¿Qué lleva a un director de cine –seamos más precisos, a un documentalista- a volver sobre un hecho ocurrido cinco décadas atrás, que no está en la agenda mediática y que prácticamente nadie recuerda?¿Qué hay allí para descubrir o poner de relieve?¿Es nada más que la intención de rescatar la memoria de los sucesos y los nombres involucrados en una tragedia? ¿O se limita a acompañar el intento de un familiar por encontrar los restos de un avión de la Fuerza Aérea Argentina perdido en algún lugar de Costa Rica?

Un documental que se quede en alguna de esas premisas –hablo del rescate por sí mismo o el acompañamiento- estaría condenado a quedar anclado en el mismo pasado que busca recuperar. No habría rescate, en tanto éste implica ponerlo en un contexto histórico. La obra descontextualizada se vuelve lavada, licuada, fagocitada por su propia incapacidad para despegarse del pasado en el que se sitúa el objeto. Rescatar es, entonces, traer al presente. Y traer al presente es trazar relaciones en las que ese pasado se incorpora a la actualidad y establece un diálogo con ella.

Es inevitable pensar, mientras se observa La última búsqueda, en Wings of hope de Werner Herzog, aunque sus búsquedas se planteen opuestas. Allí el cineasta volvía con la única sobreviviente de un accidente de aviación en la selva amazónica, no solamente para poner en imágenes los restos del aparato conservados por la humedad de la selva, sino para reconstruir el camino de la supervivencia. Los restos eran, en la película de Herzog, el punto de partida, pero su visión producía en el director la fascinación de un hallazgo que le daba sentido al relato. En la película de Tobal, los restos del avión deberían ser el punto de llegada: son lo que está ausente después de tantos años y de las controversias entre quienes sostienen que cayó en el mar y los que dicen que cayó en las montañas. Más que de la reconstrucción de los hechos como forma de establecer parámetros de dificultades en la relación del hombre con la naturaleza, de lo que se ocupa el documental es de registrar la dificultad de la reconstrucción en sí misma del recorrido final del avión.

Uno de los elementos cruciales que se revela en el recorrido del documental es que el acompañamiento que hace del viaje de Cecilia Viberti –hija de uno de los hombres que viajaban como final de instrucción en el avión caído en 1965- no es el de un viaje más. La decisión de una última búsqueda que da título al film, que no se altere con los resultados que se obtengan al final, no solo pone en primer plano el paso del tiempo, sino la presencia de una voluntad que ya ha recorrido todos los caminos posibles para consumar el hallazgo. La constatación de que los vivos comprenden que el tiempo, más tarde o más temprano, con la fuerza de lo inexorable, revelarán las evidencias de lo que todavía no se pudo encontrar. Que en el final la protagonista se sienta liberada de un peso personal no implica la finalización sino el traspaso de la búsqueda sostenida por las generaciones posteriores –de allí que el nieto en algún momento señale si cuando sea grande va a poder buscarlo él mismo-.

El otro elemento crucial es que, a contramano del olvido de la historia del avión en nuestro país, la historia del TC48 en Costa Rica no es un pasado que no se registra, sino un presente continuo que se ha mantenido a lo largo de los años. No solo porque cada tanto los familiares desde la Argentina reciben nuevas y posibles pistas y reactivan la búsqueda, sino porque la caída del avión se instaló en la memoria popular. Hay, en ese relato múltiple enancado sobre las voces costarricenses, nada menos que los elementos de una leyenda. La maestra de escuela rural que vio la caída (ese relato que en sí mismo es una leyenda: ver el avión cayendo, escuchar el ruido de los motores, esperar la explosión que nunca llegó) es la transmisora oral de la historia de ese avión nunca hallado a ese Wilfrido que fue su alumno, y con los años devino geólogo. Si la historia permanece no es porque se actualiza, sino por la misma transmisión a través de las generaciones de ese misterio que involucra a la selva, a los pueblos indígenas que habitan las montañas desde hace siglos y a la construcción del rumor como leyenda.

La búsqueda lo que intenta es desarticular la leyenda. Hacerlo implica salir de la invisibilidad, sacar el objeto del relato de la esfera de lo especulativo para situarlo en un plano concreto. La reconstrucción se realiza a través de los relatos que asumen lo fragmentario: el informe de la Fuerza Aérea Argentina sustentado en la “aparición” de un puñado de objetos en el mar, intenta ser concluyente por sí mismo, formular el todo por la parte. Los relatos de quienes dicen haber visto el avión en la selva son igualmente incompletos: no hay imágenes que los avalen, no hay más que la oralidad y hasta la imposibilidad de reconstruir el camino para volver a encontrarlo. La inmaterialidad del objeto contrasta con la densidad del espacio que lo contiene. “En una ciudad, el TC48 puede ser grande, pero en la selva de Talamanca no lo es”, dice uno de los buscadores. La hija del desaparecido, ya en la selva, reconoce la imposibilidad de ver en esa selva a un objeto enorme aunque esté a pocos metros de sus ojos.

Si la selva funciona como velo físico que esconde toda evidencia material (no es casual que quien lo ve, relata que lo encontró un día en el que estaba perdido) el resto de los elementos dispuestos van velando el acceso a los hechos. Si el documental asume como centro la tarea de recolectar y organizar los fragmentos dispersos de los relatos, lo hace a sabiendas de que la ausencia del avión implica la imposibilidad de cerrar la trama. Pero esa decisión de juntar los restos dispersos pone de relieve la manera en que la caída del avión y su destino fue sistemáticamente ocultado. La fragua de pruebas para orientar el destino hacia lo más conveniente para la institución, el intento de convencer a los familiares, las versiones sin sustento, la negativa de los supuestos testigos a declarar y llevar al sitio exacto donde vieron la nave, la desaparición o muerte sugestiva de algunos de ellos, la mitología sobre la montaña y la selva y los indígenas que la habitan, conspiran en conjunto para poder establecer lo que sucedió.

Es en ese entramado que La última búsqueda resguarda su verdadera potencia en la forma en que ese hecho del pasado, aún incompleto, se proyecta sobre el presente. Los ecos del TC48 se reflejan, incluso antes de la placa final, en la desaparición del submarino ARA San Juan, en el que se replica la ausencia de explicaciones, los intentos de desviaciones y la falta de una voluntad real de búsqueda, que mezcla inoperancia con intereses corporativos y políticos. Y también trae otros ecos tal vez menos evidentes pero palpables, relacionados con la última dictadura. Porque a fin de cuentas, Cecilia Viberti, como las Madres, las Abuelas, los Familiares y los HIJOS, está buscando un cuerpo desaparecido que el Estado no ha protegido. Y que ha desaparecido, más que en la espesura de una selva de otro país, en la intención de ocultar su destino real para diluir las responsabilidades que a ese Estado –y a sus dirigentes- le caben.

Calificación: 6.5/10

La última búsqueda (Argentina, 2018). Guion y dirección: Pepe Tobal. Fotografía: César Boreti. Montaje: Eduardo Sánchez, María Eugenia Aparicio. Duración: 89 minutos.

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