1924330_1452451015018211_8295711844850120128_nAtención: Se revelan importantes detalles del argumento.

La primera baraja del mazo que manipula Szifrón no remite al mítico prestigio de La dimensión desconocida ni tampoco al reconocimiento inmediato (y, en mi apreciación personal, querible) de los Cuentos asombrosos, sino a los mucho menos canónicos y poco recordados Cuentos de la cripta, historias con un grado de truculencia y fatalidad que los otros no tenían. Antes de los títulos nos encontramos con la paciente venganza del rencoroso Pasternak: de cómo una charla casual elimina toda casualidad futura y presagia una tragedia mayor.

“Las ratas” es un relato sólo aparentemente límpido y lineal. Una noche tormentosa, un bar perdido de ruta, y la anhelada y soñada posibilidad de venganza contra aquel que le cagó la vida, barre con todas las certezas del personaje de Julieta Zylberberg. Su compañera de trabajo, en cambio, la tiene mucho más clara sobre cómo proceder y sobrellevar las consecuencias posibles de un acto atroz. Es muy sabia la elección de Rita Cortese para este papel porque su expresión física (no se limita a su contundencia corporal; Cagney, retacón, también tenía eso) es todo lo intimidante que le pidan que sea; la manera en que corta unas papas o la forma de desplazarse no permite ninguna duda sobre sus futuras decisiones personales. El dilema moral que enfrenta Zylberberg es claro: ¿puede una venganza arrastrar inocentes? Tensión creciente que remite a la escena de los champignones en El seductor (1970), gran película de Don Siegel. Pero esa tensión se desactiva con algo que estaba anunciado en un diálogo anterior y provoca un final absolutamente previsible.

Soy peatón. Todo lo que tenga ruedas me es ajeno. De pequeño nunca me interesó aprender a andar en bicicleta y mucho menos en patines o patinetas (antes de que se llamaran skates). Por supuesto, tampoco sé manejar. Cuento esto porque viajo diariamente en taxi para llevar a mi hija al jardín y en la gran mayoría de automovilistas es notoria una mezcla malsana de maldad, estupidez y desprecio por el otro que asusta. Tengo la idea inocente de que si los litigios vehiculares se tomaran con humor o ironía, en vez de pensar que un bocinazo es una afrenta irreparable, otra -y mucho mejor- sería la historia. «El más fuerte» es la historia del guijarro que provoca la avalancha devastadora. En ninguno de los dos protagonistas hay inicialmente maldad, al menos en apariencia. Sbaraglia usa términos como «salame» para el conductor de un destartalado vehículo que no le permite el paso, pero cuando lo puede pasar no hay bocinazo burlón: hay agresividad, insulto y desprecio clasista. Después, todo va a empeorar, y las sucesivas decisiones de ambos duelistas van a llevar las cosas a un lugar irreparable de donde no hay retorno alguno.

relatos_gacetilla_1

De todas las muchas imperfecciones que muestra Relatos salvajes, el episodio «Bombita» es su verruga pilosa, algo central, evidente y desagradable que, si bien no invalida totalmente el resultado final, por lo menos tiene la capacidad de impregnarla de un perfume maloliente. Porque Szifrón nos libra de Darín haciendo de abogado, pero no del personaje «haga justicia» por su cuenta. Una de las cuestiones más indignantes del episodio es la profesión del personaje de Darín; la sola referencia a un ingeniero que tome la «justicia» por su mano remite a ese otro de la vida real, el ingeniero Santos,  aquel que asesinó a dos delincuentes desarmados que le habían robado el pasacassette. Bastó que los cagara a tiros para que se empiece a escuchar el infame término «justiciero», que es el mismo con que al final del capítulo se lo comienza a mencionar al c(u)asi criminal Darín. Si Bombita no mata a nadie no es por su pericia como técnico de explosivos, sino por un cobarde capricho del guión que permite que este tipo tan trastornado por pagar cara la torta de cumpleaños de su hija termine siendo aplaudido, exaltado y estimulado desde las redes sociales a efectuar nuevos y valientes «actos de justicia» (lo de dinamitar la AFIP no se le hubiera ocurrido ni a la Reverenda Bullrich), y finalmente comprendido por su ahora orgullosa esposa.

Antes del innecesario (palabra que tal vez tenga que reiterar más adelante) primer plano con los hilitos de sangre, ya era evidente que algo malo había pasado. La patente descalabrada y torcida ya nos decía algo sobre un orden perturbado, sobre una simetría alterada. Pero el asunto es muchísimo peor. Un chico estúpidamente irresponsable huye luego de atropellar y matar a una joven y a la criatura que lleva en su vientre. El joven, obviamente aterrorizado por su crimen o por sus consecuencias, pide ayuda a su padre (el personaje de María Onetto es, por lejos, el de menor importancia en cualquiera de los relatos).

266110

Antes de comentar las formas en que el personaje de Oscar Martínez intentará que su hijo eluda el castigo que le corresponde me es indispensable aclarar algo. No soporto, tolero ni admito que, por una arbitrariedad del guión absolutamente INNECESARIA y profundamente morbosa, la atropellada esté embarazada y que tanto ella como su criatura fallezcan. Esto me indigna porque Szifrón es guionista de sus propios relatos y tiene la opción de que en sus películas no fallezcan ni sean asesinadas criaturas inocentes. Puede hacer otra cosa, pero elige esto. Prefiere darle más morbo, más truculencia barata, más material para el fuego de las hogueras que encienden los medios. Algo que lubrique el arma que siempre apunta. Martínez usará la herramienta con que dirime todas sus cuestiones: el dinero. Y recién ahí aparece el personaje más siniestro del relato, el abogado todo terreno de la familia (un notable Osmar Nuñez, especie del Winston Lobo de Pulp Fiction), a negociar lo innegociable. Lo que impacta de este personaje es la angustia de saber que un tipo así no sólo tiene la capacidad de usar hilos, guita e influencia para que un culpable sea absuelto sino que esa misma capacidad es la que puede, tranquilamente, colocar a un inocente en la gayola. Lo que sigue ya lo vimos en muchas películas y en aún más noticieros: el hilo se va a cortar por lo más delgado, y las peores consecuencias se las va a llevar puestas el más inocente de los implicados en el mismo instante en que los verdaderos culpables quedan a salvo detrás de sus portones metálicos, custodiados por sus perros y sin manchar sus ropas claritas.

Siempre es bueno y feliz citar al Marx más célebre: Groucho. Dijo el hombre del puro: «Algunos matrimonios terminan bien y otros duran toda la vida.» Romina y Ariel son felices, se aman y se están casando en una fiesta del carajo, a todo trapo, con mucha guita y cientos de invitados. Pero la novia va a sacarse una duda largamente abrigada a partir de algunos detalles nada explícitos, y su reacción no será la más deseable. Está muy pero muy lograda la escena donde ella sospecha del vínculo entre su novio y su compañera de trabajo porque esas sospechas se basan en cierto lenguaje corporal que ostentan personas que trabajan en el mismo lugar, sobre todo después de haber garchado. La furia de la novia no se va a apagar así nomás: la tercera en discordia va a terminar estrellada (es increíble la cantidad de vidrios y espejos que se rompen en Relatos salvajes) y Romina tendrá su propia revancha sexual (es buenísimo el plano de la puerta entornada de la cocina desde el desesperado punto de vista del novio). No comparto la opinión de que el episodio tenga un final feliz: si bien después de un montón de situaciones tremendas, y de decirse y prometerse las peores cosas, los novios van a terminar garchando arriba de una mesa delante de todos los invitados, en ese garche no hay ternura, amor, ni perdón. Hay rabia, hay furia y hay desesperación. Y el último plano no es de los novios de carne y hueso sino de los novios de la torta, sobre los que vemos caer migas, platos, enormes porciones de la misma torta: cada uno puede leer lo que quiera pero no me parece una escena que presuma que lo venidero resultará armonioso, no veo nada que presagie paz o felicidad.

image53f5194760d8b8.36958383

Aquí puede leerse un texto de Marcos Rodríguezun texto de Gabriela López Zubiría , un texto de Gustavo F. Gros, una conversación entre Marcos Vieytes y Gustavo F. Grosotro texto de Marcos Rodríguez, un texto de Ignacio Izaguirreel relato de la conferencia de prensa de Luciano Alonso sobre la misma película.

Relatos salvajes (Argentina, 2014), de Damián Szifrón, c/Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Darío Grandinetti, Julieta Zylberberg, Oscar Martínez, Rita Cortese, María Onetto, Nancy Dupláa, Osmar Nuñez, 122′.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: