Bajo la corteza. Allí es donde se esconden los bichos, allí también es donde late lo vivo, donde corre la savia. Y así se titula la ópera prima de Martín Heredia Troncoso. La película aborda el áspero presente de un trabajador rural dedicado al desmonte adoptando un riesgo narrativo, que es también político: contar una historia signada por la fatalidad y, como si fuera poco, desde la perspectiva de quien culmina por desatarla. Paciente, sin estridencias y confiando en sus recursos, la película va desandado el camino de la deforestación de los montes con fines de especulación inmobiliaria, siguiendo el pulso de su protagonista. Con la obediencia del quebrado por mil embates que no vimos pero reconocemos en su mirada, en su tranco cansino y los hombros bajos, César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez) recorre el corto espinel que va del desempleo crónico al desmonte ilegal de terrenos para inversiones privadas. El vaso que comunica ambos polos se reduce a una oficina municipal a la que César llega solicitando trabajo y de la que sale llevándose un nombre: “Te tiro un dato, si te sirve. Ubicá al Sr. Héctor Zamorano”, le dice lo más campante la empleada. Sucinta y mordaz representación de la complicidad político-estatal como condición sine qua non para la explotación de todo recurso, sea humano o natural.

Desde ya la película recala en el lastre espiritual que supone para César servir a este oscuro patrón que, luego de probar su fidelidad y eficiencia en changas, le asignará la peor empresa. Allí está, como contrapeso, ese primer espejo que es su hermana, la esforzada cocinera Mabel (Eva Bianco), a quien la enfermedad y el esfuerzo diario no le nublan la vista para identificar trincheras, ni le quitan el sueño de proyectar formas de progresar en el oficio que practica con orgullo y por el que es reconocida. En su rostro (al que sí solemos ver de frente y no en ese esquivo perfil en el que asoma habitualmente César) vemos el de aquellas decenas de manos que se aprestan a ayudar a combatir las llamas. Pero a Heredia no le interesa radiografiar el derrumbe moral de César ni explayarse en la excomunión que su entorno social avecina. Es suficiente contemplarlo fumando o alimentando con leños su estufa para comprender la angustia huérfana que gana espacio dentro suyo. La clave baja predominante de la fotografía refuerza esas emociones, a la vez que parece recordarnos que las de César y su patrón son siluetas conocidas que se replican en estas tierras que arden bajo una explotación empresaria que consume vidas como maderos.

¿Qué resguardo nos ofrece el director a les espectadorxs ante un relato cuya traza no augura epopeya alguna? La puesta de cámara es uno. Suficientemente próxima al hachero para comprenderlo, pero con la distancia necesaria para identificar las condiciones que cercenan su margen de maniobra, la cámara de Heredia parece invitarnos a desnaturalizar el contexto político y económico para no terminar arrastrados por él. Un procedimiento que la película anticipa en ese paneo inicial que recorre el interminable surco incandescente de un incendio voraz. El camino de César asoma señalado con la misma intensidad, pero al igual que en el paneo mencionado, en la decisión de una cámara de registrar el recorrido completo hay una acción en curso y, por tanto, una voluntad de superación en ciernes.

Bajo la corteza (Argentina/2021). Dirección: Martín Heredia Troncoso. Guion: Federico Alvarado y Martín Heredia Troncoso. Fotografía: Sebastián Nicolás Aramayo y Juan Samyn. Edición: Guillermina Chiariglione. Música: Anselmo Meliton Cunill. Elenco: Ricardo Adán Rodríguez, Eva Bianco, Pablo Limarzi. Distribuidora: Santa Cine. Duración: 82 minutos.

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