En John Wick 3 no hay trama. La trama es nula. Los pasos aristotélicos de la introducción, el nudo y el desenlace son confusos: de hecho, la película empieza en una persecución in media res extraña, retrofuturista, con fuerte homenaje a Blade Runner (1982) y Lluvia negra (1989) de Scott, donde se cuenta la parte de una historia mayor que recién podrá, aparentemente, dilucidarse bien cuando la saga concluya si es que concluye dentro de un par de ediciones más.

En John Wick 3 que no haya trama es, claramente, una decisión formal y estética de Chad Stahelski que transgrede las normas básicas del policial y del thriller (donde uno podría ubicar a la película en un principio) para imponer, directamente, una suerte de fisiocracia de la acción épica que, en cierta medida, impuso hace unos años la última y grandiosa Mad Max (2015) de Miller.

En John Wick 3 lo importante es la acción, la acción en los cuerpos que la expresan. Lo importante son esos cuerpos que la expresan. Lo importante, es lo prosaico y no lo poético. Lo explícito y no lo implícito. De allí que el juego intertextual del subtítulo Parabellum con la frase del latín que se repite en la película y el tipo de cartucho incompatible con ciertas pistolas, es un hermoso guiño sutil entre tanta imagen y montaje explícitos, prosaicos.

En John Wick 3 todo es, son, cuerpos. Cuerpos que luchan, se trasladan, se mutilan, se disparan, se cortan, se masacran, se buscan para volver a luchar, trasladar, mutilarse, dispararse, cortarse, masacrarse en un espiral circular interminable: cada vez que John (Keanu Reeves) termina de matar a una docena (centena a veces) de asesinos él solo, vuelve a reiniciarse el ciclo de enfrentarse a otra docena (centena) de asesinos solo (salvo la ayuda que recibe de parte de Sofía, interpretada por la siempre bellísima Halle Barry). Cuerpos asiáticos, cuerpos árabes, cuerpos africanos, cuerpos negros, cuerpo blancos, cuerpos europeos (rusos, italianos, franceses…), cuerpos yanquis, cuerpos mestizos, cuerpos masculinos, cuerpos femeninos, el cuerpo de 2,21mts del jugador serbio de básquet de los Sixers de la NBA, Boban Marjanovic (Ernest en la película) al cual una pareja al lado mío en el cine creía que era un tipo “agrandado” por efectos de computadora… Cuerpos, todos de asesinos, contra un solo cuerpo: el del más asesino de todos: John Wick.

En John Wick 3, al igual que en la última Mad Max de Miller, la historia se funde en y desde el cuerpo: los diálogos son escasos y menores; la trama, como ya dijimos, nula; no obstante, en las delirantes -y tarantinianamente maravillosas- coreografías de persecución y lucha cuerpo a cuerpo (otro gran acierto de la franquicia: que a las armas de fuego en vez de utilizarlas para matar a distancia, se las use a centímetros del enemigo, como si fueran “espadas modernas”) la historia brota de los artistas marciales y el propio Keanu que actúa sin dobles de riesgo volviendo todo un diálogo entre cuerpos sin palabras, entre carne y hueso combatiendo por la supervivencia, pues, aquí, lo ideológico es inocente e infantil (casi torpe, por momentos, cuando se habla de la misteriosa Orden Suprema).

En John Wick 3, todo es un ballet demente de asesinos “bailando” con sus artes marciales y luchas descomunales al compás de rock and roll (otro gran acierto: la banda sonora) y música clásica notablemente fundida (y no funcional) a las coreografías en sí y esa historia de dos horas y algunos minutos más que se cuenta con sangre y hueso partido. Con muerte y más muerte.

En John Wick 3, hay bailarinas hermosísimas (siempre hermosísimas las bailarinas) clásicas, hay perros entrenados para la ternura doméstica o el ataque rabioso, hay galopes de caballos contra motos japonesas de más de 600cc en pleno asfalto, puentes y túneles, hay calles, castillos y edificios laberínticos, hay el peor laberinto de todos -según Borges- que es el desierto inmenso de arena, hay lluvia (mucha), hay luces de neón (por todos lados), hay cero tensión erótica o sexual, hay katanas japonesas, hay armas de fuego automáticas y semi automáticas de todo tipo, hay mucha noche y poquísimo día, hay idiomas diversos y subtítulos funcionales.

En John Wick 3, la fisiocracia -y su dolor- es la historia y la historia es la fisiocracia del dolor. No obstante, parece haber un placer (sado) en el mismo: la vida de John es un desastre y no tiene absolutamente nada por lo cual seguir vivo; pero, al parecer, él prefiere seguir haciéndolo para recordar a su mujer muerta. Mientras, no tiene problemas de perder dedos, ser quemado, y aguantar el daño de hordas y hordas de asesinos que lo balean y cortan por todos lados; ni siquiera de aguantar la esclavitud de asesinos superiores a él que le permiten la vida a cambio de esta esclavitud. John disfruta el dolor; disfruta dar dolor; disfruta recordar (¿dolorosamente?) a la mujer que amó. Sin embargo, nada de esto se desarrolla más allá de lo mínimo en la película: todo se deduce de los cuerpos que se enfrentan y combaten una y otra y otra vez más repitiéndose hasta el hartazgo para volver a sorprender y hartar.

En John Wick 3, el hartazgo es parte de la estética de la película: colapsarse de escenas de lucha, moderadas -tarantinianamente también- por cierto humor negro mínimo para volverse a colapsar en nuevas escenas de lucha hartando(se) en el loop, pero retroalimentando hipnótica y paradójicamente (¿?) el deseo de ver más y más.

En John Wick 3, el honor y el código; el valor del honor y el código, lo es todo… Una moral entre asesinos inmorales. Una exigencia intachable de esa moral. Todo un armado burocrático global para sostener esa moral. El combate cuerpo a cuerpo como una manera extrema de demostrarla y transferirla: ritualizarla.

En John Wick 3, lo político -y en esto Chad Stahelski es sumamente inteligente para proponerlo sin superponerse a la trama 0 que dispone en su film- ensucia esa moral, esos valores de honor y código. Lo político -más que la política, porque en la película no tiene lugar alguno la misma- es lo que corrompe lo moral pues lo/la moral no pasa por matar o violentar a alguien, si no, más bien, por respetar férreamente las formas de matar y violentar a alguien.

En John Wick 3, el favor, el cumplimiento de la palabra y de los favores, el estar en deuda es la moneda de pago entre asesinos que pueden tener y recurrir a todo el dinero y poder del mundo que deseen. Todo es trueque de voluntades. Todo es cobro y pago en abstracto.

En John Wick 3, el deseo es inercia pura: por eso la película es puro movimiento de principio a fin sobrecargada de violencia bien estética y personajes con mucha presencia frente a cámara.

En John Wick 3, salvo John, todos, pero todos los demás, son personajes secundarios y eso la vuelve totalmente dinámica a la hora de presentar su espiral demente de combates y humorismos mínimos.

En John Wick 3, lo importante es saber que habrá una John Wick 4 y, sin dudas, una John Wick 5 como mínimo.

En John Wick 3, al igual que en la última Mad Max de Miller, lo importante -a lo Job bíblico que sabe Artes Marciales Mixtas- es la épica del uno contra todos; del atravesar a todos para sentirse uno yendo de un lado (¿de la vida?) para volver exactamente por el mismo lado combatiendo -una vez más- a todos los que se dejaron atrás ya combatidos.

En John Wick 3, en definitiva, lo importante es saber que el mito del eterno retorno schopenhaueriano tiene a un tipo solitario, aparentemente bielorruso, de casi cincuenta años de edad, implacable, con un perro asesinado, que sólo quiere seguir viviendo para recordar al amor de su vida; que seguirá matando y matando (sobreviviendo) románticamente para que ese amor no se extinga con y en su cuerpo: en la fisiocracia -¡maravillosa!- de lo épico.

Calificación: 8/10

John Wick 3 – Parabellum (Estados Unidos; 2019). Dirección: Chad Stahelski. Guion: Derek Kolstad, Shay Hatten, Chris Collins, Marc Abrams. Fotografía: Dan Laustsen Edición: Evan Schiff. Elenco: Keanu Reeves, Halle Berry, Laurence Fishburne, Ian McShane. Duración: 131 minutos.

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