Melisa Liebenthal se mira en el viewfinder de su cámara y, mientras se graba, reflexiona sobre su reflejo; se mira a los ojos, intenta atravesar su propia mirada, buscando algo que va y viene entre el recuerdo y la observación de un presente inconcluso.

Charlas entre amigas, fragmentos de videos familiares, interpretaciones ficcionales caseras y material de archivo fotográfico registrado desde sus envases plásticos, en pesados álbumes familiares que se guardan en las cajoneras de las casas de los entrevistados, todo en función de la identidad, el género, la expectativa de los otros, las miradas, el desencanto del crecimiento y la necesidad de vincularse con el mundo, de vincularse de cualquier manera.

Las lindas indaga sobre ansiedades y frustraciones adolescentes, poniéndolas en conflicto y delineando sus límites a través de la omisión, la igualdad y la diferencia.

A través de sus amigas, Melisa desarrolla sus propias inquietudes, sus preguntas son similares a las de las demás, Melisa se quita una a una las capas que la envuelven, utilizando su inocencia, esta vez supervisada por una mirada crítica y mucho más extraña que graciosa. Con reflexiones en off sobre sus propios recuerdos, ella acentúa el sentirse fea y, al mismo tiempo, el necesitar del amor/odio que implicaba parecerse o evitar ser como «las lindas», y así poder gustarle a alguien. Doblemente lastimada al sentirse fea y querer gustarle a alguien, es la adolescencia tan polémica la que provoca en todas el nacimiento del pensamiento crítico, una era de confusión, de energía e ignorancia. Y Las lindas define ese estrépito de momentos solemnes, aburrimiento, situaciones ridículas, humillaciones, ofensas y risas melancólicas, tamizadas por un filtro de inconsciencia que atraviesa el acné, los pelos de las piernas, los conflictos familiares, el despertar sexual y las cargas culposas, reparando pocas veces en la autoaceptación y la liberación por el absurdo.

La afición de Melisa por usar una cámara desde pequeña le regala el material para abrir el juego y mirar a los otros: el encuadre sobre uno mismo contiene un distanciamiento, una forma de objetivarse, hay un escape en el burlarse de sí mismo, en el querer gustar y entretener. Por otro lado, Melisa no sonríe en las fotos, lo intenta, pero no siempre lo logra. No puede participar de esa alegría impuesta: la mayoría de las cosas simples son las más complicadas de entender.

En los videos y en las fotos casi todas sus amigas, con quienes aún mantienen vínculos cercanos, se exponen de buena gana. Ellas conocen bien a Melisa, le hablan, y es ella, a través de su cámara, quien construye con la intimidad de los testimonios un vínculo dialéctico, directamente relacionado con la narrativa. Todo el drama de la película, a veces circular, otras linealmente, gira en torno a la belleza, aquel problema que aquejó a Platón, (quien era codiciado por su inteligencia pero desdeñado por feo), quien pensaba que a través de lo bueno se llega a lo bello. Para Las lindas, lo bueno reside en revivirse sin doblajes, buscando enfrascar al trauma, desmitificar los argumentos arquetípicos que se imponen en esta era.

Una de sus amigas es modelo, con 55 cm. de cintura y una cara notable, posa en shootings super cool, masticando chicle y haciendo miradas sexies; en ella también se vislumbra el desencanto mientras recuerda que de pequeña se sentía fea cuando su madre, muy sensual y adornada con grandes aros de argolla, despertaba el deseo en sus compañeritos cuando venía a buscarla al colegio (aparece más tarde en una foto, disfrazada por su madre, quien le había colocado los mismos aros que ella usaba).

Melisa atraviesa la pubertad ocultando su cuerpo con vestimentas holgadas. No tarda en burlarse de sí misma, logrando así distanciarse de su propia imagen. Adentrándose en terrenos más densos, exponiendo parcialmente su presente fragmentado en espacios íntimos, expone con voz grave esas veces que su voz fue confundida por teléfono con la voz de un hombre. Melisa recuerda a quienes le preguntaban el porqué de su “cara de orto” a la hora de sonreír para las fotos. Pero el rencor está entibiado por el transcurso y el envejecimiento de la emoción, el drama está condenado a ser recordado con mucho menos dolor que con el que fue adquirido. Melisa se reconfigura en círculos contiguos, replegados sobre un mismo punto, y es en esta historia en la que las cosas siguen pasando hasta que la mirada sobre ellas las cambia.

Además de un intento de exorcismo, con ciertas similitudes con el formato autobiográfico televisivo de los 90 y una esencia home trash con mucha personalidad, Las lindas indaga sobre los pilares que sostienen los cánones de la belleza femenina, se pregunta sobre el multigenérico encasillamiento machista y subyace el problema de la libertad.

Las lindas (Argentina, 2016), de Melisa Liebenthal, 77′.

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