La mirada del colibrí, la última película de Pablo Leónidas Nisenson, se nos presenta como una semblanza de Francisco de Amorrurtu al que define como «un singular Quijote [que] lucha por la sobrevivencia del planeta», como alguien con una misión puntual: lograr concientizar sobre la necesidad de un cambio de paradigma que nos lleve a pensar en la Tierra como nuestra casa y en la «Madre Natura» como un organismo vivo y pensante del que el hombre es parte y no el centro. Su propuesta centrada en la defensa de los humedales y el Río Luján es, a todas luces, necesaria y compartible aunque, en lo personal, la propuesta cinematográfica que la vehiculiza no lo es tanto.

Francisco es un hombre delgado y curtido de unos 75 años que eligió vivir, hace 33, solo en su casa de El Campito y que desde hace 16 batalla por la defensa de los humedales. Francisco es también un personaje intenso, verborrágico y barroco, y desarrolla su historia profusamente a lo largo de la película, que aparece construida como «la película de cómo hicimos la película». Este juego es lo que justifica la presencia en pantalla del director: sus reflexiones y comentarios ocupan casi la misma cantidad de tiempo que el dedicado al personaje, y es en esta elección, en esta dinámica, donde todo se vuelve tedioso.

No estamos frente al documental de Francisco de Amorrurtu y su lucha por la defensa de los humedales ni tampoco frente a una ficción. No vemos un documental de denuncia sobre el avance del capitalismo de la mano de las empresas que, avasallando la naturaleza, construyen barrios privados que no solo modifican el paisaje natural de la zona sino que son los responsables de las terribles inundaciones de los pueblos cercanos. No. Todo eso es apenas un paneo, imágenes, paisajes. Tampoco veremos el desarrollo de las muchas y muy documentadas investigaciones de Amorrurtu, sus conclusiones, sus propuestas. No, de eso nada.

Los escucharemos hablar y hablar. Veremos al director y a un par de sus asistentes «haciendo» la película, reflexionando en off sobre ella (aquí solo al director leyendo unos textos con tono de reflexión preocupada), algunos planos del paisaje que los rodea, la casa en la que están (que tiene unas hermosas y, aparentemente, antiguas ventanas de vitreaux en las que la cámara se detiene muchas veces; y sí, son muy lindas.), planos de los barrios construidos, de los terraplenes, de las obras (otro que se repite es el plano de la excavadora) y de la ciudad de Luján completamente inundada.

¿Podemos pensar que la propuesta invita al espectador a que complete todo lo que no está viendo? Sí, seguramente. Aunque promediando la película el fárrago de palabras que inunda la escucha nos distancia de todo lo que se está diciendo, y lo que sobreviene es el tedio, el mismo que aparece en algunas de las imágenes finales del público asistente a las charlas, las presentaciones judiciales y de toda la actividad que Francisco de Amorrurtu lleva adelante.

Creo que, en lo personal, lo que me dejó un sabor a poco es que partiendo de la promesa de documentar la batalla solitaria de un hombre (tal como reza la gacetilla) en la defensa de «(…) los humedales, el futuro de sus nietos, el río Luján y los recursos naturales que lo rodean», que «son víctimas tanto del abuso de las empresas como de las interpretaciones obsoletas que ofrecen los especialistas», todo termine siendo de una tibieza tal, que decepciona.

La mirada del colibrí (Argentina, 2016), de Pablo Leónidas Nisenson, c/Francisco Javier de Amorrortu, 80′.

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