Es solo rocanrol pero nos gusta. En Shine a Light lo primero que uno observa es cierto espíritu de «fanático» que nace del mismo Scorsese. Filmado a fines del 2006 y estrenado en 2008, este «film concert» llegó al cine en un momento de agonía terminal de la cultura instaurada a fines de los 80 por la MTV, y que tuvo su definitivo apogeo en los 90. En este documental no aparece esa estética de la fragmentación propia de la postmodernidad, tan cara a esa lógica videoclipera. Tenemos a cuatro músicos, cuatro viejos zorros, que hacen de su arte un oficio y de su oficio un arte. Resalta particularmente la tensión obsesiva y minuciosa de Scorsese, que se observa en los primeros instantes de la película, en contraste con la (¿falsa?) pose de relajación de los Stones (el más artificiosamente relajado siempre fue el  notable Keith Richard).

Filmado con 16 cámaras en el Beacon Teather de Nueva York, Shine a Light es un recital notable y obsesivamente filmado en el que lo que brilla, por sobre todas las cosas, es la música en estado puro de los Rolling Stones. Acá no hay tanta preocupación por lo que los Stones representan a nivel mítico para la cultura popular del siglo XX, sino que se observa un minucioso trabajo de observación para mostrar su trabajo artesano sobre el escenario. Scorsese y los Stones son contemporáneos: en el preciso instante en el que Scorsese comienza a filmar allá por la década del 60, los Stones ya eran un grupo legendario y, a comienzos del siglo XXI que es el preciso momento en el que Scorsese los filma, ya ambos tienen merecido y reconocido status de leyenda en sus respectivos campos. Por eso es disfrutable el espíritu casi amateur con el que una leyenda filma y tributa a otra leyenda. Aquí no hay ningún devaneo egocéntrico por parte de Scorsese a la hora de acercarse al fenómeno Stone, sino todo lo contrario: hay admiración por el arte producido por el grupo inglés.

Luego de los primeros minutos en los que Scorsese derrocha su desesperación neurótica porque todo salga como él espera,  el documental recobra, en algunos intervalos, a los Stones casi púberes, en el preciso momento en el que están construyendo su mito. En el presente es una banda en pleno, radical desarrollo de sus cualidades. Se lucen en un concierto sin fisuras, sobre todo las versiones de Jumping’ Jack Flash además de una furibunda versión de Simpathy for the Devil y la, no por inoxidable menos sentida, Satisfaction.

También son para destacar, por diversas y heterogéneas razones, cada uno de los invitados que participan de este concierto. Buddy Guy, como representante del blues más autentico, pareciera ser el invitado más obvio para cierta pureza fierita Stone, pero no por eso su participación pierde calidad. La notable versión de Champagne and Reefer que realizan los Stones acompañados por este blusero a la vieja usanza  es, sin duda, uno de los momentos logrados de la película de Scorsese. Y esto no es casual ya que los Stones, a diferencia de los Beatles, se transformaron en mitos fundantes  y figuras icónicas de la estética del rock and roll, incorporando desde sus orígenes la influencia de la mejor tradición blusera a la que luego millones de bandas rindieron tributo. Así como Buddy Guy representa lo mejor de esta tradición sobre la que los Stones trazaron el inicio de un linaje, la presencia de Jack White (líder de White Stripes que allá, en sus orígenes, encaró la ultima revolución que uno recuerde en el mundo del rock de guitarras) muestra el otro lado de la orilla. White brilla en escena junto a Jagger y compañía, haciendo una sutil  versión de Loving Cup. Pero los invitados no se reducen al heterogéneo mundo del rock y el blues: los Stones, como buenos divos pop (que lo son sin dudas), invitan también al escenario a la Cristina Aguilera, quien canta junto a Jagger Live With Me en una incendiaria versión de gran intensidad sexual, que las 16 cámaras de Scorsese filman con indisimulable placer.

A Scorsese las cuestiones extra musicales parecieran no interesarle demasiado, más allá de que en un momento de la película no deja de filmar azorado como la madre de Hillary Clinton (en ese momento senadora) se muere por un autógrafo de sus majestades satánicas. La escena se resuelve con un paso de comedia del carismático Richards que le susurra a la madre de Hillary llamándola por su nombre: ¡Hi Dorothy! Esos momentos en los que uno registra que los Stones representan, tanto a nivel social como cultural, una marca global, funcionan también para la lógica del relato, brindándole un descanso  al espectador entre tema y tema, con imágenes de archivo que muestran a la banda en sus diferentes facetas.

Es interesante pensar en Shine a Light en el presente, un momento en el que los canales musicales ya prácticamente no pasan música. Hoy ya ni se discute la estética fragmentaria del videoclip: es la misma música la que parece cada vez más ausente en el mundo del rock y el pop (convertidos en meras marcas de consumo). Es en este contexto que películas como Shine a Light  son trascendentes desde lo específicamente musical ya que recuperan el placer de ver a un banda tocando en vivo, y nos permiten recordar que la música no es solo un artificio de cierta cinefilia posmoderna sino una pieza clave de toda buena película.

 Shine a Light (EUA, 2008), de Martin Scorsese, c/Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts, Ronnie Wood, 122′.

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