11779791_919645001415480_5232394052196725400_o Paula transcurre en Pergamino, la ciudad capital de la pampa sojera bonaerense. La primera imagen de la película es una parcela de campo vista al ras, en la que unas plantas crecen en medio de un charco de agua oscura. La siguiente imagen es la de unos perros que roen huesos en una quema de basura. Uno, satisfecho, se echa de costado, se duerme y ronca. A continuación, con los títulos de la película, la joven protagonista se despierta de un sueño espeso.

Paula es una película que fluye por los resquicios que dejan el argumento, el montaje, la puesta en escena que, en rigor, crece por dispersión. Las voces de los personajes se superponen: el diálogo de una pareja de chacareros (que parecen disfrutar de un tiempo libre eterno, apenas interrumpido por idas al pueblo, cálculos y preparativos de fiestas) se oye junto con los diálogos de los chicos, los otros grandes protagonistas. Estefi y Pablo administran una estancia; de los chicos de la pareja, sobre todo de la genial Amelia, se ocupa Paula con eficiencia y cariño. Al menos hasta que, una mañana, descubre que está embarazada. A partir de entonces su preocupación primordial es conseguir dinero para pagar el aborto clandestino. Una mujer sin rostro, que finge escribir en un recetario, le dice que el costo del tratamiento asciende a los ocho mil pesos. Como no se trata de la compra de un electrodoméstico, le aclara que no podrá pagar en cuotas.

Aborto y agricultura tóxica forman una pareja temática en la película. En la sala de espera de la clínica donde Paula y otras jóvenes esperan, se oyen las voces preocupadas de unos locutores con tonada cordobesa que critican el uso del glisfosato, del crecimiento de casos de personas enfermas de cáncer, de los bebés que nacen con, así las llaman, “malformaciones”. ¿Demasiado explícito? Tal vez no tanto, si se notan los avances sin obstáculos de la agricultura de alto rendimiento en laPaula-2-e1456338510344Argentina. Dos veces la película registra una avioneta fumigadora por el cielo imponente del campo mientras la familia entera está reunida alrededor de la pileta. Pero el veneno no distingue entre clases sociales: Pablo comenta al pasar que treinta novillos han muerto, una perra se devora a sus crías (por lo que será sacrificada), Estefi se preocupa por unas manchas extrañas en la piel de Amelia.

¿Y Paula? Recorre el camino de la estancia al pueblo en búsqueda de comida (pan, en particular, lo que da entrada a la historia de una amiga que, como puede, se preocupa por ella), de Berna, su partenaire, y de dinero para pagar el aborto. Consigue poco: algo a cambio de una motoneta, que no es suya y por la que deberá pagar; otro poco de unos cajones de la casa. Su pareja no tiene dinero y la abandona a la orilla del río. En ese punto, el film lo abandona también a él.

No es verdad que la película de Eugenio Canevari no explique nada. Quizás por momentos explique (o moralice) demasiado. A veces, tanto Paula como los espectadores esperan un poco de solidaridad por parte de los estancieros. ¿Ilusos? Cuando la chica le 1280_151015010328_bigpide un adelanto a Estefi y ella se lo niega, Pablo le pregunta a su mujer qué quería Paula. “Nada”, le responde ella. Contra ese proceso de anonadamiento lucha la protagonista. Canevari es severo con su clase de pertenencia: la gran secuencia final −el cumpleaños de Nachi (un adolescente a lo Gus Van Sant que no pronuncia una sola palabra en toda la película)− muestra a un conjunto de adultos despreciables vestidos de manera impecable para la fiesta que hablan de compraventa de bebés en el Chaco y de los consecuentes chantajes, de herencias repartidas de manera sospechosa, de la “moda de la adopción” (en boca, una vez más, de Estefi). En esa fiesta la mirada de Paula se cruza con la de otra joven. ¿De dónde se conocen? El final abrupto del film, como un acto de magia, como el fin de una pesadilla, alienta entonces algunas expectativas favorables para el destino de la chica.

Acá puede leer un texto de Manuel Andrade sobre la misma película

Paula (Argentina, 2015), de Eugenio Canevari, c/Denise Labatte, Estefanía Blaiotta, Pablo Bocanera, 67´

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