La Plata es una ciudad marcada por el plano. Un dibujo hecho sobre un papel que se replica sobre la planicie lomada en la que se erigió para darle una capital a la provincia de Buenos Aires. Un diseño que contiene las claves de un proyecto trunco que con el tiempo sirvió para establecer una frontera imaginaria que define la inclusión o la exclusión (eso que los platenses llamamos “el casco céntrico” y “los barrios periféricos”). Una ciudad concebida antes de ser ejecutada: un masterplan que el tiempo, la expansión y cierta desidia, dejaron en el olvido.
Ese estigma que significa el plano para quienes vivimos en la ciudad se nos recuerda una y otra vez. Hay un plano montado sobre unas columnas que desde hace más de 40 años domina una de las entradas a la ciudad para quien viene desde Buenos Aires. Hay otro que La Plata contada muestra en sus primeras imágenes: dibujado sobre los baldosones de la Plaza Moreno, coincidiendo con el centro de ese trazado perfecto, donde en 1882 se colocó la piedra fundamental de la ciudad. Y hay un par más, esta vez sí, dos planos reales, detallados, que revelan el espesor del trazado original y las huellas de las decisiones tomadas a finales del siglo XIX.
Lo interesante del documental de Sebastián Díaz es que parece utilizar esa noción del plano para reconstruir a la ciudad sacándola de ese espacio de dos dimensiones. Hay un intento persistente por desarmar ese plano para comprenderlo y desde allí darle relieve, una forma que lo dote de esa tercera dimensión que parece faltar en el relato de la ciudad. Hay dos procedimientos, habitualmente inconducentes, pero que aquí revelan la potencialidad de trabajar con ellos para generar un volumen allí donde parece no haberlo. El primero es el trabajo de animación. Díaz utiliza las fotos de los primeros años de la ciudad no solamente para relevar la monumentalidad de los edificios públicos en contraste con las construcciones privadas, sino que a través de la animación recupera algo más vívido que la foto original. El segundo es la utilización de los drones. Si en general su uso suele ser gratuito -la tecnología convertida en un juguete-, en este caso permite observar desde lo alto las marcas de la ciudad que no se pueden observar desde el nivel de la calle. En una ciudad en la que el trazado es una marca específica, la altura permite revelar ya no solo esas marcas, sino las relaciones que se establecen a partir de las diferentes líneas que permiten recorrerla.
Si desde la imagen es posible restablecer en el campo visual aquello que el plano sugería pero que no era más que un dibujo, el recurso de la entrevista a historiadores relacionados con la ciudad trabaja sosteniendo esa perspectiva. Imagen y banda sonora marchan como un discurso unificado que va (re)construyendo la forma de la ciudad, a partir de la decisión de trabajar el montaje desde una dinámica que entremezcla las voces que van aportando retazos que se complementan unos a otros. Esa forma no responde a una línea histórica que marque una evolución del espacio, sino que en todo caso, ese elemento queda subsumido a la idea de proyecto que sustentó el origen de la ciudad. Es en ese punto donde se revela el primer contraste: pasar de puerto comercial e industrial a puerto de inmigrantes; de ciudad faro de la provincia a la invisibilización por parte de la capital de la nación. Ese perfil trunco de la ciudad no se percibe como parte de una lenta evolución en la que Buenos Aires fue absorbiendo todo lo que la rodea, como sucedió con el actual conurbano, sino como una brusca detención del impulso original a medida que no se podían concretar las metas iniciales. Entonces, La Plata pasa de ser el proyecto de la urbe moderna de fines del XIX, inspirada por la Franceville descripta por Julio Verne, a una ciudad cuyo basamento fue la Universidad y la ciencia, que la rescataron de un ostracismo posible.
En ese trayecto que el documental traza entre los orígenes y las primeras décadas del siglo XX, recurre al mito de la construcción de la ciudad según el dictado de la masonería. Pero aún volviendo sobre el tema, lo encuadra de una manera diferente. Trabaja sobre la mitología pero para rastrear qué elementos reales la sustentan. Si por momentos parece dejarse seducir por la explicación detallada del diseño urbano -la orientación de la ciudad en sus dos ejes diagonales como representación del orden masón por un lado y de la oposición entre la vida y la muerte representadas en el Río de la Plata y el Cementerio; la distribución de plazas y parques como lectura urbanística de la estructura interna de las logias; la simbología concentrada especialmente en los edificios públicos de la ciudad y en el diseño de calles y diagonales que representan escuadras y compases-, logra escapar de la construcción unívoca respecto del origen, para ponerla, sino en crisis, al menos en duda. Ya no se trataría de una ciudad masónica, sino de ciertas influencias rastreables a partir de elementos, pero que no funcionan de manera explícita -la diferencia la marca uno de los entrevistados cuando señala que al no conservarse el acta fundacional no se puede advertir el rastro que sí se observa en el acta de Necochea, otra ciudad fundada por Dardo Rocha-, y que en todo caso, deben ponerse en contexto. Quizás uno de los momentos más interesantes del documental tiene que ver justamente con la manera en que procede a desmontar el mito respecto de la ornamentación de Plaza Moreno -con sus estatuas que parecen estar haciendo cuernitos, con sus imágenes paganas, con el famoso arquero que está apuntando hacia la Catedral-, situándolo en el tiempo, pero por sobre todo, colocándolo en el contexto de una disputa entre la Iglesia Católica y el poder público, en función de los beneficios que aquella comenzó a perder a finales del siglo XIX especialmente en materia educativa.
Es que, en definitiva, el mayor mérito de La Plata contada es justamente no contar la historia de la ciudad como un cuentito para iniciados. Porque a la vez que consigue dar relieve al espacio, lo que hace es darle un volumen político que habitualmente suele ser ocultado. Lo que revela el documental de Díaz, lo que pone a la luz, no es tanto la influencia masónica como qué fue lo que llevó a la construcción de la ciudad como una puja de poderes. Una pulseada entre la metrópoli establecida y una naciente que pretendía disputarle el liderazgo, haciendo no solamente gala de una monumentalidad modernista, sino también del orden que aquella había perdido definitivamente. Una disputa cifrada en los ingresos que proveía el puerto y que se zanjó con el triunfo de Buenos Aires y el corrimiento definitivo del eje del proyecto -otro gran hallazgo es la forma en que se desplaza el eje inicial de las diagonales hacia las avenidas que son puerta de salida hacia y de entrada desde Buenos Aires-. Allí resuenan como parte de ese relato político la ausencia del presidente Roca en la fundación de la ciudad y las palabras de Domingo Faustino Sarmiento argumentando que la nueva capital era un gasto innecesario de dinero -una trama que no solo recuerda el intento de Alfonsín de llevar la capital a Viedma, sino al habitual discurso liberal que prioriza el dinero a las posibilidades de desarrollo-.
Lo que logra el documental es no cifrar solamente ese relato político en el pasado, sino establecer una continuidad marcada por la pérdida del rumbo del proyecto original y la dispersión social por el caos que impuso la expansión. Una ciudad que lleva más de 20 años sin obras que la trasciendan -las últimas grandes obras fueron las demoradísimas construcciones del Teatro Argentino y del Estadio Único-, y que como consecuencia de ese caos, devino una sociedad consumista y egoísta, que mira hacia Buenos Aires descuidando lo suyo. Las intervenciones de algunos de los entrevistados en el final -sobre todo las de Rubén Pesci- tratando de rescatar como posible una épica recuperadora del proyecto, no logran ocultar que el resultado es algo amargo y desesperanzado. Quizás porque la sociedad platense, a diferencia de lo que intenta el documental, parece seguir aferrándose al plano, antes que al relieve.
Calificación: 7/10
La Plata contada (Argentina, 2021). Dirección, guion y producción: Sebastián Díaz. Cámara: Mauro Braga, Sebastián Braga, Sebastián Díaz, Julián Olmedo. Fotografía: Julián Olmedo, Manuel Muschong, Música Original: Daniel Bugallo. Motion Graphics: Juan Fourcaud, Mauro Braga. Duración: 72 minutos.
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