Espinaca. La expresión “eloquehay” podría definirse como una suerte de culminación de la búsqueda, del “¿tajaí?”. La irreversibilidad. Inventariar los recursos y seguir o no con un objetivo, en este caso el que pudiera tener Daniel (Leonardo Sbaraglia), padre separado que convive con su hijo Coco  (Lautaro Murray) y que nos presenta Choele, es decir en Choele Choel. Título y locación se apropian en su sonoridad de casi toda la contundencia que pudiera haber en este plácido relato pueblerino de Juan Sasiaín que aún abordando complejidades  como los conflictos de pareja, de padres e hijos y de hijos en preadolescencia lo hace con ritmo cansino, casi al compás del movimiento y sonido de las intercaladas tomas del omnipresente Río Negro y con no poco riesgo de perder el interés del espectador que pretende un poco más de dramatismo. Pero, amigo,eloquehay.

Y ese «eloquehay» es el que le suelta Daniel a su hijo cuando éste no quiere saber nada con comer la tarta de espinaca que preparó Kimey (Guadalupe Docampo), presentada al retorno de Coco de visita a su madre nada menos que como “una nueva cocinera que tengo, andaba por acá y le alquilé tu pieza”. Ojo: para más etimología, «eloquehay» puede no necesariamente implicar resignación sino por lo contrario aquella claridad de saber con qué se cuenta. Que a veces no es tan poco aunque lo pareciera, y a su modo Choele lo toma casi como leit motiv de suave crescendo: de las charlas de padre e hijo sobre las minas, los paseos, los típicos juegos de pibes de once que mezclan la ingenuidad infantil con el asomarse  lúdicamente a la madurez fumando un palito, hasta tomar imprudentemente la primer botella confirmado un equívoco, conflictivo primer desengaño amoroso que será el que deje huella en Coco. A diferencia que para su viejo, para él lo que hay no es poco y es un paquete complicado de desatar.

Lautaro-Murray-en-Choele

El espíritu del río. Hablando de su primera película en solitario, Sasiaín confiesa haber asignado gran contenido autobiográfico a cada elemento (lugar, trama, personajes) de Choele y justifica su decisión de poner el peso del relato sobre el punto de vista del niño y sus diversos planos de relaciones con pares, con padre y con la atractiva mujer que se instaló en el hogar aportando un elemento misterioso y discordante al lírico ideal del ya-no-tan-niño que tan sólo quiere acortar las distancias entre su madre –que el film nos escamotea- y su padre, que no nos termina de dibujar. Porque tal vez para Coco tampoco está completo.

En suma, en Choele puede advertirse, como se apuntó, un tratamiento sin mayores pretensiones de temas complejos (lo cual, es claro, para algunos puede implicar un desacierto) así como méritos estéticos/narrativos que traen ciertas lejanas reminiscencias del lamentablemente poco frecuente Erice, a la par de actuaciones ajustadas del reducido reparto, y aunque siempre queda incómodo cuando es un actor conocido y porteño, personalmente no me molestó tanto que Sbaraglia tenga que morfarse algunas eses aunque ni falta que hacía.

Choele (Argentina, 2014), de Juan Sasiaín, c/ Leonardo Sbaraglia, Lautaro Murray, Guadalupe Docampo, ’87.

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