Hoy se cumplen veinte años del estreno de Nueve reinas y la ocasión es propicia para reencontrarse con la notable ópera prima de Fabián Bielinsky. Y es un reencuentro que se manifestó como absolutamente gozoso. Permanecen inamovibles muchas de las cuestiones que nos deslumbraron en aquel entonces: su increíble fluidez y destreza narrativa, los placeres que depara un guion excelente, actores y actrices en el papel de sus vidas y también, vistas a la distancia, algunas sorprendentes profecías que la película enuncia claramente. 

En su superficie Nueve reinas es un policial. ¿Es un policial? Sus protagonistas son personas que viven de estafar incautos, que están fuera de la ley pero que no portan armas: en la película no se dispara ni un solo tiro y la ausencia policial es absoluta y casi toda la violencia física que se ve es «calculada», una violencia que es parte del artificio.

El género policial es, como pocos, propicio para borronear sus contornos, alterar sus coordenadas y terminar haciendo o contando otra cosa. Algo de que lo que hace, por ejemplo, Clint Eastwood en Poder absoluto o en Crimen verdadero. En ese sentido Nueve reinas es más cercana a la novela negra que al policial clásico, porque mientras este nos narra hechos y acciones que se zambullen en lo delictivo o ilegal o criminal, la novela negra tiene una mirada más amplia ya que a partir de esos elementos suele manifestarse como el espejo de un cuadro o situación social.

El primer plano de Nueve reinas es muy revelador de lo que vendrá: vemos a Juan (Gastón Pauls) encender un cigarrillo nuevo con la brasita de uno ya casi consumido (mientras se escucha, muy lejos, el ulular de una sirena). Un cigarrillo que recién se enciende y otro a punto de extinguirse. Hay una constante apelación a lo nuevo y lo viejo. A lo encendido y a lo apagado. A algo no determinado que está tomando forma y a algo que está perdiendo la que tuvo. O para encontrarle otra metáfora: algo que está a punto de «hundirse», en todas las acepciones que conocemos.

Cuando salen del maxikiosco de la estación de servicio Marcos (Ricardo Darín) suelta el brazo de Juan y después de soltarlo empieza a tirar hacia los costados un montón de artículos y objetos que lleva en sus bolsillos: ¿qué mejor imagen de un barco que se desprende de su lastre para intentar estabilizar su rumbo? 

Marcos ni siquiera tiene celular y manguea monedas para hablar por teléfono. Es un pez chico, de timos y estafas pequeñas que será devorado en un hotel de Puerto Madero, lugar y ámbito creado y forjado por peces grandes.

A los pocos días de pactar y pautar la escritura de este texto, mi amigo y compañero Gabriel Orqueda tuvo la amabilidad y generosidad (habituales en él) de enviarme un listado de películas que le gustaban mucho a Fabián Bielinsky o films que eran o fueron su guía o inspiración. Es una lista con muchas obras maestras y grandes películas. Y es una lista con curiosidades. Pero la mayor curiosidad de esa nómina no se desprende de algún título de una película mala o pésima sino de una ausencia. Esa ausencia es la de la película con más notorias coincidencias y semejanzas con Nueve reinas: Casa de juegos (1987), el debut como director de ese notable guionista que es David Mamet. Las similitudes son notorias: ambas películas tratan sobre timadores, en ambas hay pistolas de juguete, personas alrededor de una mesa jugando con cartas y fichas, un anillo, y también comparten un plano idéntico: el inicial de Nueve reinas, ese que ya mencionamos con Juan prendiendo un cigarrillo y caminando hacia el maxikiosco de la estación de servicio es absolutamente igual al de Lindsay Crouse cuando camina por primera vez hacia el bar, refugio, lugar de encuentro de los timadores.

Pero Nueve reinas se desmarca rápidamente de esas semejanzas, aunque señalarlas no invalida ninguno de los enormes méritos que tiene la película de Bielinsky; y digo más aún, Nueve reinas tiene muchas más rotundas pegadas en puesta en escena y dirección mientras que las bondades de Casa de juegos se centran mucho en las astutas argucias de su guion (incluso hay una frase en Casa de juegos que explica muchas cosas de Nueve reinas: «las razones están en el pasado»).

Siempre es incómodo hablar de actuaciones pero es justo señalar que el tridente protagónico, Darín, Pauls y sobre todo la Valeria de Leticia Brédice, jamás estuvieron tan bien y presumo que no lo estarán así nunca más. En la novela negra y en el cine negro, a los que como dijimos Nueve reinas pertenece, es esencial la entonación, lo que se dice y cómo se dice (por ejemplo, cuando Marcos comenta «técnicamente hice un reajuste unilateral de dividendos» la réplica de Juan lleva una milésima de segundo: «lo cagaste»), la rapidez o la pausa de las reacciones, y hasta la fuerza o debilidad de una mirada. Y hay un trabajo muy meticuloso en ese aspecto (y en todos los demás).

Pero como en el mejor cine clásico, la película es un pequeño festival de notables actores de reparto: Oscar Nuñez como Sandler, Alejandro Awada como un pesadillesco vendedor de lo que fuere, Ignasi Abadal como Vidal Gandolfo y la superlativa presencia y voz de Elsa Berenguer como Berta (en un papel que en una remake tendría que haber hecho Helen Mirren). Gloriosos todos.

Para el final, las profecías. La primera, ya referida, después de salir del maxikiosco: Marcos tira lo que lleva en sus bolsillos y saca una barra de chocolate que sustrajo del local y dice: «Kranchy, elaborado en Grecia: este país se va a la mierda».

La escena previa al desenlace contiene otra: Marcos y Juan caminan hasta el banco donde quieren hacer guita el cheque con que les «pagó» Vidal Gandolfo pero se encuentran con una multitud agolpada en la puerta, cámaras de televisión y ningún presagio auspicioso. Marcos llega hasta la puerta y logra hablar con un «conocido» (que también le recuerda cómo lo estafó) que le dice que ese cheque es auténtico pero que ahora no le sirve de nada. La turba presiona, las puertas del banco ceden… Del gentío emerge Marcos con el (ahora) inútil cheque en la mano y en su mirada hay una comprensión absoluta del desastre. En su mirada ya no hay agudeza ni ironía ni astucia: sólo el terror de saber que ha sido despojado de hasta el último de sus morlacos.

Cruce de miradas sin palabras con Juan y de la cabeza de Marcos va a descender un único y contundente gotón de sangre: Juan le ofrece un pañuelo para secarse y después de mirar el cheque y el pañuelo ensangrentado Marcos vuelve a correr e ingresar en las fauces de la sucursal bancaria y en su carrera tira el pañuelo; la guita es más importante que la sangre derramada. Y esa gota de sangre derramada es una forma sorprendente de preanunciar los acontecimientos que tendrán lugar más de un año después, en aquellos espeluznantes y cruentos días de diciembre del 2001. 

Nueve reinas (Argentina, 2000). Guion y dirección: Fabián Bielinsky. Fotografía: Marcelo Camorino. Montaje: Sergio Zottola. Elenco: Ricardo Darín, Gastón Pauls, Leticia Brédice, Tomás Fonzi, Alejandro Awada, Oscar Nuñez, Ignasi Abadal, Elsa Berenguer. Duración: 114 minutos.

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