El gran acierto de George Lucas en la primera trilogía de Star Wars fue el matizado de la ciencia ficción uniendo la novela de iniciación, las películas de samurái y el western. El gran error del mismo George Lucas en la segunda trilogía fue olvidar todo esto y pasarse al lado oscuro de la fuerza spilberiano donde el show del efecto especial debía disimular (suplantar) la falta de una historia sólida y personajes lo suficientemente carismáticos para sostenerla en forma de saga, precuela y hasta continuación. El fatídico error de J.J. Abrams en la última trilogía de Star Wars fue quedarse a medio camino de todo lo bueno de la primera trilogía (y eso que los sacó del placar de los recuerdos a Harrison Ford, Mark Hamill y Carrie Fisher) e inocularse todo lo malo de la segunda para, prácticamente, terminar en una especie de simulacro de Star Wars tan olvidable como, realmente, impresentable desde el inicio hasta su torpe final.

Pero Jon Favreau apareció con The Mandalorian, entendió bien donde estuvieron los errores de los directores anteriores y rescató lo que ya parecía perdido a pesar que Rouge One (2016) había logrado tirarle un salvavidas importante a la saga que Han Solo, una historia de Star Wars (2018) se encargó, no obstante, de agujerar luego.

Favreau corta por lo sano y va directamente al western. Sí, The Mandalorian es un western interestelar (ligeramente clásico a veces, spaghetti otras) donde hay tabernas, desiertos, pistoleros, sheriffs, cazarrecompensas, buenos no tan buenos y malos no tan malos, bólidos motorizados que hacen de corceles, fuegos en medio de las noches desérticas, bandoleros, caudillos locales, aldeas desprotegidas con campesinos aterrorizados, muchísimos tiros (laser) y una historia tan pequeña como hermosa: la relación -¿redentora?- de un cazarrecompensas temerario y un niño desprotegido al cual, lo que queda del Imperio, le quiere hacer daño sacándole, literalmente, la sangre para clonarla.

El inmenso Werner Herzog (que interpreta a El Cliente) le pidió a Favreau, según cuenta él mismo la leyenda, que al niño -esa suerte de “Baby Yoda” que aparece desde el primer capítulo de la primera temporada- no lo hiciera digital y lo dejara en forma de animación mecánica, es decir, como muñeco, como marioneta. Gol al ángulo: la ternura del “Baby Yoda” es infinita en esta estética de western intergaláctico y matiza toda la deslumbrarte violencia que aplica Mando (gran Pedro Pascal) para protegerlo.

Y allí la Fuerza se hace poderosa: en el sentido -¿paternal?, ¿lo que falló entre Luke y Vader?- de la protección entre un solitario sobreviviente errante con su credo de honor de una raza guerrera sin planeta y condenada al nomadismo interplanetario y un niño inocente de todo al que se lo quiere volver un arma de destrucción masiva. Mando lucha por sostener esa inocencia en una galaxia donde, al parecer, entre sus miles de planetas, estrellas y lunas, no tiene ni un mísero rincón para hacerlo, para protegerlo; una galaxia donde todo es disputa política dentro de un nuevo orden instaurado por una Nueva República tan o más prepotente que el orden imperial que corrió bélicamente entre guerrillas, Jedis y ejércitos rebeldes ensamblados por más que su ideología, aparentemente, fuera “la correcta”.

Media hora, poco más, poco menos, dura cada capítulo de los ocho que componen cada temporada (dos hasta ahora) de The Mandalorian y esta dinámica breve es fabulosa: personajes recurrentes, singulares, adorables hasta en lo despreciable, que se dosifican en un argumento simple pero totalmente llevadero; The Mandalorian es para disfrutar, no para pensar ni para analizar mayormente. Es entretenimiento del bueno que apela a tocar mínima y máximamente (el capítulo final de la segunda temporada cala hondo por todos lados) las entrañas de la nostalgia para los viejos seguidores de Star Wars y ganarse a un público nuevo que creció decepcionado con el bodrio de Abrams y la omnipresencia oportunista de Disney.

Nick Nolte (inmenso), Carl Weathers (el gran Apolo que también dirige un capítulo y lo hace genial), Gina Carano (¡hermosa!), la voz del infumable Taika Waititi (autopercibido actor además de director, al parecer), Giancarlo Sposito (por siempre, Gus y su pyme de Los pollos hermanos…), Ming Na Wen (aquella siempre recordada doctora  Jing-Mei Chen de ER, emergencias), Temuera Morrison (inolvidable en la tremenda Fuimos Guerreros, de Lee Tamahori), Rosario Dawson (hipnótica), Michael Biehn (¿cómo olvidar al padre de John Connor?), Horatio Sanz (Saturday Night siempre presente), Timothy Oliphant (sheriff Bullock en cualquier planeta posible), Bill Burr (aquel Patrick Kuby de Bracking Bad)… ¡Werner Hezog! (el más grande, lejos, pero lejos)… Todo un bestiario de actores clase A-B con un compromiso enorme con sus personajes en la serie que vuelven aún más deliciosas las aventuras del mandaloriano y su rara odisea de proteger al “Baby Yoda” y llevarlo, en el mejor de los casos, con un Jedi -que, aparentemente, es con quien pertenece el niño- para que lo entrene y lo cuide.

Emotiva, entretenida, con un argumento tan simple como sólido y con una majestuosa puesta en escena al servicio de la historia y no siendo “la historia en sí”, The Mandalorian es de lo mejorcito que anda dando vuelta en el universo de las plataformas audiovisuales en este mundo donde el cine, durante casi un año, ha sido relegado y donde el poder de la imagen -como una suerte de oda a la teoría de los “medios calientes” del gran Marshall McLuhan- ha copado la sincronía de las historias ficcionales: de las buenas y de las malas…Pero que, no obstante, con The Mandalorian encuentra un momento de calidad excepcional y presto a que siga sucediendo. Por eso, después de dos temporadas geniales, que se vengan muchas, pero muchas más aunque entremedio esté El libro de Bobba Fet.

The Mandalorian (Estados Unidos, 2019). Creador: Jon Favreau. Elenco: Pedro Pascal, Werner Herzog, Gina Carano, Giancarlo Espósito, Carl Weathers, Ming Na-Wen, Chris Bartlett. Disponible en Disney+.

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