Alrededor del homoerotismo pop para machos y El conjuro 2.
Miro alrededor y no entiendo bien dónde me encuentro. Suena una balada espectral; un bandoneón disonante tocando un tango antiguo. La niebla se disipa y entonces, mientras una luz artificial la tiñe de un azul prefabricado, una pantalla de televisión se deja ver en lo alto. Estoy sentado en lo que parece la sala de espera de una gran corporación multinacional, vaya a saber uno de qué índole. La estética del lugar parece producto de la mente de alguien que se basó en una película de ciencia ficción distópica sin entender que era distópica, tomándola como referencia para un futuro mejor, más frío y distante.
El televisor comienza a proyectar Rápidos y furiosos 7, la entrega de James Wan de la saga, y me dejo llevar por sus encuadres industriales hasta que, pasada menos de media película, ya estoy tan aburrido como con cualquiera de las anteriores. Pienso que nunca entendí porqué carajo a muchos críticos de cine le parecen grandes películas; ni vistas en el pantalla grande tienen efecto adrenalínico; al contrario, me resultan soporíferas. Pienso que son tan superficiales como cualquier película de Michael Bay, especialmente las protagonizadas por esos engendros fascistas e inentendibles llamados Transformers. Pienso…
– ¿Viste que te dije que este tipo era un pelotudo?
John Carpenter, desde la silla que tengo directamente al lado, me sonríe mientras larga humo por la boca y saca una petaca de whisky del bolsillo interior de su campera de aviador.
– No me sorprende que esta película sea una mierda. Leí una entrevista donde Wan decía que siempre le andaba diciendo a los productores: “Si algún día necesitan cambiar a Justin Lin, yo podría reemplazarlo y nadie se daría cuenta”. Y tuvo razón. Esta mierda es tan mierda como cualquiera de las otras.
– Peor, porque esta es mierda con autoconsciencia. ¡Mirá! – grita el viejo señalando la pantalla en la que ahora solo se deja ver el culo de alguna jovencita mientras ondea una bandera a cuadros -. Ni siquiera se pudo ahorrar la misoginia. Los personajes femeninos de estas películas son patéticos, o son personajes masculinos en cuerpo de mujer.
– ¡Es lo que siempre digo! Estas películas están pensadas para un público masculino hueco o, mejor dicho, un público macho. Para esa estirpe de personas que luchan por no demostrar sentimientos hacia otro hombre, mucho menos llorar, y en vez de amor hablan sobre respeto y fidelidad y esas giladas. El día que Vin Diesel se chape a la Roca va a ser la revolución.
– ¡Qué lindo sería eso! – Carpenter me pasa la petaca y enciende otro cigarrillo con la colilla del primero -. ¿Sabés a qué me hacen acordar estas películas? A esas otras que operan sobre los mismos arquetipos machistas, como Top Gun y Point Break; la diferencia es que esas dos están dirigidas por grandes directores (o por lo menos interesantes), y hasta rozan la parodia. Estas de los autos son injustificables.
– ¿Sabés cómo me gusta decirle a ese género? Homoerotismo pop para machos. Es lo que es. Cuando alguien pone en duda que las Rápido y furioso estén dentro de esa categoría les saco un argumento infalible: ¡estas mierdas tienen formato de película porno! En vez de sexo hay carreras y el resto son excusas argumentales para que haya carreras, todo bañado con una moral cristiana bastante pavota. ¡Hay dirty talk y todo! Gritan de lo lindo mientras gozan y cuando aprietan el nitro llega el clímax: acaban mientras se insultan con amor y terminó la carrera.
– Un polvo de metal… Como la Crash de Cronenberg, sólo que idiota, conservadora y confirma lo que esa película planteaba: estamos tan obsesionados con la tecnología que nos la queremos coger. Y acá funciona como catalizador de actos sexuales entre hombres que nunca se consuman. Como no pueden coger entre sí, compiten en carreras, o se cagan un poco a palos, que simbólicamente está bastante más cerca…
– ¿Y te diste cuenta que la cerveza Corona auspicia todas esas películas? ¿Habrá una conspiración homofóbica internacional que quiere transformar al mundo en eunucos infelices o en reprimidos perpetuos?
– No me extrañaría, eh…
Nos detenemos durante otro par de minutos para observar la película en silencio. El viejo se termina la petaca de un sorbo, la arroja al vacío y saca una nueva del bolsillo. La niebla vuelve a reinar en el ambiente y empieza a haber interferencia en la imagen. El filtro de color cambia y ahora la pantalla nos enseña la Londres de los años 70.
– Boludo, ¿acá no pasan algo que no sea de este director de mierda? – dice Carpenter, ofendido.
– Bancá los trapos, querido, que esta película me gustó.
– ¿En serio? Y yo que te estaba empezando a respetar aunque sea un poquito…
– Gracias por el cumplido, vejete.
– No hay de qué – me dice sonriendo para después encender un nuevo cigarrillo; en mi cerebro aparece la teoría de que la neblina que nos rodea es producto de los puchos de Johncito, pero no le digo nada -. Decí la verdad, pibe, las Insidious sólo te gustan porque te hacen acordar a los sueños perturbados de tu infancia, y porque tienen ese toque bizarro que vos considerás paródico, pero que claramente el director hace con la intención de asustar. La primera de El conjuro le salió bien de casualidad. Parece casi un ejercicio universitario de terror clásico, muy de manual.
– Puede que estés en lo cierto, pero, por la razón que fuere, no puedo evitar disfrutar de su cine. Y eso que decís de lo bizarro creo que es justamente lo que más disfruté de El conjuro 2. ¡Es una comedia disfrazada!
– Es una comedia involuntaria…
– ¡No podés decir eso! Si hay diálogos que parecen salidos de la nueva comedia americana, con una autoconciencia metalingüística que de ridícula me parece genial. ¡Los sustos funcionan como gags! Están construidos de la misma manera: escalan lentamente hacia el absurdo de formas cada vez más lúdicas. Algo muy gracioso que noté cuando la vi en el cine era cómo reaccionaba la gente. Algunos se empezaban a reír porque sabían que estaba por venir el susto pero no sabían cuándo, y después se reían de haberse asustado por más predecible que fuera. Me pareció divertidísima.
– Creo que te gusta más por sus errores que por sus aciertos… – Y yo creo que esas palabras pueden tener diferentes definiciones para diferentes individuos… – Con esas boludeces abarcativas que decís siempre salís bien parado de cualquier argumento, ¿no? – Eso intento – digo sin poder disimular una sonrisa.
Entonces llega el momento en que Patrick Wilson se pone a tocar esa balada melosa de Elvis ante los niños poseídos y, cómo veo que Carpenter está por abalanzarse sobre mí con una avalancha de argumentos en contra, me le adelanto:
– Te lo concedo. Hay cosas de esta película que son indefendibles. Por ejemplo, este videoclip cursi sobre lo romántico y buen tipo que era Warren. El CGI está bastante demás también, considerando que los efectos prácticos en contraste funcionan mucho mejor. La monja bizarra y payasesca me parece mucho más efectiva que el bicharraco animado ese que metieron.
– Lo peor de todo esto es que hacen quedar a esos dos estafadores como héroes incomprendidos. ¡Boludo, la mala de la película es la única mujer que se animaba a decirle al resto que estaban flasheando cualquiera! ¡Fue una estafa de acá a la China! Los Warren se encargaban de consolidar estas farsas, como pasó con la de Amityville (hablando de eso, admito que me pareció un buen chiste el amague del principio de la película). Eran dos cristianos fundamentalistas que rozaban la esquizofrenia colectiva, o simplemente eran buenos actores, ¿quién sabe? ¡El punto es que están glorificando la mediocridad!
– A veces tu cinismo es esclarecedor, viejito. Eso no lo puedo negar. Está claro que la película aboga por la ignorancia. Ojo, no creo que creer en lo invisible sea un mal, de hecho me parece peor el negar que hay una realidad metafísica que trasciende a la de la humanidad, pero esto es una pelotudez. “Basada en mentiras reales”, debería decir al principio.
– “Basada en mentiras reales” – repite el viejo con una sonrisa -. Eso me gusta mucho.
En nuestras manos se materializan dos copas de vino respectivamente y brindamos mientras los créditos empiezan a desfilar por la pantalla. Veo cómo el rostro de John Carpenter comienza a perderse en la neblina que nace desde su cigarrillo. Su voz sin cuerpo me llega desde el otro lado de la percepción:
– Te dije que este tipo era un pelotudo – me susurra con aires fantasmales.
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