Los niños y el terror. Una combinación recurrente y a menudo fructífera. El universo desde la perspectiva adulta despojado de inocencia y habitado con la inquietud de un horror tan presente como indecible. Ese es el punto de partida de Poderes ocultos -cuyo título original «De uskyldige», El inocente, refuerza su dimensión ambigua-, escrita y dirigida por el noruego Eskil Vogt, asiduo colaborador de Joachim Trier, celebrado por su trilogía de Oslo, cuya última entrega, La peor persona del mundo (2021) resultó consagratoria. Vogt esquiva ese universo más mundano y agridulce de Trier para hundirse en el género, cuyos contornos expande más allá de su imaginería tradicional de oscuridades y sustos agazapados. Y la clave de su aproximación está en la elección de una perspectiva infantil, que elude el mundo adulto apenas como contorno para sumergirnos de una vez en los miedos y los poderes de la infancia.

Ida (Rakel Lenora Petersen Fløttum) llega a su nueva casa durante el verano: un inmenso conglomerado habitacional en las afueras de Oslo. El viaje transcurre tranquilo, con la imagen luminosa del paisaje, asediado insistentemente por sonidos que llegan desde el fuera de campo. Cuando Ida gira su mirada descubrimos a su lado a Anna (Alva Brynsmo Ramstad), su hermana mayor, quien celebra con sonidos insistentes la nueva morada de la familia. Dentro del espectro autista, Anna demanda la atención de su madre y despierta en su hermana una mezcla de inquina e intriga desdibujada. La estancia en ese luminoso verano será apenas el descubrimiento de los alrededores, parques y bosques que visten de verde el lugar. Pero en ese pretendido paraíso hace su aparición Ben (Sam Ashraf), un niño solitario que introduce a Ida en la crueldad y el misterio de la telepatía.

Lo que transita Vogt es esa frontera que separa lo visible de lo intuido, ese mundo de fragilidad infantil que concita una conciencia del mal difusa pero abierta a peligrosas exploraciones. El dúo formado por Ida y Ben, posibles marginales devenidos en verdugos, se enfrenta a la intuitiva alianza entre Aisha (Mina Yasmin Bremseth Asheim), una niña criada por su madre enferma, envuelta en rezos y plegarias, y la inocente Anna, cuyo secreto poder también agita su interior. La cámara de Vogt penetra en esa lógica interior a la mirada infantil, irradiando una atmósfera tiesa en esa luz diurna que todo lo invade, capturando no solo la curiosidad por la emergencia del poder sino también la conciencia de su límite. Sin moral social adulta, lo que queda es un territorio regido por una ética primitiva y silente.

Terror sin terror. Un imaginario ausente en un escenario que resulta límpido de oscuridades y lúdico en su exploración. El rigor de Vogt es asfixiante y su puesta en escena calculada al milímetro apenas deja lugar a la exuberancia del género, conteniendo en la geografía funcional el intento de rebeldía infantil que busca destruirlo. Como el mundo mágico y tenebroso del otro lado del espejo que alimentara el sueño de Alicia en la fábula de Lewis Carroll, Poderes ocultos convierte esa cotidianeidad suburbana en una extraña pesadilla, tan parecida a la realidad que resulta imposible despertarse.

Aquí puede leerse otro texto sobre la misma película.

Poderes ocultos (De Uskyldige, Noruega, 2021). Guion y dirección: Eskil Vogt. Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen. Edición: Jens Christian Fodstad. Música: Pessi Levanto. Elenco: Rakel Lenora Petersen Fløttum, Alva Brynsmo Ramstad, Mina Yasmin Bremseth Asheim, Sam Ashraf, Ellen Dorrit Pedersen. Duración: 117 minutos.

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