Por Nuria Silva.
Un nene le pregunta a su padre sobre la muerte. Lo inquietan particularmente las arenas movedizas. El papá responde que cuando uno muere va al cielo. “¿Estás seguro?” repregunta el chico. “No lo sé” contesta el padre. Que Planetario empiece de esta forma no es casual, porque si bien es una película que se conformada por videos caseros de distintas familias alrededor del mundo cuyo eje central son los hijos -por lo tanto la vida, la prosperidad-, en el fondo es una película sobre la muerte. Es lógico. Dar vida conlleva un nivel de consciencia sobre la propia fragilidad que es vertiginoso y atemorizante. La paternidad es, sobre todo, el lugar de mayor incertidumbre que el ser humano pueda habitar. Uno siente que se convierte en receptor de cuestionamientos cuyas respuestas no arribarán nunca. Entonces dan ganas de preservar a los hijos, de congelar el tiempo, de parar el mundo para el que hay que prepararlos, cuando ni siquiera uno mismo está preparado. Tal vez filmarlos incansablemente sea la manera que encontraron estas familias de suplantar ese anhelo utópico. Un padre tomará la decisión de registrar cada etapa de crecimiento de su hija hasta que él se vaya de su lado, una madre deberá enfrentarse a la posibilidad de que el curso natural de la vida se vea interrumpido al correr el riesgo de perder a uno de sus hijos en la guerra, y así cada uno tendrá un motivo particular (y tal vez no del todo sincero) para hacerlo.
El montaje de los fragmentos seleccionados deja en evidencia una puesta en escena social activada por los propios protagonistas, como la que aparece en las filmaciones de una nena cantando en la iglesia frente a otros feligreses. Donde prevalece la palabra de los mayores –en algunos casos del padre, en otros de la madre- faltará la de los hijos, al menos la verdaderamente personal. Los chicos frente a las cámaras serán el reflejo de las aspiraciones que sus padres depositan en ellos, obligándonos a pensar si acaso es posible desarrollarse como individuo absoluto o si seremos siempre la prolongación de aquello que heredamos. Frustración y tenacidad se conjugan tras los discursos adultos sobre lo que estos padres esperan de (y para) sus descendientes, con una dulzura que puede resultar dolorosa. Lo que queda al desnudo es cierto grado de egoísmo que se esconde tras la idea de tener un hijo. Que haya alguien que nos sonría al volver a casa, que nos ame incondicionalmente, que continúe el apellido, que repare nuestros errores, que realice nuestros sueños y más. Demasiado.
Planetario es una película atípica que reproduce momentos familiares íntimos, por momentos entrañables, por momentos oscuros y plagados de melancolía, en una atmósfera extraña o surrealista, como describe una de las madres al evento de traer un hijo al mundo. Los efectos emocionales -y también físicos- de la maternidad y la paternidad son expuestos a través de las entrevistas que los realizadores llevaron a cabo posteriormente con los protagonistas. Resulta interesante que, aun tratándose de familias de distintos países (Estados Unidos, India, Argentina, Rusia y Egipto), lejos quedan las oposiciones culturales, inscribiéndose todas en un lenguaje común y universal que tiene que ver con las inseguridades y temores que acarrea la crianza. Todas ellas buscarán, de alguna manera, un apoyo externo para llevar a cabo semejante empresa, que en la mayoría de estos casos es la religión. Por eso es casi paradójico que el único padre ateo, más preocupado por preparar a su hijo para el peor de los escenarios que para lo mejor que pueda darle la vida, sea quien al comienzo le diga que hay un cielo que nos espera tras la muerte. No sé si buscando evitarle la cruel respuesta de que, según su pensamiento, nada hay del otro lado, o buscando evitársela a sí mismo ahora que tiene por quien desear lo contrario.
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