¿Por qué el mundo entero conoce a Walt Disney pero la gran mayoría de los argentinos no sabe quién fue Quirino Cristiani? Para algunos la respuesta está en ese proceso imperialista llamado colonización cultural y en nuestro excesivo amor hacia todo lo que venga del extranjero; otros opinan que debido a sus posturas políticas algunos actores poderosos de nuestra sociedad lo “borraron” de la historia; y los hay quienes aseguran que su olvido se debe simplemente a que él mismo decidió escaparle a la fama, recluyéndose en un pueblito del interior del país. Como sea, lo cierto es que Quirino Cristiani es un ilustre desconocido de nuestra cultura –incluso entre los cinéfilos- y Sin dejar rastros es un documental-homenaje que viene a echar un poco de luz sobre la vida y obra de este pionero de la animación, un largometraje dirigido por Diego Kartaszewicz quien junto a Héctor Cristiani -nieto del maestro- y un grupo de animadores proponen salvar del olvido su obra.

Sin dejar rastros reconstruye la vida de Cristiani través de entrevistas a referentes del cine y la cultura general, como Manuel García Ferré, Raúl Manrupe o Norberto Galasso, y material de archivo audiovisual, acercando la obra y los momentos sobresalientes de su biografía al espectador, retratándolo como un soñador, un artista adelantado a su época, un alma aventurera y libre. Cristiani fue un pionero en el cine de animación e inventor de una particular técnica para animar los dibujos hechos a mano, dándoles vida de forma “mágica” y convirtiéndolos en imagen-movimiento con un método alternativo al de los celuloides que comenzaría a usarse años más tarde. Fue un autodidacta con educación bohemia que aprendió a dibujar siguiendo su instinto e inspiración; uno de sus primeros trabajos fue como dibujante callejero de caricaturas: el desafío era ilustrar a su cliente en menos de un minuto al costo de un centavo. Dicen quienes lo conocieron que era un hombre sensible, muy comprometido con la sociedad, vegetariano y naturista, un verdadero emprendedor que llegó a tener su propio estudio de animación y creó una escuela de dibujos animados por correspondencia con capacitación y salida laboral.

Cristiani logró varios récords en su vida: realizó el primer largometraje de dibujos animados de la historia del cine (El apóstol, 1917), el primer largometraje animado sonoro del mundo (Peludópolis, 1931), es el autor de la primera película de animación censurada en el mundo (Sin dejar rastros, 1918) y de la primera película Argentina con sonido óptico (El mono relojero, 1938), y también creó el primer campamento nudista de Argentina y, posiblemente, de toda Sudamérica. Sin embargo, a pesar de la importancia de su obra para la cultura de nuestro país, su archivo histórico no ha sido resguardado y la mayoría de sus películas se fueron perdiendo entre los incendios y el olvido.

El historiador del cine de animación Giannalberto Bendazzi asegura que Quirino hizo tres largometrajes de argumento político porque nunca pensó en los niños. La idea de películas de dibujos animados pensados para los niños nació en los años ’30 en los estudios Disney, y es una idea que se extiende hasta nuestros días. La gente aún sigue creyendo que la animación es un arte exclusivamente para niños pero, en realidad -concluye Bendazzi-, “no lo es, no lo fue, y no lo será”.  El mismo Cristiani relata, en un archivo fílmico imprescindible, una anécdota con el propio Walt Disney: cuando el empresario cinematográfico vino a nuestro país a presentar Fantasía (1940) lo visitó en su estudio y, mientras charlaban sobre la factura de Peludópolis, se sorprendió al enterarse que la había realizado él solo, cuando ellos necesitaban al menos 50 personas para hacer una película de ese estilo. También cuenta que Disney quiso contratarlo para que formara parte de sus estudios en Estados Unidos pero Quirino no quiso saber nada y lo rechazó amablemente, pues toda su vida trabajó por su cuenta y no hubiese soportado laburar bajo las órdenes de un jefe.

En 1958 perdió gran parte de su material en un incendio en su laboratorio, el cual reconstruyó con mucho esfuerzo; un nuevo incendio en 1951 arrasó con casi todo el edificio y el agua terminó el trabajo del fuego, quedando solo cenizas de aquellas gemas de su cine. Lamentablemente de aquellos largometrajes solo sobrevivió el que tal vez sea el menos representativo de toda su filmografía: El mono relojero, una película en blanco y negro para niños que adapta el cuento homónimo de Constancio Vigil con adaptación de Eleazar Maestre. Fue la primera película en la que Cristiani utilizó acetatos en lugar de sus clásicas figuras dibujadas y recortadas a mano.

Luego del incendio Quirino dejó sus sueños de lado y se mudó a Unquillo, en Córdoba, y se asentó en una casa que fue bautizada “Cineville”. Solía decir que Unquillo era una ciudad mágica, su lugar en el mundo.

Quirino Cristiani perteneció a una generación de artistas que dejaban la vida por el arte y  los ideales, hombres comprometidos que lo daban todo por sus novedosos inventos y querían cambiar el mundo a fuerza de trabajo constante e ideas originales. Es por eso que este rescate y homenaje a nuestro pionero del cine de animación mundial es de vital importancia no solo para los cinéfilos sino también para la historia de nuestra cultura en general.

Sin dejar rastros (Argentina, 2015), de Diego Kartaszewicz, 66′.

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