Yo tenía una abuela. Caminaba con los codos flexionados para sostener la chalina y la cartera de cuero marrón que colgaba invitando al carterista. Cruzaba la calle sin mirar y cuando quería ayudar terminaba dando más trabajo. Como Mamá Cora, tenía un nombre largo y legal que ni los nietos sabíamos. En todas las elecciones la acompañaba a votar. Se hacía bajar la urna a planta baja y votaba invariablemente en blanco aunque ya no tuviera obligación de hacerlo. Mientras miraba sus programas favoritos en la tele (Seis para triunfar, La extraña dama, Atrévase a soñar) sostenía un gesto en la cara, una sonrisa constante con la boca ligeramente abierta y los ojos cautivados. 

Mirando Carroceros me encontré haciendo exactamente el mismo gesto.

En lugar de un observatorio de freaks, de fanáticos intachables o de un club exclusivo, Carroceros construye una comunidad cercana y adorable. Como una de esas reuniones de desconocidos donde uno prefería no ir, pero —con ayuda del alcohol— se termina creando una sensación de fraternidad, risas y despedidas con abrazos.

El casting aparece desnudo, sin artificios. No vemos el resultado, sino el proceso. En lugar de lo excepcional o absurdo, encontramos algo familiar y querible. En lugar de máquinas de saberlo todo encontramos gente divirtiéndose y, fundamental, equivocándose: no saber todas las respuestas no los deja afuera del grupo siempre que se sostenga la sensación de comunidad. El casting aparece no como la búsqueda del que más sabe, sino como un juego alrededor de un tema en el que todos se sienten parte. Esas secuencias no las protagoniza el fanatismo, sino la diversión y la comunidad.

La madre con el nene a upa dice “¿¡qué hizo con la mayonesa!?” y el nene se mata de risa: “disculpe, no puedo, siempre se ríe así”. Es un nene riéndose, no dijo ninguna frase de memoria, no hizo ningún personaje, no es un prodigio en nada; pero viéndolo divertirse, al espectador se le dibuja la sonrisa de mi abuela. No hay vuelta que darle, somos los que nos reímos con Esperando la carroza y nos sentimos contentos cuando encontramos a otro que se ríe de lo mismo. No parece haber más secreto que ese.

Ya en los primeros minutos se disuelve cualquier signo de solemnidad: El primer carrocero entrevistado habla de sus “amigues” y pregunta: “¿Puedo decir “amigues”?”. Esa pregunta no tiene respuesta, lo que nos ubica en el tono que va a tener la película. Es como si el documental avisara que no se va a meter con las discusiones de época ni tiene nada importante para decir sobre la sociedad, la discriminación, ni nada de eso. No le importa. Quizás el único momento en el que se esboza algo político es cuando Brandoni, tan asociado a su militancia macrista, no reconoce cuál es el chiste en sus famosas tres empanadas. 

El mismo tono juguetón y amoroso aparece en los actores y actrices. Las entrevistas no los ponen en la posición de los que enseñan, no tienen algo para decir desde un conocimiento sobre lo cinematográfico, lo técnico o lo actoral. Tampoco hablan como espectadores, el contenido de lo que dicen incluye anécdotas sobre el rodaje y las marcas de dirección, pero sostienen el mismo tono de cariño hacia la película que los carroceros. Parece ser esta el aura de Esperando la carroza, ocupa ese lugar en nuestro recuerdo colectivo. 

Carroceros no descansa en el hallazgo de los personajes encantadores y el tono entrañable. Avanza con detalles y juegos que sostienen el relato. Varias veces se repite el mecanismo de intercalar momentos de la película con las entrevistas de forma más o menos notoria. “Preguntame” dice uno de los carroceros en el casting y el montaje nos lleva al policía interrogando a Brandoni y Tenuta: “¿Nombre?”. El más lindo de estos momentos es cuando la cámara hace, en la actualidad y en la misma esquina, el recorrido que la cámara de Doria en la escena en la que China Zorrilla, Betiana Blum y Andrea Tenuta toman helado y hablan de negros y judíos. Las veredas son distintas, el garage del fondo es igual, el arbolito flaco es ahora un árbol adulto. 

Hay un tejido que une estos momentos y una estructura consciente y eficaz. Empieza con un estilo despojado y la voz en off del protagonista que remiten al Nuevo Cine Argentino. En ese comienzo se siembra la pregunta por la entrada a la casa. Esa pregunta lleva a hablar con las vecinas y las vecinas a conocer a los carroceros. La progresiva aparición de los carroceros hace que ese estilo despojado se vaya llenando de ruido, gritos y gente ocupando la pantalla, y que todo se parezca más al grotesco de Esperando la carroza, eso que suelen destacar como algo negativo los críticos que, compulsivamente, necesitan aclarar cada tres frases que no les gusta la película. 

Más allá de algún bache cuando el relato se distrae en las historias particulares de algún personaje, una vez que está creado ese clima ruidoso ya todo se hace festivo. El documental se llena del aura de la película original. Solo se hace una pausa en ese clima cuando se entrevista a Diana Frey, la productora. Es el contraplano del resto del documental, Diana aparece sentada en las butacas de un cine, es la única que hace de “espectadora” de todo lo que vemos, también se divierte, pero no participa de la comunidad: la observa.

Mientras tanto la película avanza como si fuera la marea de viejos cantando la vaca lechera hasta llegar a Mariana, la carrocera definitiva, la que merece un documental para ella sola. Nada de lo que pueda decirse acá puede sumar algo a esa aparición llena de talento y ternura. 

Aunque funcione incluso para los que no vieron la película de Doria, Carroceros es fundamentalmente un homenaje a Esperando la carroza. Nos hace quererla, nos da ganas de volver a verla y de juntarse en una comunidad de gente que se divierte sin pedir credenciales.

Calificación: 8/10

Carroceros (Argentina, 2021). Guion y dirección: Denise Urfeig y Mariano Frigerio. Fotografía: Pablo Parra. Montaje: Natasha Valerga. Música: Adrián Guzmán. Elenco: Antonio Gasalla, Luis Brandoni, Enrique Pinti, Lidia Catalano, Mónica Villa, Betiana Blum, Andrea Tenuta, Cecilia Rosetto, Diana Frey. Duración: 74 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

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