Un Cronopio no es generoso por principios. Estos personajes, creados por el escritor argentino Julio Cortázar en su libro de cuentos Historias de Cronopios y de Famas (1962), no se conmueven más que frente a sí mismos, enfrascados en su propio ego sensible e idealista. “Con seres así no se puede practicar la beneficencia”, dice el autor. Los Famas, en cambio, ordenados y rígidos, son los ideales para funcionar como autoridad de cualquier sociedad filantrópica.
Eso ocurre en Art and Craft (2014), el documental dirigido por Sam Cullman y Jennifer Grausman que cuenta la historia de Mark Landis, uno de los falsificadores más importantes de la historia. Con un padre marino, héroe de guerra que muere joven, y una madre con la que entabla una relación edípica, un día es diagnosticado con esquizofrenia. A partir de ese momento, pasará por varios institutos mentales en los que demostrará un notable talento para el dibujo y la pintura.
La vida de Landis es la de un Cronopio juguetón y poeta. Disfrazado de cura, viudo solitario, o millonario excéntrico con una hermana muerta imaginaria, dona a los museos falsificaciones de obras de arte valuadas en millones. El único objetivo es divertirse. También ensalzar su figura y engañar a los Famas dueños de museos que lo reciben como un rey cuando les lleva una acuarela de Signac, un dibujo de Walt Disney o un óleo de Picasso. Luego de 30 años en los que sus réplicas pasaran como auténticas, colgadas en -al menos- 46 museos estadounidenses, su máscara griega de filos (amor) tropos (al hombre) es descubierta en 2008 por Matt Leininger, un curador del Museo de Arte de Oklahoma.
Leininger parte de una sospecha y a partir de allí comienza a desentramar un hilo, aparentemente infinito, de estafas que van haciendo caer las fichas del dominó hasta llegar a Landis, un personaje calvo, raquítico y orejón al que todos los trajes que usa le quedan grandes. El Cronopio, atrapado, se rinde frente a la evidencia, en paz consigo mismo y orgulloso de sus logros.
Art and Craft no sólo es la historia de Mark Landis. Hay una apreciación que subyace a la historia principal, a modo de pregunta: ¿Qué es arte? Y otra que remata las jugadas de la falsificación descubierta: ¿Cuándo el arte pasa a ser artesanía? La categoría de valor se pone en tela de juicio y los protagonistas, acorralados frente a un Landis que los burla aún cuando lo descubren -porque copia pero no quiere pintar; no quiere ingresar en el “mundo del arte”- , no hacen más que rendirse frente a una figura inclasificable, que resulta ser un artista en sí mismo. ¿Acaso lo de Landis no es una gran performance que involucra el engaño?
También hay un recorrido cinéfilo que apuntala la creación del personaje. Fanático de películas y series norteamericanas de todas las épocas, Landis actúa, compone. Cada vez que tiene que entregar una pintura en un museo, Landis, el Cronopio, se disfraza de Fama. Su vestuario es variopinto pero siempre refiere a una credibilidad basada en la seriedad y el respeto.
Entonces se presenta como el protagonista de Father Brown (1974), la serie protagonizada por Kenneth Moore, y vive con el código de honor de Simon Templar, el ladrón romántico de The Saint (1966), interpretado por Roger Moore.
Mientras falsifica algún Orozco, Alfred Miller o Magritte en el desordenado living de su casa en Laurel, Misisipi -con marcos baratos comprados en Walmart y café instantáneo- un antiguo televisor color de 20 pulgadas y una videocasetera reproducen al infinito escenas de I Love Lucy (1951-1957), Little House on the Prairie (1974-1983), o películas como Dog of Flanders (1959) de James B. Clark y Gambit (1966) de Ronald Neame.
En una galería de arte, con una copa de vino en la mano dirá: “I never drink… wine”, en referencia a una frase del Drácula de Bela Lugosi, frente a un público que ni siquiera connota el mensaje, como si ese Landis verdadero estuviera ocultándose permanentemente detrás de sucesivas máscaras de cultura occidental.
El guión de Art and Craft remite a una historia lineal. Un timador (y un timado) que busca justicia o venganza, según quién lo juzgue, y la alocada carrera por encontrarlo. El clásico juego del gato y el ratón, bien acompañado por la banda sonora compuesta por el instrumentista de jazz Stephen Ulrich.
Landis no puede ir preso porque sus obras no fueron vendidas sino que han sido donadas; entonces la culpa recae en los curadores de los museos que no supieron identificar las falsificaciones. Centrado en los testimonios reales de todos los protagonistas, el documental mantiene el interés del espectador principalmente por la excentricidad del personaje, tratado en primera persona, y la curiosa cualidad del engaño y el talento que lo resignifican como héroe y villano, según el cristal con que se lo mire.
Dicen que cuando los Cronopios cantan, los Famas van a escucharlos aunque un poco escandalizados porque no comprenden mucho ese tipo de arrebatos. Landis como buen Cronopio, canta su historia cuando es descubierto y ya no puede parar. Entonces los Famas, como son buenos en el fondo, terminan aplaudiendo.
Art and Craft (EUA, 2014), de Sam Cullman y Jennifer Grausman, 89′.
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