El comienzo con la panorámica cenital de unas plantas en un invernadero, producidas en una empresa de ingeniería genética, plantea de entrada la situación del científico que juega a ser Dios. Esta premisa clave del género de ciencia ficción es utilizada acertadamente por la realizadora austríaca Jessica Hausner en su sexto largometraje Little Joe (2019) para plantear cuestiones vinculadas a la relación madre-hijo, al anhelo de felicidad y al capitalismo. 

Alice (Emily Beecham) es una científica, que junto a su equipo explica las bondades de su nuevo desarrollo: una planta que, si se la cuida mediante el riego y la palabra, recompensa a su dueño por el esfuerzo realizado con la liberación en su aroma de la hormona oxitocina, que le producirá la sensación de felicidad. El equipo está ansioso por presentar su nuevo cultivo genético en la próxima Feria de las Flores.

Por otra parte, Alice al mismo tiempo que una científica dedicada y obsesiva es madre de Joe (Kit Connor), su hijo preadolescente. De esta manera, como también lo ha hecho Alice Winocour en su última película Proxima (2019), Hausner introduce el conflicto inherente a toda mujer entre el deseo de hijo y el deseo de otra cosa. En este tironeo, privilegiar el desarrollo profesional es vivido frecuentemente con culpa. En una sociedad donde los resabios del patriarcado hacen difícil separar la mujer de la madre, todavía para muchas mujeres es aún un desafío poder vivir su deseo femenino, sin el peso superyoico de ser mala madre. El conflicto de Alice se instala desde el mismo nombre que lleva la planta: Little Joe, que es también el nombre que tiene su hijo y que, en tanto más pequeño y más nuevo, compite con él. ¿A cuál de sus dos hijos va a defender y proteger Alice? ¿Es posible orientarse hacia lo femenino sin sentirse culpable?

La referencia frankensteiniana al creador y su criatura está presente y, como suele ocurrir en las convenciones del género de ciencia ficción, algo falla en el experimento. Las otras plantas diseñadas se mueren, el perro de la criadora Bella (Kerry Fox) no la reconoce como su ama y reacciona hacia ella con violencia. Se descubre entonces que Alice ha empleado, para crear a su criatura, un vector no permitido por la comunidad científica. Con el fin de maximizar el efecto aromático de la planta, le ha inhibido su capacidad de reproducirse, la ha vuelto estéril. La planta se defiende, entonces, infectando a través de su aroma a los humanos, a quienes no sólo produce la sensación de felicidad sino también la desafectación de cualquier otro interés que no sea hacia la propia planta.  

La inspiración de la directora en Los usurpadores de cuerpos (Phillip Kaufman, 1978) es también evidente. Pero no opta tanto por el camino del terror sino más bien por el suspenso y la atmósfera de extrañamiento propia de lo siniestro. Los cambios que produce la planta no son sustanciales como volverse zombies, sino más sutiles y el efecto de lo siniestro se produce en el punto de no poder reconocer a los allegados (y por ende reconocerse en ellos), que parecen ahora una suerte de autómatas cuya única emoción es una felicidad cínica, insensible e incongruente con las situaciones que atraviesan.  

Hausner consigue mantener el suspenso y el interés del espectador en el film al sostener la ambigüedad (hasta bastante avanzado el relato) de si la afectación que la planta produce en las personas que toman contacto con ella es la proyección paranoide de conflictos internos no resueltos de los personajes o si, por el contrario, en verdad la planta los infecta. Pero resolver esta cuestión no es lo esencial. Lo interesante es más bien el uso que la directora realiza de la mutación que la planta produce en las personas, que es empleada como estrategia para hablar de otras cuestiones.

El cambio que la planta produce en los personajes, en primer lugar, metaforiza el drama psicológico interno que se juega en la relación entre Alice y su hijo, siendo clave en este punto la referencia a El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde (Stevenson, 1886). Alice está separada del padre de Joe, y pasa mucho tiempo en el laboratorio, pero al mismo tiempo, como manifiesta en la sesión de terapia, continúa preocupándose por Joe como si fuera todavía un niño. El padre de Joe propone que vaya a vivir con él al campo, pero tanto Alice como Joe se resisten a la idea. Como hace patente el plano que los toma a ambos desde fuera del hogar, uno en cada ventana, separados por una columna de ladrillos, es de la separación entre madre e hijo y de los miedos que ella conlleva de lo que se trata en la película. Así las cosas, la mutación química que produce la planta presentifica y produce la separación que les cuesta efectuar simbólicamente a ambos. Desde el lado de Joe,  representa la metamorfosis de la pubertad por la cual se vuelve más rebelde, menos comunicativo y más interesado en su padre y en su noviecita Selma, que en ella. Del lado de Alice, efectúa la posibilidad de perder a ese hijo que ya dejó de ser niño y de cederlo al padre, además de interesarse por un hombre, su compañero de trabajo Chris (Ben Whishaw). Los efectos de la planta revelan entonces los deseos reprimidos inconscientes de cada uno de ellos: del lado de Alice el deseo de pasar tiempo consigo misma y en su trabajo, del lado de Joe, la orientación hacia el padre y hacia las chicas. 

Por otra parte, la mutación que produce la planta en los personajes, desinteresándolos de cualquier otra cosa que no sea ella misma, sirve a los fines de metaforizar los efectos del discurso capitalista. Este discurso se rige por el imperativo de la productividad y por ende produce consumidores, que se ven consumidos en el único interés por esas mercancías que oferta como señuelos de la felicidad absoluta. Todos los miembros del equipo de la empresa de biotecnología se obsesionan con proteger y propagar a Little Joe, sin la menor empatía por aquel que es diferente, vulnerable o menos productivo como lo es el personaje de Bella, quien tiene mayor edad que el resto y ha sufrido  alteraciones mentales en el pasado. La película ilustra acertadamente cómo el discurso capitalista forcluye la dimensión del otro, porque privilegia el hedonismo del ego.

Siguiendo esta línea, es innegable también la critica a la industria farmacéutica que propone, con los antidepresivos y ansiolíticos tan en boga últimamente (que se recetan muchas veces como si fueran caramelos sin el debido control ni la necesidad), una suerte de solución mágica al dolor que conlleva el hecho de vivir. Todos felices consumidores pero carentes de cualquier otra emoción o pasión, indolentes respecto de la angustia, del dolor, de la tristeza, de la empatía como parte de la vida.

La separación madre-hijo no tiene porqué darse sin angustia ni conflicto respecto de las determinaciones sociales y familiares. Y tampoco es un proceso que se cumple de una vez y para siempre, sino que se renueva en cada nueva etapa de separación, implicando haber podido atravesar un duelo cada vez. Alice y Joe pueden separarse a partir de los efectos químicos que la planta produce en ellos. El cambio de posición subjetiva no se da como efecto del trabajo subjetivo propio  del recorrido del duelo o de la puesta en cuestión de las determinaciones inconscientes; incluso aunque Alice esté asistiendo a terapia psicológica. En este punto, se puede leer también el avance de las neurociencias respecto de las terapias psicológicas y además las frecuentes dificultades en la separación respecto de la madre como consecuencia de la caída del padre (en tanto instancia separadora) en la época contemporánea.

Estas lecturas posibles del film se acompañan desde lo formal por una dirección de arte plenamente consciente, donde se destaca el orden, la simetría, la prolijidad y la asepsia propias de la frialdad, el cálculo y la eficiencia intrínsecos al discurso de la ciencia, y centrales para crear el clima de lo siniestro. En Little Joe, Jessica Hausner ha logrado revelar magistralmente el horroroso cinismo agazapado tras la promesa de felicidad del capitalismo.

Calificación: 8/10

Little Joe: El negocio de la felicidad (Little Joe, Reino Unido/Austria/Alemania/Francia, 2018). Dirección: Jessica Hausner. Guion: Jessica Hausner, Géraldine Bajard. Fotografía: Martin Gschlacht. Montaje: Karina Ressler. Elenco: Emily Beecham, Ben Wishaw, Kit Connor, Kerry Fox, David Wilmot, Lindsay Duncan. Duración: 105 minutos. Disponible en Kabinett.

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