El estreno de una película llamada La hermana de Mozart, que aún no vimos, suscita, antes que nada, bromas obvias pero no por ello menos placenteras. No sería insólito pensar en una saga que incluyera títulos como La cuñada de Brahms, El primo hermano de Manet o Las bragas de Norah Barnacle, aunque esta última podría quedar más cerca del exploitation que del qualité si la filmara un nuevo Jess Franco o el viejo y peludo Tinto Brass. Qué mejor entonces, ya que hemos nombrado esa otrora mala palabra entre los cinéfilos de sesenta años a esta parte, que recordar la magnífica introducción de Alejandro Ricagno a su crítica de Todas las mañanas del mundo (esa década nos regaló, además de esta película de Alain Corneau, al menos otras dos francesas tan o más fabulosas que esa, ambas protagonizadas por Isabelle Adjani, La reina Margot y Camille Claudel, que ha retomado Bruno Dumont hace un par de años con Juliette Binoche sin que a ningún distribuidor se le haya ocurrido estrenarla en el país) publicada en el número 9 de El Amante, allá por noviembre de 1992. Allí propuso una lectura desprejuiciada, justa y sagaz de esta clase de películas a priori despreciadas por el cinéfilo formado en el cahierismo radical:
El llamado cine de qualité ha tenido buena prensa en los medios periodísticos en general, y ha sido masacrado allá por los iracundos 60 en los Cahiers truffautianos. A partir de entonces, quienes como los irrepetibles autores y críticos de la nouvelle vague redescubrieron el cine de Hitchock, Nicholas Ray, Hawks o Füller (entre otros imprescindibles) sepultaron en la misma bolsa todo lo que oliera a ese cine demasiado dependiente (adicto, diríamos) del prestigio de otras artes como el teatro, la literatura, la pintura o la música. Esta discusión es todavía hoy casi una interna mortal entre la gente que ama el cine y se pregunta por su autonomía, su pertenencia a un mundo propio y actualmente su supervivencia (o no). La gran mayoría del público permanece ajeno a estos debates (y hace bien), elige y corre riesgos. Ahora bien, en una revista de cine este debate no viene mal. Expongámonos al escarnio: una defensa del cine de qualité no contra todo el otro cine (en donde caben clasificaciones tan arbitrarias como Cine de Autor, Cine Cultural o Cine de Culto y todos los etcéteras posibles) sino de lo que él es en sí mismo independientemente de la hueca valoración prejuiciosa. Si el efecto emocional es una perspectiva de evaluación tan válida como cualquier otra, el efecto estético –no esteticista, cierta concepción clásico-histórica de “lo bello” ¿no podría ser otra escala de valor?
Hago una propuesta: mirar a este cine como a uno de género. De esa manera se despejaría uno de los principales malentendidos en la apreciación crítica de estas películas. Aceptaríamos la reconstrucción, los vestidos de época y las composiciones plásticas, y hasta el empleo del off como convención del género qualité-histórica o pictórico-literaria. Aceptaríamos también la dependencia de este cine de esas prácticas del arte como la pintura y la música como parte de esas convenciones. La discusión eterna de si es cine o audiovisual se trasladaría a ver cómo estos elementos toman forma dentro del género. Si se limitan a un didactismo enciclopédico o si ese enciclopedismo puede sumarse a la autonomía del film. Podríamos separar el miriñaque de la peluca. ¿Acaso no toleramos divertidos la falsedad reconstructora de una superproducción hollywoodense porque su “mentira” se evidencia y es en sí misma una convención? ¿No podríamos ver la supuesta verdad del cine de reconstrucción francés o inglés del mismo modo? Mi defensa del cine de qualité es una defensa de un hecho estético no separable del hecho cinematográfico. Convenimos en que este género instaura una fuerte preponderancia de elementos considerados ajenos al llamado cine puro (¿?), pero son justamente estos elementos los que lo constituyen en un género. De allí la paradoja que enceguece y enfuerece a quien se acerca a él y le reclama una libertad que la qualité no puede tener sin negarse a sí misma, a su propia genealogía. El enfoque crítico debe ceñirse entonces teniendo en cuenta esta paradoja fundacional. Porque es bien sabido que así como no todos los westerns son reivindicables, no todas las pelucas son de mala calidad.
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