Al principio, su cabello es rubio ceniza. Gris como los escombros de esa Berlín cuyo paisaje dice mucho más que sus habitantes, determinados a negar lo que nunca debiera haber ocurrido. Ése es el primer descubrimiento de Nelly, no tanto ver una Berlín destrozada, no tanto observar su nueva cara, no tanto encontrar a su marido, sino advertir su increíble negación, réplica exacta de la del pueblo alemán ante el horror. Ninguna de las muestras que Nelly le regala (su letra, su talla, su caminar, su pelo, sus ojos, su aliento, su amor) le basta para comprender que ella es aquella mujer a la que traicionó. Johnny está determinado, como el resto, a olvidar el nazismo y a negar las consecuentes responsabilidades. A nadie le importa qué ocurrió en los campos. “Nadie te preguntará cómo era”. Lo doblemente impensado se vuelve real: la transformación de los hombres en cosas durante el nazismo; la cruel negación posterior de esa deshumanización. La muestra grotesca se escucha en la ¿bienvenida? a la sobreviviente. Después de unos incómodos saludos en los que todos –no sólo Nelly y Johnny- actúan, alguien dice “¿vamos a comer?”, como si se tratara de un encuentro más. Si algo quedó del horror (o alguien, aunque todos se esfuercen en deshumanizarlo, incluso su enamorada amiga, quien pretende llevarla cual trofeo a una tierra también de cenizas), entonces tendrá que ser una copia idéntica de lo anterior. Como si nada hubiese ocurrido. Nelly misma quiere, al principio, ser tal cual fue. “Exacta” dice a su cirujano. En esa identidad con su pasado es que va en busca de su marido. Pero en ese viaje, que no tiene otro destino que el de volver a ser víctima de un hombre y de un pueblo entero, aparece la magia de la representación. Actuando de sí misma, deja de ser lo que era, también por partida doble: la Nelly del campo con su caminar gris, pero también la anterior cantante inocente y quizás un poco snob. Es esa representación la que permite que Nelly deje progresivamente sus cenizas. Experimenta la viveza de los colores, la contundencia de los olores, la caricia del viento. Y es en la escena final donde otra representación, la del “speak low”, logra desplegar la fuerza imbatible de la voz: en el maravilloso momento en que cantando a capella se vuelve hacia la puerta, el espectador queda preso de la emoción. Porque termina de comprender que ella, convertida tantas veces en objeto, usada por nazis y colaboradores, ultrajada hasta su última humanidad, e ignorada por todo el pueblo alemán, logra ser mucho más. Como el Fenix, despliega hermosa sus alas, deja atrás sus cenizas y emprende vuelo hacia ese verde luminoso que inunda el exterior; un verde fuera de foco, incierto y borroso, pero no menos intenso y vivo. En esa inolvidable escena final, el espectador comprenderá que también el milagro es doble: Nelly, que pudo sobrevivir a lo impensado, deja de ser sobreviviente para renacer de esa tierra que ha quedado más gris y silenciosa que las propias víctimas que sojuzgó.
Aquí pueden leer un texto de Nuria Silva, otro de Luis Franc y un tercero de Marcos Vieytes sobre esta película.
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