gangs-of-new-york-2002-41-gHéroes totales. Uno de los personajes más interesantes que dio el cine de Quentin Tarantino ha sido Winston Wolfe, “The Wolf” (Harvey Keitel), el tipo al que mandaban para arreglar cualquier clase de problema en Tiempos violentos y lo arreglaba, el que te dejaba llamarlo “Winston” solamente si le agradabas, si cumplías con sus altos y particulares estándares de exigencia. Es decir, si te ganabas el mérito de llamarlo así, como “un amigo”. El tipo que es, en el mejor de los casos, el ejemplo más caricaturescamente simbólico del héroe total que aquí intentaremos rescatar.

Vladimir Propp se hizo -al igual que todo el formalismo ruso- archifamoso con sus “funciones Propp” para describir a los héroes en los cuentos tradicionales. Winston Wolf se pasa por el culo (con el perdón del eufemismo; acá no se habla de Relatos Salvajes) cada una de las funciones. Él no necesita ni descubrimientos ni revelaciones. Él sabe todo de antemano y, si no lo sabe, cuando llega al lugar analiza todo de manera tan rápida y eficiente que siempre encuentra la opción más efectiva para resolver el conflicto. No tiene fisuras. No tiene vulnerabilidades. No duda nunca. No es el insoportable de Peter Parker arrepintiéndose a cada segundo de ser el Hombre Araña y repitiendo la célebremente obvia frase que le dijo su tío en el auto. No es Bruce Wayne y sus contradicciones morales y sicóticas. Winston Wolf es el que pone en su lugar a Vincent Vega (John Travolta) y despierta el venerado respeto de Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) casi con un tanteo de ojos hablando rápido y seguro, sin desperdiciar ni una palabra. Es el que resolvió en tiempo récord, antes de que llegara la esposa de Jimmie Dimmick (Tarantino) el error de Vega sólo repartiendo un par de instrucciones precisas. Es el que termina abrazado a la chica al final del capítulo cuando salen de la Chacarita a pesar de tener la mitad del tamaño y el doble de edad que ella.

En los últimos quince años la llamada “Nueva Comedia Americana” -esos hijos pródigos de Saturday Night Live, el judaísmo moderado posWoody Allen, el stand up serio (no el de Malena Pichot e imitadores) y la reconversión dosmilesca de Porky’s– y toda la historieta cómica argentina publicada mayormente en la Revista Barcelona y la Revista Fierro (versión Sasturain) estructuran “lo cómico” en la mutilación gradual de la virilidad masculina; no de la masculinidad, sino de la virilidad o, en todo caso, de la masculinidad a partir del cercenamiento de la virilidad. Para la Nueva Comedia Americana y la historieta cómica argentina moderna un hombre es una suerte de tarambana, semirretardado mental, bisexual, fanático del porro, adicto a los videos juegos, superficial, contradictorio, ignorante, obsceno, sucio, amante de lo escatológico, de la masturbación compulsiva, con serios problemas con el tamaño de su pija por más que la tenga de dos metros y, especialmente, con una sensibilidad particular que lo vuelve tierno, infantil, travieso, literalmente noble, ambiguo sexualmente y con un gran sentido de la fraternidad. Es, en un sentido casi clásico del término, un antihéroe que se (re)convierte en héroe porque “es lo que hay” con toda la decadencia que implica el término.

Quizás porque esta generación de hombres entre los 25 y los 40 años son tan patéticos -Shia LaBeouf como el mejor/peor ejemplo de personaje de acción que anda dando vueltas en los mainstream- es que en el último tiempo Hollywood ha intentado rescatar cierto (estereo)tipo de “hombre” en esta suerte de conjunción (¿contraste?) del “héroe total” a lo Winston Wolfe que mencionamos al principio. Más allá del (noble) grotesco lleno de botox que es la saga de Stallone con su trilogía The Expendables, es en la figura de personajes como Jack Reacher (Tom Cruise) en Jack Reacher (2012), Robert McCall (Denzel Washington) en El justiciero (2014), Bryan Mills (Liam Neeson) en las Búsqueda implacable, o John Wick (Keanu Reeves) en Sin control (2014) donde la apuesta realmente cobra vigor y atractivo. Estos héroes superan los 50 años. Ninguno duda, ninguno se vulnerabiliza. Sí, sufren -según el guión quiera poner ciertos apasionamientos en la tensión de la trama- pero eso no les quita perspectiva para el logro de sus cruentos objetivos principales. Todos son una versión más atlética y violenta que Winston Wolfe, quizás más radical, pero el espíritu del héroe total sigue intacto: todos hacen lo que tienen que hacer y lo hacen de manera excelente, impecable, sin fisuras.

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La ya mencionada frase del tío de Peter Parker -“grandes poderes implican grandes responsabilidades”- era totalmente iniciática para el siempre titubeante Peter. Acá esa frase es una forma de vida asumida. Todos estos personajes ya están iniciados hasta el hartazgo. Son tipos que están, más bien, de vuelta. Eso los hace más enfocados, menos difusos, más eficientes. Siempre están un paso adelante de su enemigo. En ellos la experiencia es sinónimo de eficiencia. La responsabilidad por sus actos ya ha sido ampliamente aceptada; por eso no hay encrucijada moral; por eso lo importante es la performance con que ejecutan a sus contrapartes: es decir, la forma, las técnicas, las estrategias con que logran llevar a cabo sus misiones. En este punto, el de la “ejecución”, es donde todos estos héroes totales generan quizás el mayor atractivo en el público. Cuando McCall volvía por la mañana al supermercado donde trabajaba limpiando el martillo que había usado la noche anterior para recuperar el anillo de la cajera, todos rieron de manera cómplice y sarcástica en el cine a pesar de que nunca se mostró “cómo” lo utilizó.

En un modo artistotélicamente yanqui estos héroes totales son personas mejores que nosotros y por eso la catarsis mimética al verlos lograr lo que se proponen es absolutamente hipnótica. Además, hay un plus altamente seductor: todos, salvo en la dos primeras Búsqueda implacable, ajustician al villano favorito de Hollywood (por encima de los indios, nazis, italianos mafiosos, latinos narcotraficantes y árabes): los rusos. Como una suerte de daño colateral posguerra fría, estos rusos dejan sus uniformes comunistas de la KGB, se meten tatuajes por todos lados y logran lo que ningún soldado ruso logró antes (salvo Ivan Drago): introducirse de lleno dentro de la sociedad estadounidense asumiendo las reglas del juego capitalista y lucrando mucho con ellas. Estos rusos mafiosos son mil veces peores que los italianos. Los italianos terminan siempre, de un modo u otro, despertando empatía, ternura al menos. Estos rusos, no. Son malísimos de principio a fin y, por eso, sólo una generación sobreviviente a la guerra fría (tipos entre los 50 y 60), puede detenerlos. Y lo hacen. Lo hacen de manera inobjetable. De manera “total” (el final de El justiciero llevándose puesta a toda la mafia rusa en Rusia es un claro ejemplo de esto).

taken_3_posterPapá por siempre. Como ya mencionamos anteriormente, Bryan Mills es uno de los ejemplos más categóricos y exitosos (taquilleros) de estos héroes totales. Por eso una película que sólo debió ser una película se hizo tres. En la primera Búsqueda implacable Bryan Mills es un agente-mercenario yanqui retirado. Nunca se sabe muy bien qué hacía o qué no. Sólo se sabe que lo hacía y muy bien. Quizás por eso su esposa lo dejó y su hija lo ninguneaba bastante. Mills es una suerte de padre ausente con un fuerte sentido de culpa que lo lleva a intentar (tardíamente) a toda costa recomponer su paternidad con su hija adolescente. Su ex lo cambió por un empresario millonario con el cual también se casó y se lo hace notar permanentemente. A Mills le duele la comparación. Se le nota en ese cuerpo de 1.93 de altura y ojos azulados, cansinos, melancólicos. Mills no sabe cómo relacionarse con su hija y encima es terriblemente guardabosques y/o sobreprotector. Por eso todo lo que hace (con ella) lo hace mal. Hasta que su hija, de joda en París, risueñamente lo llama por teléfono justo en el preciso momento en que una suerte de terrible mafia balcánica irrumpe en el lujoso departamento donde se encuentra y secuestra a su amiga disponiéndose a secuestrarla a ella también. Ahí todo cambia. La mirada del veterano padre fallido cambia, la voz cambia, la seguridad en las palabras cambia. De ser un padre timorato, dubitativo y errado cuando comienza se transforma en un tipo rígido y disciplinado, convincente, seguro a la hora de darle instrucciones a su hija segundos previos al secuestro: se transforma en el padre que “debió ser siempre”. Por ello, cuando finalmente la secuestran y el secuestrador toma el celular de la chica y habla con Mills, la amenaza-advertencia que éste le sentencia no es mera banalidad de un padre desesperado y vengativo, es exactamente lo que les va a pasar en la película a cada uno de los tipos que participó de ese secuestro. El gran atractivo de Búsqueda implacable era esa transformación del padre timorato al padre asesino implacable que hace mierda medio París para recuperar a su hija sana y salva.

Por esta razón Búsqueda implacable 2 no fue lo mismo que la uno. Ese efecto de transformación nunca ocurrió a pesar de que Mills intentaba ser una suerte de enamorado señor mayor que quiere recuperar a su bella ex. Ya todos sabíamos lo que era Mills. A nadie le importaba su historia de amor, a nadie le importaban sus técnicas de seducción. Queríamos ver cómo empezaba a eliminar balcánicos de nuevo después de que lo quisieran eliminar a él como venganza por lo que sucedió en la primera película. Mills lo hace; el problema está en la forma, en la ejecución que mencionábamos antes y en esta entrega es bastante predecible. Esta particularidad se potencia aún más en Búsqueda implacable 3. De nuevo, el efecto de transformación es forzado e improductivo. El Mills amante-padre modelo redimido es aburrido y pesado. Los enemigos a los que enfrenta son de cotillón a pesar de su rusismo tatuado. Encima, aparecen los amigos de Mills -y Forrest Whitaker haciendo de lo que siempre hace: el policía incorruptible que termina ayudando al héroe perseguido siempre del otro lado del teléfono- a lo Misión imposible, y esta aparición atenta notablemente contra la esencia del héroe total: su individualismo. El héroe total las puede a todas solo. El principal atractivo de su estampa es, justamente, lo misterioso y hasta mesiánico de su individualidad (los personajes de Sergio Leone son un maravilloso ejemplo, al igual que muchos de los personajes del western clásico estadounidense, quizás uno de los antecedentes más notables de estos héroes totales actuales). Son tótems de la individualidad en el sentido más viril y “genial” (por genio) del término. Los tipos son terriblemente antisociales, pero en lo suyo -buscar y matar- son letales y entonces sale lo mejor de sí mismos. En Búsqueda implacable 3 la individualidad de Mills ha perdido atractivo, consideración. Sus amigos, en cierta forma, refuerzan sus debilidades. Mills deja de ser un héroe total para ser uno común. Ya no es un tipo mejor que nosotros. La catarsis mimética se estanca. La trama detectivesca con la que va atando cabos mientras busca a los asesinos de su esposa se vuelve contradictoriamente sosa. Ya no impresiona. Desde el minuto 10 de la película ya todos sabemos quién es el asesino de su ex mujer, algo que en Búsqueda implacable nunca se sabía: el enemigo iba siendo descubierto al mismo tiempo que Mills nos ayudaba (violentamente) a hacerlo.

video-undefined-23FFD82A00000578-948_636x358A pesar de que Búsqueda implacable 3 es una película más que olvidable, una de las cuestiones más llamativas es la atracción que ha generado y está generando Liam Neeson como personaje principal en este tipo de roles que en cierta medida ha repetido ya en The Grey (2012), Non Stop (2014), la fallida Brigada A (2010), Furia de Titanes (2012) y Caminando entre las tumbas (2014). Si bien ha caracterizado al peor Jedi de la historia, su porte de “padre todoprotector” (el mismo que, en cierta medida, hizo interpretando a Oskar Schindler y al Padre Vallon en Pandillas de Nueva York) parece encajar justo en el rol de héroe total; rol que -aunque en otros términos (estéticos)- ya había encarnado en la maravillosa Rob Roy (1995) de Michael Caton-Jones; es decir, tanto en las versiones policiales hollywoodenses modernas como en las versiones históricas de época, Neeson siempre juega una suerte de rol paternal, de patriarca implacable todo terreno que termina “salvando” a su familia a pesar de los sacrificios que tenga que hacer para lograrlo.

Por ello, de Schindler a Zeus, de guiar trabajadores perdidos escapando de los lobos en medio de Alaska a guiar comandos yanquis disfuncionales, Neeson siempre impone su presencia paterno-patriarcal por sobre la imagen de un tipo sexy y canchero (gran antítesis, por ejemplo, del siempre soltero James Bond). Más que un temerario es un padre preocupado, un líder comunal, casi de clan, que reivindica sus credenciales cuando las papas queman.

Y en el marco de esta noción es que genera tanto atractivo su imagen como personaje de acción: Liam Neeson parece ser el padre (¿arquetípico?) que toda esa patética y ya nombrada generación hollywoodense entre los 25 y 40 años debería haber tenido para no ser, justamente, patética; para que Shia LaBeouf no sea un héroe infumable; para que en el día del juicio final Emma Watson no se escapara a los hachazos y Channing Tatum terminara como esclavo sodomita del genial Danny McBride; para que Peter Parker disfrute ser el Hombre Araña de una buena vez, y los rusos mafiosos anden comprando clubes de fútbol en Europa en vez de vivir el sueño americano con autos de lujos y prostitutas angelicales, en medio de los Estados Unidos obamistas donde se asesina a “héroes” a lo Chris Kyle (después que volviera de Irak, previo a haber eliminado a un medallista olímpico iraquí de un disparo en la cabeza) y un tipo como Seth Rogen se le ría del heroísmo vía twitter con una pertinente -“mal interpretada”, según Rogen- analogía con la propaganda nazi de la película dentro de Bastardos sin gloria de Tarantino, el mismo director que, como dijimos al principio, nos presentó a Winston Wolfe, The Wolf o simplemente Winston si hacías mérito suficiente para que te considerara su amigo.

Búsqueda implacable 3 (Francia, 2014), de Olivier Megaton, c/ Liam Neeson, Forest Whitaker, Maggie Grace, 109′.

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