Gol en el campo, paz en la tierra,

tras la pelota hay mucha mierda”

La Polla Records.

Atención: Se revela el final.

El fútbol o yo arranca con una panorámica de la cancha de Boca, y en parte es allí donde se inició todo esto. En el estadio de uno de los clubes más populares de nuestro país. Cuando la cámara propone un acercamiento no vemos el partido, se enfoca la tribuna, más precisamente al sector donde todos sabemos que se ubica la barra brava. Foco en el sector central de la tribuna popular, donde en todas las canchas se ubican los cómplices del entramado sucio del deporte que más nos apasiona a los argentinos. ¿Y por qué decir “es allí donde se inició todo esto”? Porque si a esta pelota se le van arrancando los gajos uno a uno, más que similitudes con la misma fórmula pasatista y estupidizante que siempre propone Suar y asociados, lo que se encuentra en El futbol y yo es una horrorosa similitud con las películas de Palito Ortega y su propaganda cómplice con la dictadura.

A diferencia del anterior trabajo de Suar, Me casé con un boludo, en el que la estrategia era licuar la imagen del presidente actual, con “chistes” que legitimaban atrocidades y desigualdad social, esta nueva arma de destrucción cultural masiva se enfoca primordialmente en un único tema: el regreso del fútbol para pocos. Qué importante conexión tendrá el mundo de la pelota con la política que se inventa una película sólo para enfriar el caldo y ayudar a olvidar otra de las promesas incumplidas de Macri. Y queda claro que el único fin de esta pésima película es ese, y que (de paso) su estreno en vísperas de elecciones no es casual. El inicio de la película y ese primer plano a la tribuna remiten a otras épocas de privatización, todo está calculado.

Intentando un análisis que no siga arrancando gajos del entramado genocida, en términos cinéfilos El fútbol o yo es un gol en contra, un partido de segunda división. Desde lo actoral Suar hace tiempo que agotó el personaje del boludo, y la reiteración de gags hacen que el espectador avispado anticipe mentalmente cada ocurrencia. El papel de Julieta Díaz, que desde lo actoral sí se sostiene perfecto, no puede ser tolerado por quienes denunciamos el adoctrinamiento cultural perverso que llevan adelante los medios masivos de comunicación. Ocupa un papel destacado en una maquinaria podrida que en otros ámbitos dice combatir, una figura parecida a la de los presidentes de los clubes argentinos que denuncian todo el tiempo y se benefician del cáncer. Desde lo técnico, la película también se va a la B: efectos pedorros y puestas en escena más truchas que las de Macri viajando en colectivo.

Como en todo relato oficialista actual, en El fútbol o yo hay un lugar importante para el cinismo. Y ese estandarte malvado lo carga Alfredo Casero. Su personaje sostiene la poca trama que ofrece la película: la transición entre un conflicto que conocemos desde el título mismo y un final predecible y aburrido. Guion elemental, mi querido Watson: Suar deberá elegir entre Julieta Díaz o la pelota. Dejando de lado el “guion”, la excusa, la gambeta, lo funesto del film sí se acomoda perfecto en la gracia de Casero. Para arrancar, el personaje de Casero se apellida Roca. El algún día cómico se saca el gusto de calzarse un apellido bien genocida: cinismo puro, provocación básica. En segundo lugar, su personaje es padrino de adicciones del de Suar. Sí, porque lo que esta película comunica, lo que esta película quiere grabar en el inconsciente del espectador, es que ver mucho fútbol, incluso partidos de equipos del cual no sos hincha, es una adicción, que está mal. La película profundiza un poco más el mensaje de este gobierno dirigido a los no pudientes, eso de que “no estaba bien que lleguemos a fin de mes y salgamos de vacaciones, que podamos pagar las cuentas, que no era real”. En ese marco, el “sinceramiento” lo lleva adelante Casero. Es él quien le va a tirar a Suar las remeras de fútbol. Es Casero el que le arroja la pelota bien lejos. Es Casero el que le confirma a Suar que ver partidos de fútbol es una adicción peligrosa. Si bien laactuación del Roca del siglo XXI es solvente, su papel bajo los gajos, por donde se lo mire, es patético.

Detalles. ¿En qué año transcurre El fútbol o yo? Hay un aparato que responde a esta pregunta, que nos sitúa en el futuro. El fútbol o yo es una película que trata en un futuro inminente. ¿Por qué? En una de las escenas, cuando Julieta Díaz se cansa del pelotudo de su marido, se para de la mesa y lanza el “decodificador” a la pileta (siempre las historias de Suar hablan de gente pudiente). Esta escena puede verse en el tráiler de la película. Ese detalle habla por sí solo. Hasta el día de hoy, todos los partidos del fútbol argentino se vieron sin decodificar, gratuitos por señales de aire. ¿Entonces la película trata en los años anteriores al Fútbol Para Todos? No, muchísimos detalles muestran que no, por ejemplo la imagen de Messi final. ¿Cuándo transcurre entonces? ¿Durante el próximo torneo? No, tampoco. Los partidos que ve Suar son viejos, de la era del Fútbol Para Todos, aunque nunca se vean los logos de las trasmisiones públicas. La película habla de el último fútbol que vimos, de hoy, de hasta hace unas semanas, pero usa decodificador. La película protagonizada por uno de los que se beneficiarán con la nueva privatización del fútbol ya te muestra cómo volverá a ser el negocio, pero cambia la historia reciente. Pone elementos futuros en hechos pasados, con la simple intención de borrar lo que fue, porque no puede explicarlo, porque le tiene miedo a imaginar la transición de un pueblo hambreado que no está a la altura de un abonocodificado, y que aunque tuviese el dinero, ya no entiende qué debe pagar. Esta bosta de hora cuarenta y que le sobran largos minutos y personajes, prepara lo que se viene y no muestra ingenuidad alguna. Saben lo difícil que será calmar la abstinencia de fútbol. Por eso el mensaje del Suar post Casero, del Suar rehabilitado, es que hay que mirar poco, que mucho hace mal. Por eso su personaje es inverosímil, un tipo que grita apasionado desde tribunas de diferentes equipos. Ningún responsable de esta película parece conocer los sentimientos de un hincha genuino. Por eso cuando pone el foco en la hinchada señala a la barra brava, y por eso en ningún momento Suar pisa la tribuna popular o pisa una calle de tierra. La película habla de esos, de los delincuentes de un lado y del otro. Por eso la película no tiene consistencia más que en licuar en escenas de la vida “cotidiana” la entrada del codificador, y la, ahora que necesitan enfriar la olla, “locura de mirar muchos partidos”. Los mismos que te transmitían los 90 minutos de todas las tribunas, sí, 90 minutos mirando la tribuna, ahora te dicen que mirar todos los partidos de una fecha es adicción.

¿Les interesa destruir el fútbol? No. Estos tipos tienen que enfriar la olla, pero en unos meses venderte nuevamente el guiso antes que se pudra. Entonces al final de la película, y va con spoiler para intentar ahorrarles ver esta basura, luego de que imaginamos el decodificador rescatado de la pileta y el servicio de cable pago al día, la mirada de Suar en ese abrazo que promete a la cómplice Díaz ponerla a ella por delante de la pelota, se pierde alocadamente en una imagen de Messi gigante con la remera de la selección puesta. Esa es la escena final. Así termina. El espectador sabe que se viene el mundial, sabe que Suar va a seguir mirando fútbol. Los guiños cómicos del eterno pelotudo de Suar derrumban toda posibilidad de drama, para ellos es un juego, un berrinche adinerado más. Y si llega a ser necesaria, si para cuando el próximo mundial golpee la puerta no haya suficientes suscriptos a la televisión codificada, El fútbol o yo deja abierta la posibilidad de una secuela. Y apuesto que en una segunda parte de esta propaganda, ver todos los partidos será incurable.

El fútbol o yo (Argentina, 2017), de Marcos Carnevale, c/Adrían Suar, Julieta Díaz, Alfredo Casero, 105’.

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