En lo que a Dios le llevó crear al mundo, Flanagan narra su historia –con la salvedad de que el séptimo día, en lugar de dedicarse al descanso, lo plagó de terrores-. Si en las recientes producciones para Netflix el director llevó a cabo transposiciones de obras literarias ligadas al gótico, ahora es a través de una creación absolutamente propia desde donde ingresa al género para renovarlo o, mejor dicho, para apropiarse de una forma del gótico más moderna, dónde la monstruosidad muda de piel para convertirse en una crítica al cristianismo y otras instituciones.

Teniendo en cuenta el trabajo de Flanagan sobre obras de Stephen King, no es de extrañar que la historia de Misa de medianoche recuerde a El misterio de Salem’s Lot (Stephen King, 1975): la inserción de un personaje extraño, ominoso, en una pequeña comunidad donde los personajes son víctimas de cierto intimismo abrumador. En este caso, la asfixia se da desde el momento en que la isla se erige como un espacio que no admite escapatoria. Además, sobresale especialmente el recurso narrativo de dar gran importancia al sistema de personajes, su pasado, valores, culpas y miedos, para que luego funcionen dentro del desenlace narrativo y en el enfrentamiento contra el Mal. En ese ambiente se construye el escenario gótico, donde el pueblo en ruinas, cuyos habitantes se vuelven plenamente nocturnos, es el campo de batalla entre la fe y la ciencia. Sin embargo, el racionalismo termina siendo vilipendiado, porque nunca fue plasmado como una verdad plausible. En Crockett Island no hay terreno para el razonamiento iluminista. Es otra dimensión la que está cobrando vida. Una dimensión que trae sus mitos y sus monstruos, que, muchas veces, se vuelven uno. Y este gótico se moderniza en términos contextuales, poniendo en pantalla los miedos que devienen con la modernidad: especialmente el de la caída del relato religioso y la puesta en crisis de la figura del líder carismático.

El primer elemento corrosivo está ligado al viaje del Monseñor Pruitt a Tierra Santa, durante el cual, en vez de encontrar una renovada espiritualidad, se encuentra con algo más. Con otra cosa, con una especie de divinidad alterada. A diferencia del terror clásico, en Misa de medianoche la batalla no se da entre la religión y lo profano, sino que la religión está puesta en ese lugar de la extrañeza en el que las apariencias esconden entes siniestros, la congregación de fieles se troca en ejército de monstruos y el milagro de la regeneración funciona como subversión de la resurrección. Como un Víctor Frankenstein abrumado por el peso de su creación, el Padre Paul (un gran Hamish Linklater) mira para contemplar la abominación creada ya no por la ciencia, sino por la religión. Y porque la culpa reina en todo momento, es recién con el credo final que los personajes pueden expiarse ante sus pares y ante nosotros. Personajes cuyas fallas los humanizan, enriqueciendo así la empatía generada en el espectador.

Crockett Island es un lugar en el que los habitantes sienten la desintegración de la comunidad, en franca caída moral, y este espacio funciona como una suerte de Purgatorio, donde los personajes están marcados por la idea del regreso, y en especial por la idea del Hijo Pródigo. Regresar a esa porción de tierra, a ese espacio para expiar sus pecados, ya que la estructura coral se compone de personajes sufrientes que hacen gala de un variado desfile de pecados. Es esa caída moral la que acerca a los personajes al espectador y en las grietas de su sufrimiento aflora la humanidad que los hace palpables –hasta que los diálogos reflexivos los vuelven plásticos y lejanos-.Flanagan va trabajando de a poco cómo lo extraño irrumpe en la vida cotidiana de la realidad, y de La maldición de Hill House (2018) en adelante le otorga cada vez más interés al trabajo sobre los personajes. Porque en Flanagan importan las diferentes dimensiones y la línea que separa la cordura de la insensatez. A modo de ejemplo podemos pensar en Oculus (2013), Doctor Sueño (2019), y las recientes producciones para Netflix: La maldición de Hill House y La maldición de Bly Manor (2020). El tópico religioso y el cuestionamiento existencialista sobre el Más allá le sirve de excusa al director y guionista para continuar su viaje entre planos.

En este caso, el viaje ya no es, como en otras ocasiones, físico ni mental sino retórico, y este punto condiciona la serie con diálogos empastados, híper reflexivos y por sobre todo simplones que en lugar de generar expectativa y aumentar el interés del espectador, terminan haciendo exactamente lo contrario. Las disertaciones se mueven en el terreno de la reflexión sobre la muerte. Desde la primera escena la muerte desciende en las luces parpadeantes rojas y azules de un patrullero que anticipa la tragedia con elegancia y sutileza. No obstante, esas formas son abandonadas para recurrir momentos donde la serie recae en diálogos “sentidos” que frenan la acción, la vuelven pesada y la angustia se troca en fastidio, porque llegan, incluso, a interrumpir el alud trágico y la explosión dramática que lleva adelante la acción, cortando la tensión que ésta ocasionó luego de urdirla durante tanto tiempo. Es rescatable, en este punto, que durante las largas sesiones dialógicas  la cámara otorga el dinamismo que no otorgan las letras: angulaciones picadas, travellings circulares alrededor de los personajes, un montaje cortante y vertiginoso que salta de un hablante a otro.

Es interesante que la serie comience con una escena que cuestiona las bases del cristianismo, en la recurrente pregunta del ateo: “¿Por qué Dios permite que…?” y, sin embargo, las palabras, los diálogos, los sermones tienen una estructura y un peso argumental que son lógicamente convincentes. Ante el diálogo cotidiano, son los sermones del Padre Paul los que dan un envión dramático, anímico, los que significan y resinifican ya no la palabra de Dios, sino la de Flanagan hablando sobre el mundo interno de sus personajes, sus intenciones, sus anhelos y sus derrotas. De la misma manera, dentro del infierno asfixiante que se cierne sobre la isla, la tensión afloja en los momentos musicales –en especial durante las canciones de Neil Diamond-, impartiendo una especie de incrustación dentro de la narración que corta el hastío y aparece el elemento de disfrute, incluso lúdico. Este nuevo plano –el musical- está compuesto por canciones de alabanzas.  Esa ambigüedad de denostar, de poner en crisis al cristianismo (al que acusa de antisemita, y al que describe pleno de odio religioso) y pese a ello darle una entidad superlativa que, además, funciona dramáticamente de manera más que aceitada, es otra de las formas en las que Flanagan demuestra su interés en saltar entre mundos.

La segunda línea corrosiva aparece desde el momento en que el primero en aliarse al ejército nocturno es el alcalde, pero la crítica política no se  reduce a la complicidad entre el Estado y la Iglesia, sino que la premisa que impartirá el cura, relacionada con que el fin justifica los medios –concretamente que “Los medios son buenos porque la dirección es buena y Dios dictamina la moral- recuerda a la postura imperialista del supuesto anti-terrorismo de Bush luego del ataque a las Torres gemelas. Asimismo, el suicidio masivo en pos de la salvación que ofrece el cura no dista del discurso –y el acto- perpetrado por Jim Jones en 1978 y es carnadura del concepto del Líder dañino.

Misa de medianoche funciona como una misa negra, en la que los símbolos cristianos son utilizados como parodia, pero sobre todo como punto de partida para denunciar un mundo en decadencia, en el que los personajes son arrojados hacia la debacle de los grandes relatos como la política y la religión, sin tendérseles una mano salvadora, y donde lo único real es la capacidad estética, formal, para transformar toda esa incertidumbre en algo felizmente nihilista.

Calificación: 8.5/10

Misa de medianoche (Midnight Mass, Canadá/ EUA, 2021). Creador: Mike Flanagan. Guion y dirección: Mike Flanagan. Fotografía: Michael Fimognari. Edición: Mike Flanagan. Elenco: Hamish Linklater, Zach Gilford, Kate Siegel, Annaberth Gish. Duración: 7 episodios. Disponible en Netflix.

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