humanos a la deriva por fuera del mercado productivo y social. Los zombis no son otra cosa que una metáfora de ese orden en descomposición y la batalla entre los sobrevivientes y los apestados, una representación del mundo postpandemico en el que nos encontramos.
El sociólogo alemán Ferdinand Tonnies escribió a fines del siglo XIX un libro llamado Comunidad y sociedad, en el que explicaba que había dos grandes corrientes sociales. Por un lado se encuentra la idea de comunidad, donde priman los lazos afectivos dentro de los cuales se incluyen los vínculos filiales y los amistosos. Por otro lado se encuentra la idea de sociedad que incluía los lazos contractuales y racionales.En el mundo derrumbado en el que interactúan los personajes de The Last of Us son los lazos comunitarios los que mantienen lo poco que queda del tejido social. La travesía que realizan los héroes del relato será fundacional para ellos y operará como un nuevo nacimiento. Luego de la batalla, tendrán tiempo para curar sus heridas. Esos momentos de quietud son los más conmovedores y capturan la belleza escondida en las ruinas de este mundo deshumanizado en el que nos toca seguir viviendo nuestras vidas.
The Last of Us (Estados Unidos, 2023). Creadores: Neil Druckmann, Craiz Mazin. Música: Gustavo Santaolalla y David Fleming. Elenco: Pedro Pascal, Bella Ramsey, Gabriel Luna, Anna Torv, Nick Offerman. Disponible en: HBO Max.
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