
El punto de inicio de Partidos es relativamente sencillo: recuperar la voz de un grupo de argentinos que se exiliaron durante la década del 70 y que recalaron en Madrid y Barcelona. En ese comienzo, incluso, se insinúa un recorrido que se va a trazar entre padres e hijos, como un intento de revelar una verdad que permanece oculta. No deja de ser interesante que esos momentos en realidad establecen una ruptura que parece insalvable: un relato que falta como consecuencia de un dejar hacer mutuo. Padres e hijos argumentan esa ausencia en la necesidad de no generar dolor en el otro, a partir del traspaso generacional de la experiencia. Preguntar se vuelve doloroso. Contar se vuelve doloroso. Para el que lo hace y para el que lo recibe.
La cámara es lo que parece exorcizar en cierta medida esos miedos. Como si al contarle a un tercero la propia historia (en los padres) y las dudas (en los hijos) todo pudiera ser menos doloroso, y esos miedos lograran exponerse. Contra cierta tendencia que se vislumbró en los documentales de los últimos años, en los que el peso se sostenía en los recuerdos de quienes nacieron o crecieron en un exilio que no entendían (La Guardería, Villa Olímpica), Partidos elige sostenerse en un equilibrio que se deja seducir antes por el recuerdo de quienes lo vivieron en primera persona, que de aquellos que lo sufrieron como consecuencia de la decisión familiar. En unos y en otros termina latiendo la misma certeza que provee de título al documental: sus historias están partidas por el exilio. Entre dos territorios o entre dos tiempos. Unos y otros tienen sus puentes tendidos –la familia, los lazos de amistad- pero a la vez se manifiesta la imposibilidad de una sutura. Lo que lo resuelve, en palabras de los protagonistas, es una sensación de pertenencia que oscila entre no ser de ninguno de los dos lados y mantener un delicado equilibrio entre el lugar de nacimiento y en el que tuvieron que desarrollar su vida. Un estado de exotismo interminable, como lo pone en palabras una de las hijas: ser argentina en Madrid, hablar en castizo en Buenos Aires son huellas de un desencaje que no se puede resolver.
Esa partición no solamente se revela en lo espacial, sino que se manifiesta una y otra vez en lo temporal. Hay un punto en el que el tiempo de permanencia en el exilio se volvió una fuerza más poderosa que la referencia al lugar de origen. Un punto literalmente de no retorno. Algunos de los entrevistados cifran ese momento en el acomodamiento a una nueva sociedad en la que pudieron insertarse. Otros lo ponen en el momento en el que los hijos estaban a punto de entrar en la adolescencia, con lo que ello implica en el establecimiento de lazos con el mundo que los rodea. Si para todos el exilio se volvió una suerte de año cero –en una réplica de la forma en que las religiones cuentan los años a partir de la aparición de sus profetas máximos-, entre esa punta y el momento en el que se decide la imposibilidad de retorno, se juega una especie de tiempo ciego e inestable en el que todavía no se está del todo en España ni se decide el regreso a Argentina. La contundencia de los números en el presente lo resuelve aún más: cuando los entrevistados recuerdan que llevan más de 40 años en la tierra donde se exiliaron y que ese tiempo es mayor al que vivieron en el origen, se comprende que en ellos la partición se construya más como una idea situada en el pasado que en el presente.

La complejidad de lo que implica el exilio no se restringe a la idea de volver o no volver –algo que también estaba presente en Tus padres volverán, sobre el exilio uruguayo pero tratando igualmente la encrucijada que implicaba el desexilio como una suerte de nuevo exilio para la generación de los hijos-. Pero centrado en esos elementos, sin poner en disputa lo político/ideológico –apenas si se señalan algunas militancias previas al exilio que no se profundizan-, Partidos prefiere poner el eje en la lectura que los entrevistados hacen de su historia. Aparecen allí algunos elementos no transitados habitualmente, que ayudan a trazar un mapa menos lineal, más poblado de curvas, y por tanto de mayor intensidad personal:
*La referencia al exilio que hace uno de los entrevistados, en relación con la juventud propia –pero alentando una generalización que se propone antes que en el yo, en el nosotros-. El contraste entre la dictadura argentina que comenzaba su período más virulento y la llegada a la España que estaba empezando a salir de la dictadura franquista no puede aparecer de manera más brutal en el recuerdo. Si la idea es que “no habíamos vivido la juventud”, como lógica en el contraste de la Madrid convulsionada por el destape cultural, no deja de resultar llamativo que la misma persona encuentre la descripción de ese momento de traslado en una frase como “nos quedamos sin guión y con la vida por delante”. Aquello por lo que se luchaba queda atrás y hay que empezar de cero. La historia se vuelve, en esa frase, un papel en blanco que hay que escribir y que no tiene roles asignados de antemano.

*Respecto del habitual cambio en las formas del habla –y del lenguaje que la acompaña- entre los dos países, lo que generalmente se banaliza como parte de la adecuación al contexto, adquiere otra potencia cuando una de las entrevistadas va más allá de su propia definición del cambio en “la música del idioma”. “El concepto patria no me dice nada, pero la patria la fijo en la lengua”, dice para comprender que ese cambio banal es en realidad más profundo de lo que se puede creer. Una patria que, se advierte, cambia cuando se sale con una valija y se llega con una maleta, como sintetiza la misma voz.
*Los retornos plantean una tensión que cada uno de los entrevistados resuelve a su manera. Se vuelve, pero con límites. Está la familia. Quizás algunos amigos. El universo de origen ha quedado restringido a unas pocas personas y espacios. Los que volvieron –porque no aguantaron más o porque encontraron el hueco por donde reinsertarse, como el periodista en el Juicio a las Juntas- pudieron acomodarse y reconstruir desde algún lugar lo que el exilio les había quitado. Los que no volvieron y regresan de tanto en tanto, concluyen de manera implícita en la pertenencia más al otro lugar que al de retorno. Hay uno que, en cambio, se atreve a resolver esa cuestión en una frase: “Hoy vuelvo a Madrid. En Buenos Aires no tengo un lugar al que volver, solo tengo una construcción mía”. Entre lo concreto y lo ilusorio, entre el presente y lo que se dejó atrás, Partidos señala una y otra vez esa ruptura solo para intentar comprenderla, y desde ella, complejizar aún más la significación de la experiencia del exilio.
Partidos, voces del exilio (Argentina, 2022). Dirección: Silvia Di Florio. Guion: Andrés Habegger y Silvia Di Florio. Fotografía: Gustavo Cataldi. Montaje: Marcela Sáenz. Sonido: Carlos Olmedo. Música original: Nardo González y Silvia Di Florio. Entrevistados: Malena Alterio, Juan Carlos Gastaldi, Alicia Halperín, Maruja Lamana, Carolina Rieznik, Quique Rivero, Andrés López, Pablo Gastaldi, Laura Gastaldi, Juan Irigaray.
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