En su texto en esta misma página, Juan Pablo Susel señala con justeza que quizás El cavernícola sea el film más infantil del estudio Aardman, aun cuando se sostenga en el planteo del enfrentamiento de dos bandos antagónicos como forma de pensar la Historia. Considero que justamente es este planteo, y las implicancias de la concepción que despliega alrededor del fútbol –y no dentro del mismo-, lo que instaura la posibilidad de disfrute de los espectadores adultos.

Puesto en la pantalla, lo aparentemente ucrónico –la convivencia de una avanzada edad de bronce con una primitiva edad de piedra-, deviene ejercicio de representación. El fuerte contraste entre los miembros de ambas edades se replica en el entorno. Los hombres de la edad de piedra sobreviven en un valle generado por un meteorito en tiempos pasados, que se vislumbra como un oasis en una tierra dominada por el fuego y lo eruptivo, destacado en la imagen cuando se recurre a planos generales. El contraste natural se constituye entonces como social y, por tanto, político, desde el momento en que los mamuts “acorazados” de Lord Nooth irrumpen en el bosque primitivo. Allí aparecen no solamente los ecos de la conquista –el mal llamado choque de culturas- que se expanden hasta la actualidad en la situación de los pueblos originarios en todo el mundo (en ese punto no es casual que el espacio de refugio sea el bosque o la selva, lugares improductivos para la lógica de la sociedad actual).

En ese punto, marcado por el eje invasión/apropiación/exclusión, El cavernícola establece su historia con una lectura inevitablemente política. Lejos del disfraz de las edades arqueológicas, lo que pone en juego es la naturaleza misma del capitalismo, entendido como un sistema económico necesitado de la expansión continua para obtener los recursos que lo sustenten. El ingreso de Lord Nooth al valle no tiene que ver con la calidad de la tierra o la posibilidad de acceder a frutos para alimentar a la población. Lo de Nooth es voracidad extractiva: se entra para conseguir más metales de las entrañas de la tierra y sostener la razón de ser de la edad de bronce. Y la apropiación del espacio, acompañada de la expulsión de los habitantes, establece otra de las máximas del capitalismo: la vida se subordina a las necesidades del sistema y a las riquezas que se puedan conseguir.

Hay un detalle que no es menor, pero que no debería pasar desapercibido. Cuando los hombres de Nooth entran al valle, poniendo en retirada a la tribu primitiva, lo primero que hacen es impedir su regreso demarcando el territorio. El alambre de púas que cerca el valle es la puesta en imágenes del principio de la apropiación y de la propiedad privada. Alambrar para establecer límites, fronteras, y también zonas de exclusión que recuerdan el alambrado de campo de concentración al que aludía el gallinero de Pollitos en fuga.

Del otro lado, cuando Dug entra en una carreta a la ciudad/fortaleza, lo primero que encuentra es una serie de puestos comerciales. Las huellas del capitalismo se replican en, por ejemplo, la piel de cebra que se utiliza para marcar las “sendas peatonales”. La ciudad toda es una propiedad privada de Nooth remarcada por la multiplicidad de puertas y trabas que impiden la salida y la entrada, y cuya representación más elocuente es el estadio –que al comienzo recuerda no tan vagamente a los coliseos romanos-.

El fútbol, en ese estadio, aparece como una representación doble de las formas que asume el capitalismo: como un entretenimiento pago que incrementa la fortuna de sus organizadores y distrae a los espectadores de lo que los circunda; y como una sublimación del acto de la guerra (nótese que los partidos se generan a partir de un desafío a los campeones y no por un encuentro amistoso).

La mirada de la película tiende a establecer una sinonimia entre el entretenimiento y el crecimiento expansivo de la concentración capitalista. Que Nooth acepte el desafío de Dug es una buena muestra de ello. No se trata solamente de que está convencido de la superioridad de los propios, sino que inmediatamente advierte que puede hacer más dinero de manera directa (duplicando, ante el “interés de la gente” el valor de la “contribución voluntaria” para ingresar) e indirecta (porque se quedará con las tierras ricas y porque, a la vez, los perdedores se convertirán en mano de obra barata en las minas). Si el capitalismo expansivo y arrasador se vislumbra en las “tierras malas” (o sea, improductivas desde el origen o por el agotamiento de su explotación) desde lo espacial, encuentra en Nooth la encarnación más acabada como personaje.

En apariencia, se le opone un solo adversario: ese grupo de entusiastas y torpes primitivos que plantean el desafío en orden a una tradición olvidada por la derrota continua (la exclusión de ese pueblo parece haber sido la constante de su historia no evolutiva: la que los dejó como cazadores de conejos en lugar de ir por piezas más grandes) y en el imperativo de todo grupo: volver a casa, al lugar que les pertenece y que les han arrebatado. De allí que la tribu primitiva no encarne el prototipo de una revolución, en tanto no les interesa cambiar el sistema del otro, sino sostener el propio en convivencia armónica con los demás. La suerte de la historia y de la tradición se juegan en un partido de fútbol, en una única batalla de una guerra disimulada y pública, limitada a un lapso de tiempo y a unas reglas específicas, donde se trata de sacar provecho de las debilidades del otro (y las debilidades, parece quedar claro, provienen de lo que sostiene el capitalismo como sistema: la obsesión por acumular más dinero en Nooth, el individualismo y la vanidad del triunfo en los jugadores del Real Bronzio). En ese esquema hay una división tajante y binaria. El Real Bronzio, parte de ese modo de vida en el cual la circulación del fetiche monetario representa el triunfo, es un conjunto de individualidades que intenta sobresalir a costa del otro (ver el detalle de las tapas de las “revistas” oficiales y las figuritas para coleccionar). Los primitivos son un grupo encolumnado detrás de un líder natural que no es el jefe tribal, lo cual no es una diferencia insignificante, en tanto la población de la ciudad/fortaleza responde a Nooth y su festejo al final del partido tiene que ver con la recuperación de lo apropiado –esa plusvalía del precio de la entrada- y no con el aborrecimiento del sistema.

Porque, a fin de cuentas, aunque el punto de vista recaiga en el grupo primitivo, no hay condena hacia ese capitalismo que los expulsa y los excluye como grupos y como sujetos. No hay revolución posible porque los males del sistema son vistos como desviaciones encarnadas en sujetos puntuales.

De allí que el tramo final refuerce la autoridad a partir de la puesta en tensión de un tercer elemento: la monarquía. Tan british como Wallace and Gromit: la batalla de los vegetales o como el granjero de Shaun, el cordero, la Reina no es solamente la representación de la autoridad. Es el Dios que todo lo sabe en su territorio y que se opone a la voracidad de Nooth. Pero antes que nada, la reina es Justa. Es ella quien devuelve las tierras a los primitivos tras su triunfo deportivo y es por su intermedio que el dinero apropiado por Nooth vuelve al pueblo –aunque se evite el reparto justo y se vuelva al azar del liberalismo, según a quien le toque o a quien pueda juntar más de lo que se “derrama”-. La monarquía aparece entonces como el equilibrio entre el primitivismo salvaje al borde de lo improductivo y el capitalismo desbocado. Pero allí no hay eliminación del conflicto, sino apenas la supresión de la fruta podrida, de su cara visible. La persistencia del sistema llevará indefectiblemente, más temprano o más tarde, a la repetición y quizás en ese momento ya no haya reina ecuánime para aceptar la derrota. Lo que hace la película es aquietar la voracidad capitalista y ponerla en stand-by, ponerla a hibernar. Hasta que el monstruo vuelva a despertar con hambre. No sería descabellado pensar una segunda parte de la película, entonces, en la que el valle sea nuevamente atacado y en el colmo del realismo, no haya posibilidad de partido de fútbol, ni siquiera de una guerra, para evitar lo inevitable.

El cavernícola (Early Men, Inglaterra, 2018). Dirección: Nick Park. Guion: Mark Burton, James Higginson y Nick Park. Fotografía: Dave Alex Riddett, Charles Copping, Pul Smith, Peter Sorg. Edición: Sim Evan-Jones. Duración: 89 minutos.

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