¿Qué hubiera pasado si Howie Ratner (un gran Adam Sandler siendo la medida de todas las cosas en esta particular, trepidante y bellísima película de los hermanos Safdie) se tranquilizaba un poco de la inercia desenfrenada -mechada en noche neoyorkina, joyas, dinero, estrellas de la NBA, deudas, amantes, sexo, golpes, apretadas, matones, familia, tradición judía, empeños, usurerías, apuestas…- que era su vida, a los 48 años de edad, y reflexionaba un poco sobre dónde estaba parado entre tanta vorágine autodestructiva? Hubiera pasado exactamente lo que pasó cuando lo hizo, con la cara destrozada, llorando como un niño, pidiendo un poco de gentileza, dulzura, apenas, hacia su persona que absolutamente todos odiaban y con mucha razón para hacerlo.

¿Qué hubiera pasado si Borges no encontraba la moneda del vuelto, el Zahir, en un bar de mala muerte después del velorio de Teodelina Villar, de quién, al parecer, estaba enamorado? No nos hubieran llegado párrafos como estos alertándonos sobre el Zahir, su obsesión decrépita, el tiempo, el dinero y su trágico poder milenario: “Insomne, poseído, casi feliz, pensé que nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro; es un Proteo más versátil que el de la isla de Pharos. Es tiempo imprevisible, tiempo de Bergson, no duro tiempo del Islam o del Pórtico. Los deterministas niegan que haya en el mundo un solo hecho posible, id est un hecho que pudo acontecer; una moneda simboliza nuestro libre albedrío” (…) “Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmo, un simbólico espejo del universo” (…) “Vinculo ese dictamen a esa noticia: Para perderse en Dios, los sufíes repiten su propio nombre o los noventa y nueve nombres divinos hasta que éstos ya nada quieren decir. Yo anhelo recorrer esa senda. Quizá yo acabe por gastar el Zahir a fuerza de pensarlo y de repensarlo, quizá detrás de la moneda esté Dios.

¿Qué hubiera pasado si los hermanos Safdie no hubieran hecho confluir en Howie a la avalancha de estereotipos sobre los judíos[1] que hay, prácticamente, desde el antisemitismo alemán del siglo XVIII, pasando por el antisemitismo francés del siglo XIX encallando en el antisemitismo nazi del siglo XX, para conjurar a un personaje irritante, irritable, avaro, tacaño, especulador, mersa, grasa, manipulador, tramposo, inmoral, mentiroso, vulnerable, carroñero, insidioso, cretino? Nos hubiéramos perdido la película que merecía todas las nominaciones al Oscar que tiene ese bodoque woodyallenesco progre de Marriage Story [2] y la infumable 1917 de Sam Mendes y, sin embargo, no se la nominó a ni uno solo.

Preguntas con respuestas. Hipótesis lúdicas con elucubraciones igual de lúdicas. El universo de los hermanos Safdie empieza en una gema, un ópalo extraído -entre chinos explotadores y falashas (judíos etíopes) explotados- en África, brotando desde el colon mismo de Howie, para mistificarse en las manos del gran Kevin Garnet y sus juegos (el primero y el séptimo) épicos contra los Sixers en las semifinales de la NBA del 2012 y reducirse a subastas apuradas con compradores anónimos en el Diamond District de New York. Diamantes en bruto (Uncut gems) es un viaje, es un espejo, es el universo en uno y uno en el universo. Es un mal espejo con un peor reflejo. Es el universo y espejo de Howie: tóxico, vertiginoso, recalentado en una inercia delirante. Es el universo y el espejo del Diamond District y los personajes que lo habitan, facturan, explotan y frecuentan. Es el universo y el espejo del looser cool, muy de los Safdie, que nos enternece, genera simpatía, empatía y que, sin embargo, no deja de ser un miserable hijo de puta. Es el universo y el espejo del centro del imperio del mundo, la New York que nunca duerme y nunca deja dormir a nadie. Diamantes en bruto es un universo y un espejo en sí: con su música hipnótica, entre lo religioso y los sintetizadores de los 80; con sus luces de neón que no pasan de moda; con sus primeros planos agobiantes; con su fotografía impecable; con un Adam Sandler que entendió toda esta película de entrada y le da con su Howie una interpretación memorable.

Diamantes en bruto es una fábula urbana, judía, citadina, muy humana: donde las miserias y grandezas de Howie no son más que un reflejo de lo que no queremos ver en nosotros, en los otros, en cualquiera y por eso Howie lo “carga” en sus espaldas como un peso muerto. Uno innegociable en su vida. No, Howie no puede cambiar quien es. Tampoco quiere hacerlo por más que lo sufra. Howie, por ello, es pura inercia y nosotros, como espectadores -al igual que su entorno y su familia en la película- al acercarnos a él, nos volvemos parte involuntaria de la misma.

Edificios neoyorkinos de joyeros cuasi kafkeanos. Matones, cobradores, vendedores, negociantes. Poder, dinero, ostentación. Cuentas, créditos, apuestas. Piedras preciosas, brillantes. Estrellas de la NBA. Raperos en ascenso. Alhajas estrafalarias. Sangre derramada. Sangre por derramar. Familia. Tradición. Gemas multicolores, encantadas, malditas, bellísimas. El espacio y el tiempo cortados por una fuerza centrífuga asfixiante. La hija de Howie escupiendo monedas de oro cada vez que habla en una obra de teatro. John Amos siendo tan rata como Cleo McDowell en su papel en Un príncipe en Nueva York (1988) que Howie le recomienda ver a su hijo mientras buscan un baño. La noche, sus boliches, sus hábitos… Howie parece un adolescente de 50 años que nada merece porque todo lo ensucia, manipula, pierde. Howie, por ello, sólo tiene su inercia; tiene al dinero por Zahir en el cual no puede dejar de pensar ni por un segundo; tiene al azar (las apuestas) como droga, viagra, vicio para encontrar una pasión inclaudicable en su vida mal trazada, corrompida, absolutamente destructiva, sin futuro inmediato, a punto de colapsar.

Diamantes en bruto es un nuevo prodigio de los hermanos Safdie que, al igual que en Good time (2017) y Goldman v Silverman (2019), crea una poética particular, propia, en la cual “lo humano” no es más que una fábula molesta, laberíntica, que reduce todo a una especie de presente perpetuo, zahiriano, enfermo, esquizoide, donde la cura parece tan fácil pero nadie la quiere; donde el vicio de la inercia no requiere antídotos ni rehabilitaciones si no, simplemente, agotarlo hasta el final de las consecuencias posibles por más trágicas o dramáticas que sean; agotarlo como Borges pensando y repensando su Zahir; a Howie diciéndole a Garnett “Así es como yo gano”… Diamantes en bruto es una genialidad montada de  obsesivas atmósferas donde nadie se niega a sí mismo jugando a encontrar -¿azarosamente?- futuros prósperos que escapen a la lógica capitalista, simbólica, religiosa, meritocrática para claudicarse en su propia oscuridad: tan universal, como irremediablemente humana, cósmica, rota, pero arcana y bellísimamente, luminosa.  

Calificación: 9/10

Diamantes en bruto (Uncut Gems EUA; 2019). Dirección: Benny Safdie, Josh Safdie. Guion: Benny Safdie, Josh Safdie., Ronald Bronstein. Fotografía: Darius Khondji. Edición: Ronald Bronstein, Benny Safdie. Elenco: Mesfin Lamengo, Sun Zhi Hua-Hilton, Liang Wei-Hui-Duncan. Duración: 135 minutos. Disponible en Netflix.


[1] Hay una nota muy interesante al respecto en The Jerusalem Post: https://www.jpost.com/Diaspora/Uncut-Gems-puts-age-old-Jewish-stereotypes-front-and-center-614197

[2] No obstante, con esa escena memorable de Laura Dern en sus zapatos rojos…

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