Es conocida la fórmula de André Bazin que dictamina una separación entre aquellos cineastas que creen en la realidad frente a otros interesados en la imagen. Se trata, en sus propias palabras, de dos tendencias íntimamente enemigas que, por ende, solo en raras ocasiones logran consolidar una síntesis. La base del desacuerdo radica en la contraposición entre el respeto por los materiales registrados por la cámara frente a la deliberada inclinación a manipular, a exhibir ostentosamente los trazos que guían las formas y el encolado capaz de unir elementos dispares. El documental, discurso sobre la realidad, parece un campo propicio para problematizar la ya de por sí conflictiva relación entre ambos términos, los cuales son, por otra parte, determinantes dentro del derrotero artístico y vital de Jorge Acha.

Thálassa, un autorretrato de Jorge Luis Acha (2017) se sitúa en el centro de esta dicotomía para diluir sus fronteras. Si la división baziniana quedaba resumida en dos frases ilustres (la interrogación de Rossellini: “La realidad está ahí. ¿Para qué manipularla?”, a lo que Godard responde “¿Y por qué no?”), el recorrido por la obra cinematográfica, literaria y pictórica de este artista experimental muestra a las claras la imposibilidad, o mejor dicho la negativa a tomar partido por alguna de estas opciones. Sus directores  -Gustavo Bernstein, Carlos O. García y Alfredo Slavutzky- muestran simultáneamente un interés por dejar fluir libremente los elementos capturados de la realidad durante el rodaje y al mismo tiempo complementarlos con estrategias que abren el camino de la exégesis, de una voz que, aunque en sordina, reflexiona, interpreta aquello que las imágenes despliegan.

El propio título comienza por edificar un juego a doble banda en el que comulgan el respeto por la “realidad en bruto” junto al reconocimiento de la arbitrariedad de la mirada, al papel jugado por las decisiones de puesta en escena. Como en la célebre Autobiografía de Alice B. Toklas en la que Gertrude Stein articulaba desde su propia firma la narración de la vida de su amante (generando un cortocircuito que conducía a problematizar la construcción en primera persona, fundamental en cualquier libro de memorias), en este documental son los amigos y discípulos de Acha los responsables de organizar los trazos del autorretrato. Pero si en Thálassa la aparente disparidad resulta productiva, esto tiene que ver con el hecho de que sus directores, al mismo tiempo que no ocultan sus funciones, que no esconden las costuras de la enunciación del documental, tampoco ceden a la tentación de subrayar su presencia en la organización de los materiales. Al guiar el trabajo bajo la lógica del found footage, Bernstein, García y Slavutzky buscan ordenar, aunque sea mínimamente, el acervo de Jorge Acha iluminando algunas zonas complejas de su producción a partir de las propias palabras del artista. En este sentido, la materialidad no manipulada de la entrevista que Rodrigo Tarruella y García concretaron a fines de los ochenta opera un contrapunto con la exhibición de fragmentos de sus obras, de sus cortos de juventud y de la lectura de pasajes de sus textos provocando la aparición de unos sentidos que enriquecen ambas partes. Entonces, cuando Acha elabora un canon de películas para llevarse a una isla desierta, declara enfáticamente su interés por el porno o argumenta acerca de sus ideas sobre el cine como una gran mentira opuesta a la realidad, sus palabras, su claridad conceptual y su calidad como narrador oral sirven de contrapeso al carácter enigmático que aún hoy presentan muchas de sus imágenes. La labor de los discípulos, por lo tanto, apunta a trazar un camino de identidades que permite homologar aquellas opiniones traídas desde el pasado y hacerlas jugar a la luz de la propia trayectoria del director. Y es en este gesto carente de énfasis pero al mismo tiempo estructural para entender la propuesta, el lugar en el que se tornan visibles las marcas del propio discurso. Por mencionar un ejemplo entre los muchos que pueblan la película: en la entrevista, Acha se explaya en referencias al cine de Armando Bó e Isabel Sarli caracterizándolo como un kitsch auténtico, un cine salvaje. Inmediatamente sus palabras se intercalan con los planos de Standard en los cuales Libertad Leblanc (histórica contracara de la Coca) aparece cubierta exclusivamente por unas luces de árboles de navidad y con las estampitas de figuras que integran esa Argentina imposible. En este juego combinatorio, como sucede en otros momentos, las reflexiones del director y las imágenes de sus filmes se interpelan mutuamente. Es en estas instancias en las que se torna patente el papel constructivo del montaje (en otras palabras, su intervención dentro de la realidad) donde emerge el trabajo de puesta en escena específicamente aplicado por los tres discípulos.

En el vaivén continuo entre la entrevista y el material de archivo la lógica estética y comunicacional de Thálassa no apela a algo externo al universo del propio director al momento de intentar configurar nuevas tramas significantes. Por ende, no se trata de un documental explicativo sobre la obra ni de una propuesta que apunte a fines didácticos que pretendan clausurar los posibles sentidos emergentes; por el contrario: si el film es efectivamente un autorretrato y al mismo tiempo se recorta como un ensayo esto se vincula a que aquellas imágenes que complementan esa larga conversación doméstica y distendida entre amigos son las del propio Acha. Así, el director nunca deja de hablar de sí mismo, aún cuando refiera a un cineasta como Folco Quilici, obsesionado al igual que él por los mares, por el océano.

Entre la aparente dicotomía entre la realidad y la ficción, Acha parecería inclinarse por la primera. Afirma indirectamente esto cuando relata que todos los veranos leía Moby Dick, salvo uno en el que se fue de viaje con el libro. Enfrentado a la naturaleza descubierta en el viaje (tema clave en cierta zona de su producción plástica y cinematográfica) el arte, la ficción, pierden espesor. Aunque, como también narra en la entrevista, el cine haya sido capaz de salvarlo al revelarle la posibilidad de fabricarse unos anteojos para protegerse del sol. En este lugar intermedio, en el que, según la anécdota recogida en sus Escritos póstumos, un ave se toma el agua para sus acuarelas impidiéndole seguir pintando pero al mismo tiempo la aparición del pájaro (de esa realidad no manipulada) permitirá su evocación en el diario de viaje, se condensa lo que probablemente sea el núcleo de su poética: un juego que reúne la naturaleza y la estilización, la vegetación y el cartón-piedra. Una estrategia que el autorretrato firmado por esos discípulos (es decir, por los responsables de preservar su legado) logran sostener.

Thálassa, un autorretrato de Jorge Acha (Argentina, 2017), de Gustavo Bernstein, Carlos O. García y Alfredo Slavutzky. Idea original y guión: Gustavo Bernstein. Entrevista a Jorge Acha: Carlos O. García / Rodrigo Tarruella (cámara: Alfredo Slavutzky). Imágenes del mar y locución: Gustavo Bernstein. Música original: Guillermo Silveira. Música Sacra: Ēriks Ešenvalds / Thomas Jennefelt. Música adicional: Genaro Garbarino. Montaje: Gustavo Bernstein. Edición de imagen y sonido Néstor Adrián Borroni. Producción: Asociación Civil para la difusión de la obra de Jorge Acha.

Link para ver la película: https://vimeo.com/201430917

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