Christine (1983) es una de las películas más subestimadas de John Carpenter, no sólo por la crítica y por la audiencia sino también por él mismo. Los motivos son comprensibles: fue realizada por encargo, modalidad de producción que a Carpenter -director reconocido por su independencia- no entusiasma y cuyo desgano habría resultado, según sus detractores, en una película impersonal y simple. Christine es la adaptación de la novela homónima de Stephen King que hibrida el género fantástico con el rape and revenge y su cierre no es menos amargo que el de otras películas del director. La articulación formal de su puesta es precisa respecto al discurso de fondo.
Para entonces el cine ya había dado a luz a un par de rodados asesinos (Duel, Steven Spielberg, 1971; The Car, Elliot Silverstein, 1977), pero ninguna de esas máquinas llegó a patentar el nivel de humanización que caracteriza a Christine. El título ya postula su condición femenina y lo primero que ingresa en pantalla, antes que su nombre, es el rugido furioso del motor sobre el logo del auto, que es también un claro indicio de su género sexual. Después de unos segundos de silencio y de blackout la cámara nos lleva al interior de una fábrica de autos, universo predominantemente masculino. El año es 1957. La anacrónica Bad to the Bone de George Thorogood suena mientras la cámara se centra en el único auto rojo de la serie en fabricación. La creación de la mujer en manos del hombre y el nombre del vehículo forman parte de las abundantes alegorías cristianas que se encuentran en los relatos de King.
La cámara mira al coche con cierta lascivia, dedicándole incluso un primerísimo primer plano a su culo. Uno de los talleristas la empieza a seguir, asegurándose que esta peculiar criatura no esté ocupada antes de meterle mano. El contrapicado del capot abierto, mientras el mecánico chequea el motor, se asemeja a una boca abierta y profundamente oscura, imagen que debe haber inspirado el afiche del artista polaco Jakub Erol, en el que el frente del coche es representado como la boca de una piraña, con dientes entre animales, humanos y vampíricos. La castración se presenta de entrada y el afiche reformula la película hacia el mito de la vagina dentata. Es que Christine no es sólo una mujer, es un tipo específico de mujer que habla bastante del Edipo no resuelto de Arnie (Keith Gordon) y de los motivos de sus represiones.
Sabemos que es mucho mayor que él, que ha tenido un largo y duro recorrido en manos de hombres poco sensibles que no la valoraron y que aprendió a hacerse respetar por las malas. El color rojo que la reviste es compartido con otros dos personajes claves: el mejor amigo y la madre del chico, cuyas cejas fruncidas funcionan como la extensión del logo del coche. El rojo, entonces, será el color que señale los deseos, las contradicciones y sumisiones que irán conduciendo a Arnie hacia la locura, locura que surge cuando empieza a responder a lo que los demás exigen de él. Es la sociedad la que crea los monstruos que finalmente explotan contra ella.
Arnie y Christine no se enamoran, simplemente son dos inadaptados que ven reflejadas en el otro las propias frustraciones. Luego de presentarnos al auto como una mujer que busca imponerse en un mundo «fabricado» por hombres y en una época adversa para las mujeres -por lo que además sufrirá consecuencias-, se nos presenta Arnie como el (arque)típico adolescente perdedor, virgen y poco agraciado que se ve asediado por la presión social de convertirse en todo un hombre. Con esta unión dada por el montaje quedan claros los condicionamientos de género convencionales: la mujer debe dejarse convertir en objeto mientras que el hombre tiene que aprender a poseerla. Pero como justamente ninguno de los dos desea adecuarse a ellos, la unión será emancipadora aunque se inicie desde una transacción económica. No es cierto que el auto sea el factor determinante de la mutación del chico ni que el chico sea el que despierta el instinto homicida de aquel, ninguno ejerce dominio sobre el otro, el encuentro ocurre en momentos muy precisos de la vida de cada uno, como la adolescencia para un pibe y la madurez para una mujer, y la simbiosis de ambos hartazgos será la causante de la tragedia.
Si Christine está caracterizada por el color rojo, su antagonista estará representado, por lógica de puesta, mediante el color azul. Esta pauta es la que indica que el tercero en discordia no será Leigh (Alexandra Paul) sino Dennis (John Stockwell), cuyo auto es de ese color pero que, a la vez, suele aparecer con la chaqueta roja del colegio, emparentado de esta forma con Christine como objetos de deseo de Arnie. No es sólo el uso de los colores lo que indica que entre los pibes existe una relación amorosa latente; varias conversaciones lo sugieren, y el detalle que rubrica por completo la idea pasa desapercibido por su nivel de sutileza: después de una charla dentro del auto de Dennis -declaración de amor con escena de celos incluída- Arnie se queda en su casa para cenar con su familia y su amigo se va escuchando en la radio Fugitive: «As I walk along I wonder, what went wrong with our love? a love that was so strong?» (Mientras me alejo pienso ¿que pasó con nuestro amor? un amor que era tan fuerte). Este es el único fragmento de la canción que ocupa lugar en la escena y el gesto en la cara de Dennis es de una dolorosa decepción.
Todo lo que no puede desbloquearse de forma sana termina estallando de la peor manera. Christine se convierte en la extensión fálica que le permite a Arnie penetrar los cuerpos de los chicos malos que abusaban de él en el colegio, los mismos que también abusan de ella en la escena más dolorosa de toda la película, porque habiendo aceptado que el auto es el desplazamiento de la mujer terminamos asistiendo a una gangrape salvaje e inhumana. Esta escena es la que encarrila la película hacia el género de violación y venganza. Que Christine se reconstruya sola frente a la mirada de Arnie deja claro que él necesita más de ella que ella de él; cansada tras tantos años de abuso sale a vengar su violación corrigiendo, por rebote, los daños causados a su chico. En realidad Christine nunca actúa por celos; en la escena en que ataca a Leigh su reacción no ocurre mientras ellos están en plena calentura (y dos planos detalles de la radio en silencio dejan entrever cierto vouyerismo) si no cuando la piba empieza a agredirla fisicamente tras intentar obligar a Arnie a elegir entre una y otra. Lo que defiende Christine de buenas a primeras es su orgullo e integridad.
Christine (EE.UU., 1983), de John Carpenter, c/ Keith Gordon, John Stockwell, Alexandra Paul, Harry Dean Stanton, Kelly Preston, 110’.
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excelente reseña!