doorUna noche de mediados de los ’70 (poco antes de la dictadura) vi en televisión un debate entre mujeres destacadas en varias actividades; el tema tenía algo que ver con las posibilidades de desarrollo de la mujer en esa época conflictiva y ya sumergida en la violencia política. La discusión era previsible y aburrida, hasta que intervino Marta Lynch, la escritora siempre tan dispuesta a la polémica y a la exposición. Su  discurso (mi memoria no respeta el textual) se resumió más o menos en lo siguiente: “La mujer argentina siempre se ha destacado  por su cultura, por su información y su capacidad de estar al día en todos los temas; por su capacidad artística. Hay que decir que para eso ha contado siempre con la ayuda de esa chinita, esa mujer morena y leal que se ocupó de que su casa estuviera limpia y ordenada para que ella pudiera dedicarse a su mejoramiento como persona”. A partir de allí el batifondo fue infernal, entre los gritos y las acusaciones cruzadas sobresalían las voces de quienes decían que esa(s) chinita(s) o esa(s) morena(s) también eran mujeres, argentinas y tenían derechos. No recuerdo cómo terminó ese debate, minimizado y ninguneado poco tiempo después por la llegada de la dictadura, pero aquel modesto escándalo volvió a mi mente mientras veía Tras la puerta, la última película del húngaro István Sazbó.

También hay dos mujeres en esta película, ambas reunidas por una relación similar a aquella; una es joven e intelectual, Magda (Martina Gedek) y está comenzando su carrera de escritora. La otra, Emerenc (Hellen Mirren), es  una vecina rústica y hosca que rechaza el contacto de los demás y no permite a nadie entrar en su casa. La relación que, no obstante ello, establece con Magda es la de una especie de chinita magyar con una mujer húngara adecuada a la definición de Marta Lynch, una empleada doméstica que cocina estupendamente, tanto como para mantener contento al marido de Magda –no vaya a ser que por esas veleidades de escritora descuide sus obligaciones maritales- y que parece mantener un secreto en el interior hermético de su modesta casa. Hay alguna referencia a la censura comunista, la que no impide el éxito de la carrera de Magda y unos cuantos desbordes de (mal) carácter de Emerenc.

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La escritora parece aprovechar alguna forma de sabiduría popular forjada en el dolor que le proporciona Emerenc, situación que no fue contemplada por la señora Lynch en su mentada apología de las chinitas y las mujeres argentinas. Szabó es más generoso, es capaz de reconocer la sabiduría popular aunque no lo es tanto, sin embargo, como para equipararse al Jean Genet de Las criadas, una posibilidad atractiva, en sus despiadados juegos de imitación y poder. También es capaz de decepcionar, porque finalmente detrás de la puerta no hay secretos ominosos sino pistas que conducen a senderos sin salida: Emerenc puede haber sido colaboracionista de los nazis aunque es más probable que no; Magda traiciona la confianza de Emerenc al entrar a su casa para asistirla en su enfermedad final.

La traición y el colaboracionismo rondan sin animarse a entrar; el director no les abre nunca totalmente la puerta. Hace algunos años se descubrió en los archivos del período comunista que István Szabó había sido delator en su juventud. A diferencia de otro delator famoso, Elia Kazan, que hizo de la traición el tema central de su obra aún antes de convertirse en un buchón macartista, Szabo lo soslaya, tiene miedo de asumirlo en su propia historia. Tematizando la traición en sus películas, Kazan ejerció una extraña forma del coraje y la culpa. Szabó, en cambio, sigue siendo una versión desteñida de sí mismo: un director de qualité envejecido y sin fuerzas que parece mirar ya solo al pasado, lo hace de soslayo, sin coraje, justificando a todo y a todos, incluyéndose a sí mismo, por supuesto.

Tras la puerta (The Door, Alemania/Hungría, 2012), de István Szabó, c/Helen Mirren, Martina Gedeck, Károly Eperjes, Erika Marozsán, 97’.

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