lvda_ok_70x100_lowSi en el cine de Truffaut, así como en el de Erice, a menudo la realidad de los protagonistas tienden a confundirse con el cine, en las películas de Acuña la música funciona como una extensión de los personajes; es parte de lo que no pueden decir de otra forma. La gran cantidad de canciones que se escuchan a lo largo de la hora y media que dura La vida de alguien, más que simular una performance o funcionar como estrategia publicitaria de una banda, reflejan el instante preciso en la vida de los protagonistas. Son canciones del puro presente, del aquí y ahora. Por eso el “Guille” que Luciana (Ailín Salas) incorpora a su canción cuando recién conoce al personaje de Santiago Pedrero suena desprolijo, desencajado. Porque ese encuentro es algo que lo cambia todo; los cambia a ellos, los une inmediatamente.

Por eso el desfasaje entre imagen y sonido cuando la banda se presenta en vivo, lejos de suponer la exposición artística de los músicos, se vuelve introspección y recuerdo para Guillermo. Su cabeza y su cuerpo se agitan, ralentizados por la imagen, junto con su guitarra, pero él ya no está ahí. Esa música trae la imagen de Nico (Ignacio Rogers), su amigo de la infancia, su amigo que ya no está. Esas imágenes recuerdan un partido de rugby improvisado entre los dos, unos tiros en el bosque, una caminata por las rocas junto al mar, una amistad que hoy se mezcla con la nostalgia y la tristeza generada por la ausencia, pero que sobre el final se volverá el recuerdo afectuoso y feliz de lo que fue.

lavida1La vida de alguien refleja, como reclamaba Truffaut en su fundamental y de flamante reaparición «Las películas de mi vida», la dicha de hacer cine, que no despeja la angustia que puede significar también hacerlo, pero que ciertamente resulta tan o más importante que la idea del mundo que puede haber en ella. Por eso vibra y emociona. Por eso ilumina. Ezequiel Acuña filma las películas que le gustan, las que a él le gustaría ver en el cine, las que él vio en el cine. Filma películas simples y hermosas, y las filma con sus amigos, que además son excelentes actores (la fotogenia de Salas resplandece aquí en cada plano, la presencia magnética e inmejorable de Matías Castelli lo ocupa todo con su versatilidad inagotable de recursos, el rostro cargado y la voz grave de Pedrero reúne ese aire melancólico y conmovedor, aunque nunca trágico, que sobrevuela toda la película – y todas las películas- de Acuña), y con su música. Es decir, las filma a su imagen y semejanza.

La vida de alguien es la película más luminosa de Acuña, no sólo por la luz que permanentemente se filtra por cualquier resquicio, sino porque esta vez, a diferencia de sus películas anteriores, la tragedia queda escindida de la historia. El amigo que falta simplemente se fue. Un día Guille y Nico se pelearon y éste último se fue, y después ya nadie volvió a saber de él. Pero esa lejanía, esa ausencia, no derivó en olvido. Por el contrario, y aunque la distancia, tanto Nico como el Gordo (Castelli) están al tanto de la vida de Guille, de lo que le pasa, de sus canciones en solitario, de su devenir. La amistad (las reales), parece decir Acuña, es lo único que permanece con el tiempo, a pesar de las diferencias, a pesar de la distancia, de los vaivenes de la relación, a pesar de la angustia que a veces genera el pasado. Es una experiencia que nos afecta, que nos determina, que nos establece de una forma precisa en el mundo y nos acerca y nos aleja con igual determinación, pero que nunca se debilita.

La-vida-de-alguien-de-Ezequiel-AcuñaCuando le preguntaban por la belleza de sus películas, Erice prefería hablar de planos justos antes que bellos. Y esta idea puede aplicarse perfectamente al cine de Acuña, y en particular a La vida de alguien. La simplicidad y la belleza de sus imágenes se debe a su justeza, a la precisión para construir momentos luminosos e inolvidables: esa canción que Pedrero canta solo en la noche oscura, con las luces que titilan detrás, es una canción para sí mismo, es un momento único, un fragmento de la vida de ese personaje. Acuña hace de esa fragmentación la sustancia indeleble de su cine y la repite como un mantra, como una melodía que fluye con naturalidad volviéndose materia puramente cinematográfica.

Las imágenes –y los sonidos- del cine de Acuña quedan resonando en el aire una vez que la película termina. Se trata de una sensación intraducible, de una sonoridad indescifrable, de un momento particular que trasciende el espacio y que vuelve cada vez que uno lo evoca: como ese beso en la cocina después de un concierto, como esa carrera en el patio del colegio, como las luces de la autopista que se extienden cayéndose hacia el sur… Como esas canciones de amor y amistad que quedan grabadas para siempre en un casette.

La vida de alguien (Argentina, 2014), de Ezequiel Acuña, c/Santiago Pedrero, Ailín Salas, Matías Castelli, Julián Kartún, Ignacio Rogers, 92′.

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