Mirando un poco la casa de uno. Título de reminiscencias históricas, artísticas, bohemias y alcohólicas casi introductorias a un personaje como su director, Chelsea on the Rocks (2008) es un libertino y por momentos apasionado –no de arrebatos líricos y violines sino a testimonio puro y de rincones husmeados por una cámara que parece atada a un doberman inquieto- documento filmado por Abel Ferrara como si fuera Scorsese en el conventillo donde pararon sus antepasados cuando llegaron de la Italia. Sin embargo y aunque se lleve todas las fichas, no vivió allí: “No, no viví en el Chelsea Hotel pero lo visitaba mucho”, aclara, como diciendo que siempre vas a recordar más el patio donde pasaste los mejores momentos que tal vez el de tu propia casa. “Recuerdo haber visto a Dee Dee Ramone tirando con su pistola de aire comprimido a las gomas de los autos”, confiesa, seguramente con su risita histérica y ronca.
De amor, de locura, y de obras cumbres. El Hotel Chelsea es un símbolo de la bohemia neoyorkina, fue construido en 1883 y desde 1946 fue regenteado por la familia Bard, vaya apellido para un lugar donde se han armado las mil y una (mas otras tantas que ni siquiera esta visita de Ferrara debe haber podido desenterrar) y donde cada una tenía por lo menos un nombre ilustre de las letras, la pintura, la música, las tablas o la pantalla. Pero donde también muchos de esos nombres parieron obras cumbres: tienta hacer un listado completo, detallado y hasta por orden alfabético pero se nos viene la noche y el dossier es largo así que citemos desprolijamente a Arthur C. Clarke escribiendo 2001 Odisea del espacio en las permanentes semipenumbras de alguna habitación, Ginsberg y Corso delirando su poesía a voz de cuello, Dylan en una catarata de inspiración enamorada escribiendo la interminablemente dulce “Sad eye lady of the Lowlands” para su mujer Sara (álbum Blonde on blonde, 1966, un Chelsea Hotel en sí mismo), o Leonard Cohen pasando una noche con Janis Joplin que luego contaría, viejo indiscreto, en una hermosa y desgarrada canción (“I remember you well in the Chelsea Hotel/ you were talking so brave and so sweet/giving me head on the unmade bed/while the limousines wait in the Street”. Chelsea Hotel #2). A la vez es donde Nancy Spungen y Sid Vicious pasaron su última y trágica noche. Claro, cómo no iba a estar Jack Kerouac en su fiebre creativa, así como también más atrás en el tiempo dejaron sus fantasmas rondando Mark Twain, Dylan Thomas, Arthur Miller, William Burroughs y –tampoco podía faltar- Charles Bukowski. ¿Quién si no Ferrara para hurgar las viejas habitaciones y recovecos del Chelsea con la dignidad de un sabio croto del barrio?
Borrá lo que te dije de doc. “Para mí más que un documental es una investigación, un ejercicio en las formas, probando otros caminos para hacer cine. No es nostalgia”, tiró Ferrara porroncito en mano en una entrevista cuando presentó Chelsea on the rocks en el festival de Cannes de 2008. Y se nota. El caos bajo (cierto) control de la filmografía ferrariana se descontrae con la misma citada libertad con que la cámara se asoma por las escaleras caracol o pasea por los oscuros pasillos del hotel, mientras los entrevistados se suman gustosos al “freestyle” que propone Abel, que oficia de entrevistador, claque y eventualmente interrumpe el plano con sus paseos: Milos Forman insistiendo en ir al octavo piso porque vivió allí, Dennis Hopper en su típica fase sádica descubriendo el morbo del potencial espectador del film (o sea, cualquier espectador cinematográfico) “para conocer cómo cayeron tus ídolos, sus enfermedades y sus drogas y quien sabe qué más”, algún testigo menos legendario aventurando ya desde los títulos “cuando entrás al Chelsea es como el día en que nacés. La energía de este hotel es más grande que la gente que estuvo viviendo aquí”, remarca agrandando el mito de que el edificio tiene vida propia, que es lo que parece interesarle a Ferrara. Paralelamente a esta narración fragmentada de recuerdos y divagues de testigos vivos y en el lugar de los hechos, Ferrara aplica algunos metrajes históricos como por ejemplo Burroughs firmando (más bien parece rayando artísticamente) un libro a un suspirante Andy Warhol, quien justamente allí filmó Chelsea Girls en 1966, y lo más discutible, que son los “reenactments” del drama Spungen/Vicious –muy violento y casi caricaturesco- y de Janis Joplin, así como el insert de escenas del 9/11 y el World Trade Center en llamas.
En tiempos de la filmación de Chelsea on the Rocks los nuevos dueños habían echado a Stanley Bard y querían cambiar este bastión de la bohemia neoyorkina por un hotel «trendy». «Es más fácil librarse de las cucarachas», dijo Ferrara a propósito del intento de rajar a los inquilinos legendarios. «Todos pensaron que iba a cambiar la cosa y después, bang, Wall Street colapsa y nadie tiene plata para hacer nada».
Chelsea on the rocks (EEUU, 2008)de Abel Ferrara, c/ Ira Cohen, Stanley Bard, Abel Ferrara, Dennis Hopper, Gaby Hoffman.
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