Jack Terry (John Travolta, en esa actuación decididamente «cojonuda» que impresionó en su juventud a Tarantino) no se dedica a la edición de sonido de películas medio berretas por capricho o por falta de otras alternativas. Es notable en su trabajo. Ese talento lo tuvo en otro tiempo como parte de un grupo de políticos decididos a terminar con la corrupción de policías y mafiosos: micrófonos ocultos, aparatos de escuchas imperceptibles, la tecnología puesta al servicio de esa cruzada (palabra que uso a propósito y que se volverá a usar más adelante). Pero hay un error, un imprevisto y un compañero suyo será asesinado: Jack cargará sobre su espalda esa Culpa. La expiación trabajando en esas películas también nos dicen algo a la pasada: la idea del cine como refugio.
Es admirable la forma en que De Palma reparte las barajas que comenzarán la partida: la «discusión» con el director con el que trabaja, su preparación para ir en busca de nuevos sonidos en su estudio y las «noticias» que difunde la televisión (un ejemplo de publicidad de campaña electoral disfrazado de programa de noticias). Unos minutos después tenemos la magnífica escena del puente: ese micrófono de ambiente que se asemeja a un fusil, la bella (y aparente) pureza de la noche, el ulular de los animales que la habitan, la pareja que discute la presencia del intruso («¿y si es un mirón»?), los sonidos extraños, la silenciosa calma de las aguas y finalmente el chirrido, el estampido y ese coche que caerá al río y que cambiará la vida de Jack (que cuando ve caer el auto invoca a «Jesucristo»).
Jack advierte, mientras está en el hospital, que la caída del vehículo, la chica que salvó (Sally) y el hombre fallecido (el gobernador McRyan, un posible futuro presidente) son los engranajes de una maquinaria infernal. Lo sabe porque enseguida comienzan los intentos «morales» de presionarlo y lo sabe, sobre todo, porque es un hombre que defiende la Verdad. Alguien le dice a Jack -no importa quién-: «No me vengas con esa tontería de la conciencia». Y ese es el tema acuciante del personaje: una Conciencia que supura culpa y dolor por ese compañero asesinado.
La necesidad de Jack de revelar esa Verdad crece con la secuencia fotográfica del «accidente» que publica una revista. Y acá hago una breve digresión: el antecedente (ilustre) del film de De Palma es Blow up (1966), de Michelangelo Antonioni, inspirado en «Las babas del diablo», un extraordinario cuento de Julio Cortázar. Pero mientras Antonioni se ata a la quietud definitiva de las fotografías para estructurar su película, De Palma, con el mismo material, hace otra cosa: por eso Jack corta de la revista la secuencia fotográfica, cuadro por cuadro, y las «anima», les da vida: las convierte en cine.
Hay muchos elementos deslumbrantes en Blow Out y uno de ellos es la puesta en escena: en el plano que acompaña estas líneas, Jack y Sally se citan en una estación. Sally aparece parada debajo del cartel que dice «Wall Street», es decir, el dinero, el cálculo y la conveniencia. Jack aparece debajo del cartel que dice «Crusader», que remite a Cruzado, en un sentido moral y religioso. Una vez que se encuentran, él la tomará de la mano y la llevará para su «lado».
De Palma es aquí director y también guionista, por lo que se permite decir, opinar, criticar, cuestionar todo un sistema político y de creencias absolutamente aceptadas: en la medianera del edificio donde vive Jack hay unas imágenes burdas y grotescas de Benjamín Franklin y algunos de los otros «padres fundadores». También, cuando Jack recrea el «accidente» con el audio que registró, el lápiz con que va pautando los momentos es, de alguna manera, la batuta de ese Maestro que dirige la película como quien dirige una sinfónica. Más tarde, el jeep de Jack se va a incrustar en una vidriera que reza «Libertad o muerte», con maniquíes de hombres ahorcados, estableciendo que muchos estados se fundan en el crimen o que esa declamación de la libertad también oculta sentimientos y prácticas atroces. También el desfile del «Día de la Libertad» es una celebración que tiene mucho de bufonesca y circense. Ese es uno de los mensajes que establece la película: las representaciones simbólicas de la libertad son una mezcla de palabrerío y circo, porque mientras hay bailes, disfraces y fuegos artificiales, el Poder asesina. Y en esa carrera desesperada e inútil, Jack es el hombre que corre, sólo, en contra de la corriente.
Pocos finales más desoladores que el de El sonido de la muerte, en las tres escenas en que está representado. La primera es la imagen devastada de Jack sentado en el extremo de un banco, escuchando la voz de Sally en esos breves instantes «felices» que tuvieron, indiferente a la nevada (puede escucharse en una banda de sonido imaginaria eso de «cuanta nieve hay en mi Alma»); la segunda es la imagen arrasada de su estudio de trabajo; y la última es la larga pitada a un cigarrillo mientras el grito de Sally se incrusta para siempre en su cabeza. Esa calada no es la de un hombre común: es la de un condenado.
El sonido de la muerte (Blow Out, Estados Unidos, 1981). Dirección: Brian De Palma. Guion: Brian De Palma, Bill Mesce Jr. Fotografía: Vilmos Zsigmond. Montaje: Paul Hirsch. Elenco: John Travolta, Nancy Allen, John Lithgow, Dennis Franz, Peter Boyden, John McMartin. Duración: 108 minutos.
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