No, sobre Logan de Mangold, no puedo escribir. No quiero sacarme esa película del cuerpo. No quiero darle distancia para objetivarla, criticarla, reseñarla; ya Paola Menéndez lo hizo de forma excelente resaltando todo el simbolismo que generalmente se le quiere ningunear a una película de este tipo, basada en un comic. No, no quiero volverla a ver nunca tampoco. O quizás sí, en muchos años, para reactivarla, precisamente, en el cuerpo. Como me suele suceder con las tragedias shakespeareanas, en especial, el Rey Lear. Sin embargo, sí, sí puedo escribir de los minutos antes de ir al cine a verla, cuando con Marcos Vieytes hablábamos de una de mis grandes obsesiones (más que pasiones): el ajedrez. Los ajedrecistas más precisamente: tipos, gente que me fascinan de forma muy singular. Sí, sí puedo escribir de cuando le contaba sobre los grandes duelos de Garry Kasparov contra Anatoly Karpov, de las 144 partidas por el título del mundo que jugaron, de las 21 que ganó Kasparov, de las 19 que ganó Karpov, de las 104 tablas que hicieron; de que en cada uno de los 3 matches por el título del mundo que jugaron entre el 85 y el 91 hubo drama, épica, violencia, espías, política nacional e internacional, agentes, prensa, complots, mediums, el soviet y su apogeo y caída, el neoliberalismo y su apogeo, el mundo y sus cambios, occidente y sus cambios, el ajedrez como potentísimo símbolo de todos ellos con su abrumadora presencia entre el deporte, la ciencia y la poesía. Sí, sí puedo escribir que desde 1886 hasta la fecha, sólo han habido 16 campeones del mundo; que en 1985, a casi 100 años de historia “oficial”, sólo hubo/había 12 campeones; que claramente es la elite de la elite del deporte dónde sólo prima el poder cerebral; que el primer match entre Kasparov y Karpov duró casi 6 meses; que Karpov perdió 10 kilos; que Kasparov era un insolente pendejo de 22 años (10 menos que Karpov) que venía remontando un 5 a 0 (el que ganaba primero 6 partidas era el campeón). Sí, puedo escribir de que hubo suspensiones, histerias, fuertísimas intervenciones políticas, cables escondidos, más complots. Sí, puedo escribir que Kasparov fue, finalmente, campeón del mundo un año después para dominar durante casi 15 años de manera abrumadora este deporte/ciencia/arte. Sí, puedo escribir del maravilloso gesto que tuvo Karpov con su gran rival -lejos de cualquier ironía- regalándole una “simple” revista de ajedrez, cuando, muchos años después, Putin puso en prisión a Kasparov por diferencias políticas. Sí, puedo escribir también de la gran frase que me dijo Vieytes cuando, después de hablarle de esto y de Capablanca y su padre, y de Fischer y su madre, y de los mitad judíos y el ajedrez, me dijo: “Y pensar que con historias así, todavía hay boludos que se emocionan con el Nuevo Cine Argentino”. Pero no, de Logan no puedo escribir, no quiero escribir, pero sí puedo escribir de la mujer que me vuelve muy loco en este último tiempo; desde hace mucho tiempo; esa mujer de piernas infinitas que detesta la zumba y se ríe de los lúmpenes que se caen de los árboles en las plazas haciendo tela. No, no puedo escribir de Logan, pero sí puedo escribir de ese Charles Xavier senil y la relación particular que tengo con mi padre; de las montañas sagradas del sintoísmo donde los hijos cargan a sus padres sobre la espalda para dejarlos morir; sobre el gordito al final de la película con su muñeco Wolverine en brazos exactamente igual al que tiene mi hijo desde el año y medio de vida. No, no puedo escribir sobre Logan, pero sí puedo escribir sobre La Leyenda del Sol y la Luna de los aztecas mientras ese domingo -pos sábado de haber visto Logan– preparaba mi primera clase sobre literatura latinoamericana para la vuelta a clases y notaba cómo en ese concilio de Teotihuacán, para que haya luz y oscuridad en el mundo, los dioses se sacrificaron; cómo la inmortalidad es un peso para los dioses que la quieren canjear por mortalidad a la primera de cambio; cómo la vida en el universo ha sido la primera de cambio; cómo el ateísmo no es más que una forma simbólicamente desesperada de representar la orfandad de dioses en el mundo después de sus canjes y sacrificios como principios de la existencia. No, no puedo escribir sobre Logan, pero sí puedo escribir sobre ese lunes 6 de marzo donde volví a dar clases (a pesar del paro; o sea, me pegan una patada en el culo si lo hago) y del chico de uno de los años superiores, que, a la vuelta del recreo, hablando distendidamente con otro de sus compañeros, le dijo: “¿Viste Logan? A mí me emocionó… El final me pegó acá… Usted, profe, ¿la vio?”. No, no puedo hablar de Logan, pero sí puedo decir que ese “acá” era el corazón y que ese chico está aprobado en la materia sin que él todavía lo sepa (se enterará recién en diciembre) sea cual sea la nota que se saque durante el año. No, no puedo escribir de Logan, pero sí que la cruz invertida  -la misma que para el oligofrénico de Aguinis era la espada de doble filo en la bazofia de su novela homónima- para ese gordito con su Wolverine en brazos y la niña doblemente huérfana, es una X. Siempre será una X. No, no puedo hablar de Logan, pero sí del gran Johnny Cash sonando tanto en el tráiler como en el final de la película y de cómo I see a darkness en su voz me conmueve hasta la médula y no paro de escucharla una y otra vez al igual que I need you de Nick Cave y ese hijo que se le murió y que nunca le deja ni le dejará de doler.

Pues no, no puedo escribir sobre Logan ni quiero. Pero sí quiero escribir sobre el Rey Lear, los ajedrecistas, lo que me dijo Vieytes, la mujer que me vuelve loco, los dioses desesperados por sacarse su inmortalidad de encima, mi padre, las montañas para dejar morir, el gordito que tiene el mismo muñeco que mi hijo, mi hijo, Wolverine, los mitad judíos, los huérfanos, mis clases, mis alumnos, las cruces invertidas, los escritores oligofrénicos, Johnny Cash, Nick Cave, el cine… El cine que nunca hay que sacarse del cuerpo para que las otras cosas que representa o puede representar, justamente, perduren: ese bellísimo sacrificio que ocurre en la sala oscura iluminándose de fílmico en la pantalla; de mundo y vida en sus historias más primarias entre los créditos del principio y del final, si es que lo hay.

Logan (EUA, 2017), de James Mangold, c/Hugh Jackman, Patrick Stewart, Dafnee Keen, 137′.

La que sí escribió sobre Logan es Paola Menéndez en este texto

 

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