Gremillon+JeanI. La primera impresión que nos llevamos de un cineasta es de orden espiritual, emotiva, sensible. Me refiero a que podemos hablar técnicamente de sus películas o contar sus argumentos, pero antes que nada sentimos que el tipo que está detrás de cámara nos cae bien o nos cae mal, que esa específica organización de las imágenes nos resulta hospitalaria u hostil. El análisis vendrá después, si acaso nos quedan ganas de analizar una película que nos haya caído mal, tras lo cual lo más probable sea que la queramos olvidar cuanto antes, o vomitarla (la rabia o el odio pueden ser tan o más inspiradores que el placer). Digo esto porque anoche miré por primera vez una película de Jean Grémillon. En realidad, fueron dos: Remorques y Le ciel est a vous. Esta última la vi estimulado por el efecto reparador y estimulante de la primera.

De Grémillon sé poco y nada, o al menos no sé otra cosa que lo que circula por la red. De esos datos dispersos me parecen valiosos estos dos: que murió en 1959, año clave en la historia del cine (francés), justo cuando se venía la (Nueva) ola, como le pasó a Jacques Becker, y que codirigió una película con Buñuel (Centinela ¡alerta!). En las dos películas que pude ver sorprende la movilidad de la cámara, la alegría de filmar, tanto como cierto orden social (catolicismo incluido) que, por increíble que parezca, no coarta la libertad de los personajes ni desalienta el deseo, pero da sentido a sus actos enmarcándolos dentro de un contexto si bien potencialmente coercitivo, como el propio director se encarga de mostrar, sobre todo protector, cariñoso, filial. En las dos películas hay triángulos, sexual en una de ellas y que juega a serlo en la otra, pero la composición de los triángulos esenciales de ambas películas está dada por el marido, su esposa y el objeto de la pasión. OLa Pasión.

II. En Remorques, La Pasión es aquella que siente Jean Gabin por su barco pero, sobre todo, por la labor que lleva a cabo con él: remolcar embarcaciones que corren peligro de naufragio. Lo interesante de esa pasión es que sea vista como tal, y no sólo como una responsabilidad. Vale decir, que detrás de ella haya simultáneamente altruismo y egoísmo. Esa pasión, entre otras cosas, no sólo lo hace inmune a los deseos y necesidades de su esposa, sino que hasta le impide darse cuenta de cuál es el verdadero estado de salud de esa mujer que vive a su lado desde hace diez años, y de la relación entre ambos. En tal sentido, el final es uno de los más potentes que ha dado el melodrama cinematográfico, y su impacto se debe tanto a la resolución del conflicto como al uso de la naturaleza como medio expresivo.

Figures_Acteur_118Igualmente notable es la forma en que la figura del héroe va cambiando y, con ella, el vinculo de la misma con el espectador. La integridad de Gabin durante esa primera hora, si bien alejada de toda simplificación beatífica, impresiona por lo intachable. La notable operación de la película consiste en revelarnos que en esa falta de mancha moral, que en esa inmaculada concepción del personaje, que en esa integridad, reside el error. Se me ocurre que Le ciel est a vous es mejor que Remorques en la exposición de esta idea, debido a que no incluye un episodio de adulterio, pero también es cierto que la inclusión de este último no está cargada de moralina, y propicia la idea de que el bien no consiste en la persecución de un ideal virtuoso. El primer plano impasible de Gabin, retomando el puesto de capitán a bordo de su barca remolcadora después de la pérdida sufrida, es descomunal.

III. Le ciel est a vous es todavía más desconcertante. Porque Remorques no deja de ser un melodrama con sacrificio incluido, pero esta otra oscila entre el desborde pasional del género, la comedia y hasta el cine de aventuras, si tomamos en cuenta el espíritu deportivo de este último, ese afán por ir más allá de los límites (establecer un récord) que es afín al descubrimiento y conquista de lo desconocido. ¿Cómo va a enfrentarnos con lo inédito una película que transcurre en la Francia posterior a la Gran Guerra, protagonizada por un matrimonio que vive de la mecánica, con dos hijos y una suegra gruñona a cuestas? Mediante los aviones. Le ciel est a vous comienza con la mudanza de esta familia desde una zona campestre a la ciudad, debido a la construcción de un aeródromo que ocupará los terrenos en los que tienen su casa. Y los aviones serán la pasión, primero, de ese mecánico sin otra cultura que la de la concreta pericia manual, encarnado por el siempre viejo Charles Vanel (como Walter Brennan en los EE.UU.) y, más tarde, la de su esposa, que habrá de proponerse batir el récord femenino de aviación en línea.

Esta es, de las dos películas, aquella en la que Grémillon aborda la pasión con más transparencia, hablando de ella cuando hace falta (el notable monólogo de Vanel sobre el daño que causa, el posterior del instructor de piano de la hija sobre la necesidad imprescindible de experimentarla) y, sobre todo, desplegándola en el uso de la grúa, con la que abre y cierra la película, además de valerse de ella para instalarse en el aire, elemento en el que se mueven tanto los personajes como sus motivaciones, y que designa desde su título a la misma película y su razón de ser: el encuentro con algún tipo de trascendencia que impulse y justifique nuestras vidas. Este matrimonio la encuentra e, incertidumbres al margen, triunfa, pero hasta ese triunfo tiene su lado oscuro. Grémillon no comete la maldad de sabotearlo pero, sin desteñir el empeño de sus protagonistas, señala la cuota de egoísmo imprescindible que lo anima, así como sus riesgos, lo que no hace más que enaltecerlos.

GUEULE D'AMOUR-0IV. En Gueule d’amour (Lady Killer), Gabin es un ganador. Vuelve de maniobras a caballo, emperifollado, y no hay mina que se le resista. Pero como todo lo bueno se acaba, cuando sale del servicio no tiene un mango, descubre que las mujeres ya casi no le dan bola y, de yapa, se enamora perdidamente de una que vive en París mantenida por el bacán de turno. Durante un tiempo no lo advierte, luego se entera del asunto a través de la madre de ella, que no quiere correr el riesgo de que un proletario que trabaja en una imprenta en cuyas paredes cuelga afiches de representaciones teatrales basadas en obras de Gorki le arruine el buen vivir enamorando a la hija, y finalmente Gabin obliga a la chica a que se decida entre el amor o el lujo. Derrotado y solo, regresa al pueblo de provincias en donde antes se paseaba como jeque en un harén, abre una fonda de mala muerte, y espera que nada pase. Al tiempo, llega su mejor amigo, feliz porque ha conocido a una mujer que dice amarlo. Cuando Gabin oye que se llama Matilde y vive en París, teme lo peor. Va a verla y confirma que se trata de su ex amante, ahora involucrada con su mejor amigo. Un poco por celos y más aún por lealtad, discute con ella, le exige que se aleje, pero termina rendido a sus pies. Humilllado, pierde el juicio y la mata. Si en Remorques Grémillon atenta contra la figura monolítica del héroe romántico masculino, aquí la destruye por completo. Ya sin un átomo de voluntad, convertido en un autómata desaliñado de mirada perdida, se derrumba en la casa del amigo, quien le saca un pasaje a Marsella antes de que la policía lo capture. El final cumple con todos los clisés de la despedida cinematográfica ferroviaria: beso, plano del que se queda desolado en el andén visto por el que se va, silbato, humo, y partida que coincide con la placa en la que se lee ‘Fin’. El único detalle es que son dos hombres quienes llevan a cabo el repertorio.

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