zrtn_002n69843a3a_tnDamiana Kryygi. Primero Damiana, después Kryygi. El nombre que da título a la nueva película de Alejandro Fernández Mouján comprende un recorrido de más de cien años de historia, de dolor y de memoria. Entre un nombre y otro hay masacres, sometimientos, torturas, estudios antropológicos y los restos de un cuerpo repartido por el mundo que vuelven a su tierra después de una larga lucha, llena de trámites burocráticos, negaciones y omisiones históricas que trascienden la particularidad del caso. Entre un nombre y otro hay una persona, la misma persona, la misma cultura. El pueblo Aché, ubicado al sudeste de Paraguay, fue masacrado a fines del siglo XIX por unos colonos que buscaban vengar la muerte de un caballo que era de su propiedad. Como parte del botín, tomaron cautiva a una niña a la que llamaron Damiana y a la que sometieron a trabajos de servidumbre hasta que ya no les sirvió más. Una vez desechada, producto de su conducta sexual desaforada y su aparente locura, Damiana se vuelve objeto de estudio de dos antropólogos europeos, su cuerpo por un lado y su cabeza por otro, son repartidos por el mundo y los rastros de su deriva quedan asentados en los cuadernos de viaje de los extranjeros. Pero es la foto de su cuerpo desnudo a la intemperie la que trasciende la mera observación antropológica. El acierto de la película de  Fernández Mouján es no atenerse nunca al rigor subjetivo de los archivos de los viajeros y generarse todo tipo de preguntas a partir de lo que esconde esa fotografía. La cámara de Mouján se mueve, recorre el espacio de la masacre, se interroga y hace visible los agujeros de una historia incompleta y, por lo tanto, injusta.

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El supuesto rigor documental de los textos y los registros de los museos le sirven al director para desnudar las partes que faltan, para evidenciar aquello que parece no tener lugar ni legitimación alguna en la historia. Los méritos de la película son varios: entre los dos carteles negros que la abren y la cierran (el primero dice Damiana; el segundo, Kryygi), un pueblo cuenta su dolor contenido durante más de un siglo. Los rostros de los Aché se llenan de lágrimas, sus voces quebradas, sus canciones ancestrales reflejan la pérdida de un ser querido, de una hermana. En esas canciones los Aché lloran y recuerdan al mismo tiempo. En ellas se habla de la felicidad de estar entre los suyos, de la angustia y del cuerpo que se enferma ante el maltrato de los blancos. En esas canciones que se pierden en el viento de los rituales, permanece oculta la historia del pueblo Aché. El cine se encarga, una vez más, de hacerla visible.

Y si todo esto resulta absolutamente sincero y creíble, es gracias a la distancia que la cámara de Mouján guarda en esos momentos. La distancia, en este caso, es respeto y no falta de compromiso. Los Aché hablan cuando quieren, se callan cuando quieren, y parecen saber mucho más de lo que dicen sus palabras. En este sentido, Damiana Kryygi guarda relación con Octubre Pilagá, el documental de Valeria Mapelman que relata la masacre indígena ocurrida en La bomba, Tucumán, a mediados de la década del 40. En ambas películas es notable la precisión de los relatos orales de los ancianos, el detalle con el que narran lo ocurrido. La memoria parece ser la única herramienta a la que estos pueblos se aferran para no desaparecer, la única arma que tienen para sostener su reclamo a lo largo del tiempo.

Por eso es tan importante la cabeza de Damiana, por eso es necesario recuperarla aunque el hecho sea apenas un reparo histórico que lejos esté de sanar las heridas del cuerpo.

1890392_10152300253233838_2024048230_oPor que Damiana es mucho más que esa fotografía que se muestra al principio, es mucho más que un objeto de estudio. Es un cuerpo lleno de marcas que la cámara de Fernández Mouján trata de recuperar aunque sea parcialmente. Es un cuerpo que vuelve finalmente a una tierra y a un pueblo tan olvidados como lleno de historia. La cabeza de Damiana se recupera gracias a la persistencia de la memoria y de la lucha; su cuerpo ahora está completo y puede recibir el entierro que merece, el ritual que su comunidad le debe. Pero también podemos pensar que el cine la recupera, que al hacerla visible, que al volverla imagen le da consistencia a una historia que hasta ahora había permanecido quieta y callada. La belleza de los paisajes que devuelven cada uno de los planos fijos que hay en la película también habla de lo que no se ve o decidimos voluntariamente no ver. Cada plano fijo hace del silencio y la contemplación un modo de representación donde el contenido nunca se devora a la forma. Lo que vemos es importante y necesario, pero también hermoso.

La película es al mismo tiempo un acto de justicia y una reflexión sobre el hecho de filmar, sobre la actividad del cine, sobre qué mostrar y cómo mostrar lo que se registra. Sin remarcar ni acentuar nada, Fernández Mouján reparte críticas por igual hacia museos, gobiernos y todo tipo de instituciones que han hecho del ocultamiento y la negación histórica una forma del relato.

Por suerte, Damiana ya no es más Damiana; ahora y para siempre, es Kryygi.

Aquí puede leerse un texto de Luis Franc sobre la misma película.

Damiana Kryygi (Argentina, 2015), de Alejandro Fernández Mouján, ’92.

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