El Nuevo Cine Argentino murió hace tiempo, en el momento en que sus presupuestos se agotaron y quedó condenado a la repetición. Dejó de ser “lo nuevo” para convertirse en el núcleo de un sistema que una parte de la crítica sostuvo reflejando esa misma repetición. La aparición de alguna película que individualmente pudiera exhibir ciertos logros alentaba la posibilidad de un resurgimiento. Lo mismo ocurría cada vez que se producía algún reconocimiento internacional (aunque, si se lo piensa, películas como Puan (Naishtat, Alché; 2023) lo consiguieron a partir de una matriz que mostraba sus diferencias con aquel Nuevo Cine). El premio en Berlín para Un movimiento extraño (2024) no agitó esas aguas, pero quedó como una marca sobre un trabajo que puede pensarse como herencia de esas películas que comenzaron a surgir en los finales de los ’90 y que tuvieron su eclosión en la primera década de este siglo.

Esa herencia –detectable no solo en el corto premiado sino en los otros dos que completan el programa que exhibe el Malba- proporciona un instrumento para pensar de qué manera las sombras del Nuevo Cine Argentino se proyectan sobre el cine actual. El modelo –que puede ser un derivado de la Universidad del Cine- no está allí para romperlo o traspasar sus límites, sino como un molde sobre el cual ejecutar alguna variación. Entonces, lo que ocurre es que se advierte cierta comodidad que deriva en una disminución de todo riesgo.

La idea de la repetición sobre la cual se trabaja alguna variante se advierte en la puesta en relación de los tres cortos. No solo por la repetición de actores e incluso personajes que pasan de uno a otro -especialmente de La novia de Frankestein (2015) a Dear Renzo (2016), sino por la recurrencia a poner en pantalla escenas similares (por ejemplo, las escenas en la disco gay de Dear Renzo y Un movimiento extraño). Esa construcción se afirma como una puesta en escena de un universo consciente y compacto. Pero es justamente esa decisión de armar un universo con esas características lo que despeja la posibilidad de riesgos: son mundos cerrados sobre sí mismos, territorios seguros que tienden a la asfixia porque no permiten a los personajes una ruptura o salida.

Puede pensarse a los cortos de Lezama a partir de las influencias que pueden atisbarse. La opción por la reiteración y sus variantes parece un eco lejano del cine de Hong Sang Soo. Pero también pueden detectarse referencias al cine de Eric Rohmer de las décadas del 70 y 80. En uno y otro caso, lo que resiste es una formulación que prescinde del trabajo que en aquellos se imprime desde las relaciones interpersonales o del peso que asume la moral y la ética en la puesta a prueba de los personajes. Obviamente, no se trata de copiar sino de asimilar procedimientos y convertirlos, en su adaptación personal en una posible marca de estilo. En esa decantación de influencias despojadas de las inquietudes de origen es cuando se observa otra que quizás revela un peso mayor: puede pensarse que hay en Lezama un eco del cine de Matías Piñeiro, constituido como una corriente propia dentro de aquel nuevo cine argentino, en la forma en que se establece el juego entre los personajes y en la relación con el entorno en el que se mueven, marcados por la ligereza y la fluidez.

Algunos elementos aparecen en los tres cortos como marcas temáticas. Los protagonistas son mujeres, jóvenes, con una situación laboral precaria e inestable. El dinero y su circulación adquieren centralidad y a ello debe sumarse una relación entre espacios que se alternan definiendo un adentro y un afuera, basculando entre Buenos Aires y Nueva York. La inestabilidad económica de los personajes se resuelve a partir de rebusques más o menos legales (robar propinas de bares, ofrecer servicios de adivinación y traducción, cambiar dólares en la calle, vender ropa comprada en el exterior) pero sin referencias a un entorno condicionante. Da la sensación que bastara identificar como similares las acciones de los personajes en espacios diferentes como para anular la significación del entorno. La circulación de los dólares (y la consecuencia de desprenderse de los pesos nacionales) no son neutrales: sugiere o refleja un escenario desprovisto de lazos con la realidad. Esa naturalización del hecho, representada en Un movimiento extraño en la referencia a las dos subas de la cotización, ponen distancia de lo que lo genera y de las consecuencias que trae consigo (algo que una película como Cambio, cambio (Lautaro García candela, 2022) tematizaba de manera más concreta). Si lo único que puede advertirse es la referencia que la encargada de la oficina de empleos le hace a Lucrecia sobre la villa cercana al nuevo trabajo, termina haciéndolo a cambio de transformarla en puramente fáctica. Un plano muestra una parte de la villa frente a la empresa, pero le quita toda significación, reduciéndolo a un espacio decorativo (y por qué no, a un prejuicio de clase). Es allí donde radica el problema: poner imágenes de acciones concretas para vaciarlas de significado en la retracción de aquello que las produce, aun cuando se trate de una comedia, pone en evidencia la intención de descontextualizar.

Entonces, las comedias de Lezama pueden pensarse como un juego en el que las piezas se van disponiendo en función de la evolución narrativa en sí misma. Una ligereza que corre el riesgo de convertirse en un mero artefacto desprovisto de otras intenciones que su propio funcionamiento. Aquí importa la forma en que los diálogos entran en ese juego de una escena a la otra, reservando el espacio de los avances narrativos a esa repetición de situaciones (cambiar dinero, encuentros con una pareja ocasional, la pérdida de un empleo, el comienzo de estudios en otro país) que llevan a finales en los que se elude cualquier resolución posible. Es esa resistencia (que lleva a que incluso en Dear Renzo y en Un movimiento extraño, el final sea con los personajes no protagónicos) lo que resalta esa construcción sobre el vacío. Llegado a ese punto, y esperando ver la evolución de Lezama en el futuro hacia el largometraje, habrá que pensar si estos cortos, en su adscripción a un modelo pasado, representan un resurgimiento que impulsará hacia adelante, o si simplemente constituye un retroceso a un punto que parece haber quedado definitivamente atrás.

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