En el comienzo del documental, Mario Mactas dice algo así como que existen tres dimensiones: el pasado que no se puede recuperar, el futuro que no conocemos y el presente que es una lucha constante por ver qué es lo que va a ocurrir. En ese planteo, queda claro que Mactas se ubica en ese presente continuo, lo que afirma varias veces desde su propio testimonio. “Estoy operado del pasado” dice para justificar que no tiene fotos de la infancia ni archivos personales. Pero es aún más contundente cuando afirma que “no cumplo años, yo sigo en el tiempo”. Como si la huella de su tránsito por la vida fuera suficiente relato, del que se tienen que ocupar, en todo caso, los demás.
Es una de sus hijas, Mariana Mactas, la que toma para sí ese lugar. Entre la necesidad filial, cargada de los sentimientos hacia su padre, y una necesidad de dar testimonio de una historia que merece ser contada, construye Un tal Mario, tratando de restablecerlo de esas carencias afirmadas por su padre. Más que por sus opiniones y planteos ideológicos –que quedan reservados para un puñado de momentos- y tal vez comprendiendo que, si bien ese costado de su padre puede resultar enriquecedor, pero a la vez algo conflictivo, concentra su relato a partir de tres o cuatro ejes posibles. Momentos que se establecen como marcas distintivas en la vida y la trayectoria de Mactas.
Uno de ellos es el paso por la revista Satiricón, a la que llega de la mano de Carlos Ulanovsky. Esa focalización le permite no solamente recuperar el lugar de su padre en la redacción de una revista mítica de la primera mitad de la década del 70, sino las derivaciones que provienen de ella. En medio de una Argentina convulsionada por la violencia, la revista no solamente se planteaba “contra toda forma de opresión” como decía su slogan, sino por ello mismo, se convertía en un objetivo de las formulaciones de la violencia provenientes de la derecha militar y/o peronista. El episodio Satiricón aparece en la vida de Mactas casi de la misma manera que lo haría la primavera camporista del 73: un interregno de libertad en un país oprimido que duró dos años y que terminó derivando en la violencia paraestatal y el exilio de unos cuantos de sus miembros.
El segundo es otro mito, en este caso, de la radiofonía argentina: el programa “El gato y el zorro” que comparte con Rolando Hanglin desde hace más de treinta años. Mactas y Hanglin dialogan entre sí, se divierten mutuamente y hacen de ese espacio un hecho personal que se transforma en colectivo (hay que pensar en la forma en la que se refiere al programa Alejandro Dolina, o en el traspaso del modelo al teatro). El tercero, es su libro “Monólogos rabiosos”, en donde en el año 1999, años después de su regreso del exilio, desgranaba en forma de textos breves y poesías, aquello que no le gustaba del país que amaba.
Pero quizás el punto más fuerte, el que atraviesa todo el documental, es la intención que desde el comienzo tiene Mariana Mactas por quebrar esa voluntad del padre de no regresar a los lugares en los que ha estado. Desde el comienzo, una serie de mensajes telefónicos, da cuenta de las intenciones de la hija de llevar a su padre a Carlos Casares, a los territorios ligados a la familia y a la infancia, y de las reticencias de Mactas que son cada vez más débiles, más sostenidas por su empeño por no regresar como idea que por una argumentación más o menos sólida.
Es en el tramo final que Mactas acepta y viaja a Carlos Casares. Vuelve a Moctezuma, el pueblo donde pasó su infancia, visita el campo que era de sus abuelos, la escuela donde cursó la primaria, dialoga con la gente del lugar. Ese retorno parece contradecir sus ideas. Ese hombre sin pasado, encuentra el propio en los espacios que persisten y resisten al paso del tiempo –en particular, la visión sobre la escuela-, pero pudiendo resignificar sus ideas. Si volver siempre presupone la perpetuación del exilio –todo viaje, aunque sea dentro del mismo territorio sigue siendo una suerte de exilio-, ahora se vislumbra en las palabras de Mactas, como algo extraordinario, que se despega de lo nostálgico.
Un tal Mario es entonces, la persistencia de una hija que insiste para que el pasado que construyó a su padre no se pierda. Que al menos los mojones más importantes de su trayectoria queden reflejados en un espacio, aunque el propio Mactas parezca reticente a hablar de ellos. En ese sentido, puede verse en Un tal Mario el terreno más fértil y el menos trabajado de los documentales familiares. De un lado, se pierde de vista la necesidad de informar al espectador quiénes son los que hablan de Mactas, aun cuando unos cuantos de ellos sean conocidos por el espectador argentino. O incluso de poner en contexto los fragmentos de su participación en “Badía y compañía” o en el programa que hizo en la TV Pública. Del otro, lo que refulge es la cercanía, la posibilidad que la cámara tiene para acercarse al personaje sin límites, la confianza mutua entre el delante y el detrás de cámara y que permite que aún en la delegación del relato en manos de la hija, un perfil de Mario Mactas pueda quedar construido.
Un tal Mario (Argentina, 2024). Dirección: Mariana Mactas. Guion: Mariana Mactas, Magdalena Mactas. Fotografía: Diego Spairani, Juan Pablo Chaves. Edición: Carlos Torres Cisneros, Miguel Massenio. Duración: 65 minutos.
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